ELIZABETH ARAUJO
Rebeca Briceño viaja por el mundo con la misión de arrimar el hombro a grandes causas humanitarias. Pero cuando esta internacionalista se enteró, en su casa de Kampala, que habían instalado un Punto Soberano en la ciudad de Entebbe, no lo dudó y se sumó a los únicos dos venezolanos que residen en Uganda y que votaron en la consulta popular del #16Julio
Entre las noticias que recorrieron el mundo el domingo 16 de julio sobresalían las de largas colas de venezolanos rodeando la madrileña Puerta de Sol, o cómo en el patio de la Universidad Coral Gables de Miami el tricolor se veía de diversas formas, como gorras, banderas, zapatillas o franelas. Fue una experiencia de vocación democrática que ocurrió simultáneamente en 86 ciudades del planeta. Pero repararon que a 10.970 kilómetros de Caracas, en una ciudad africana tres personas se reunían alrededor de una caja de cartón que envió la MUD y depositaron sus votos.
Rebeca Isabel Briceño –junto a Patricia, Liliana e Igor, este último fue quien utilizó un rincón del Entebbe Sailing Club para montar el Punto Soberano– destacó como la entusiasta electora, congelada en una imagen que se viralizó y reafirmó las angustias de los venezolanos en el exterior ante el futuro del país que los vio nacer y crecer, y que ahora, tras casi dos décadas de gobierno inútil, corrupto y autoritario, andan esparcidos por el planeta, reinventándose sus propias vidas. “Como muchos venezolanos que están lejos de casa, yo salí en busca de nuevas oportunidades laborales; pasé dos años en Asia y luego se abrió la oportunidad de Uganda y me vine en noviembre del 2016”, responde por correo la venezolana que confiesa sentirse a veces en ese país africano como en la Caracas de mis juventud.
“Creo que el shock cultural más grande fue el salto de Venezuela a Asia. De manera que cuando llegué a Uganda el proceso de adaptación fue mucho más fácil; aquí me siento casi como en casa. Los ugandeses son muy parecidos a nosotros, son muy abiertos, cálidos, habladores y echadores de broma. Compartimos raíces musicales y hasta la comida es similar. La dificultad más seria la tuve a nivel de la lengua suajili, acostumbrarme a su acento y a ciertas señas de lenguaje corporal, aunque curiosamente en el lenguaje corporal hay similitudes, por ejemplo aquí señalan con los labios como hacemos en Venezuela”.
ÁFRICA MÍA
Al llegar Briceño se sorprendió de que la gente en Kampala tuvieran aún la visión de la Venezuela pre-Chávez. “No es como en Europa o en Latinoamérica que cuando te presentas como venezolano, todas las preguntas giran alrededor de Maduro y la actual crisis. Aquí seguimos siendo famosos por los concursos de belleza y las telenovelas, que por lo que me han dicho, todavía pasan por los canales locales. La gente ha sido muy receptiva cuando digo que soy venezolana, algunos sienten curiosidad por el español o por nuestra música.
Lo que sí le costó comprender a Rebeca Briceño ha sido la expresión, de uso frecuente todavía en Caracas, sobre “la africanización de Venezuela”. Le asombra porque en cualquier país de África hay más bienes disponibles que en la Venezuela actual, con toda su fama de país petrolero. “En general creo que hay malinterpretaciones sobre los países africanos. Muchas veces los ponemos todos juntos en un saco y se nos olvida que este es un continente muy grande con tantas naciones, muy diferentes entre sí. Yo misma tuve que superar esas malinterpretaciones y ese fue mi primer reto aquí”.
Briceño disfruta en Kampala, donde vive, del contacto con la naturaleza que alguna dijo percibir en Caracas, “pero en lugar de guacamayas, ves águilas en el cielo y muchas otras aves exóticas”. Dice que cuando se sale de la ciudad obsrrva toda la fauna africana. “Cuando hice mi primer safari en la sabana africana y miré los chimpancés en su hábitat natural cumplí uno de mis sueños”.
VER, CALLAR Y APRENDER
Rebeca Briceño confiesa que desde el instante en que pensó abandonar su país, optó por un camino contrario al que tomó la mayoría de sus compatriotas que hoy conforman la vasta diáspora venezolana. “En vez de irme a un país desarrollado, opté por asentarse en países en vías de desarrollo. En Asia aprendí a desarrollar proyectos para la reconciliación en países que habían terminados sus conflictos. Proyectos para captar a los exiliados a fin de que regresaran a trabajar por su país, o cómo restituir la independencia de los medios de comunicación y de las instituciones tras sufrir un gobierno centralista y personalista”.
En Uganda, su misión es otra: la de canalizar la ayuda internacional en proyectos que ayuden a reducir situaciones de riesgo para la propagación del SIDA y el HIV; además de proyectos locales para disminuir la pobreza extrema, combatir el analfabetismo, entre otros. “Y aunque estos países tienen situaciones diferentes y en algunos casos más extremas que Venezuela, son todas lecciones que se pueden adaptar al nuestro y estoy dispuesta a compartir mi experiencia”.
Briceño asegura que esta nación de una superficie de 240 mil km2 y 34 millones de habitantes, situada al este de África, no presenta problemas de inseguridad que se le atribuye a otros países, como Venezuela. “De hecho, y es muy triste admitirlo: en mi país vivía con más miedo. No solo por la inseguridad personal, sino también por la incertidumbre política y la crisis social en la que está sumergido en los últimos años. En Uganda hay un poco criminalidad pero no violencia como en Venezuela. Los peligros más grandes en Uganda son las enfermedades, como la Malaria, aun presente ampliamente en el territorio, lo que constituye la primera causa de mortalidad. Una situación que yo manejo tomando mis previsiones (profilaxis, mosquitero y repelente) y siempre enfocándome en las cosas positivas que son más que las cosas negativas”.