ABEL IBARRA – 

Franklin Virgüez logró el prodigio de reunir los huesos dispersos de Felipe Pirela, “El bolerista de América”, con esta obra de teatro sentimental y contundente que resuelve un enigma. ¿Quién mató a Felipe Pirela?, se pregunta Franklin y, sin contener el aliento, dispara directo desde el precipicio de sus convicciones: ¡Todos! El asunto no es sencillo y Franklin, vengador poético, dramático y esdrújulo, martilla un texto con el que acusa sin dobleces a la mala leche ciudadana que siempre busca un modelo al qué imitar, y, cuando no le cuadra una de sus aristas mezquinas, lo destruye sin compasión. La repulsa colectiva es una venganza de la gente contra sí misma.

Duro, ese “todos” plural y unánime, que no se compara con el de “Fuenteovejuna Señor”, cuando el pueblo replica diciendo todos a una, luego de preguntarse “quien mató al comendador”. La obra de Lope de Vega es una épica, canto celebrante de un hecho heroico, en el cual el pueblo anónimo cobra venganza de una afrenta. En la obra de Franklin Virgüez, comendador de la amistad y el desafío, ocurre una lírica; es decir, la exaltación emocional que destaca la figura de un muchacho que remontó un barrio de piedra pobre, para poner su nombre en las marquesinas del show internacional: digamos, en esa confitura engañosa, perecedera y cruel.

Parece que Franklin viene de abajo, de donde se le forma el limo a las piedras de tanto yacer en el pobre suelo terrícola. Y, como se superó a sí mismo sin dejarse chantajear por el éxito escapista, se dedicó a hurgar en la historia de Felipe, otro que vino de la proto umbra de la pobreza y se lanzó hacia las estrellas sin entender que a los astros externos tampoco les gusta la competencia. Felipe Pirela se convirtió a los 20 años (me enteré por culpa de Franklin) en el bolerista de la Billo’s Caracas Boys, que cantó en todos los pegamentos rítmicos de los mosaicos y se puso en la palestra musical de la mundanidad esquiva.

¿Esquiva? Sí. Porque la noche en la que brillan las orquestas, es eso, una señora huidiza que se va con cualquiera y, en el caso de los artistas, se los lleva en cambote si no se ajustan al soplo efímero de los aplausos y la celebración momentánea. Felipe Pirela fue acusado de todo, de ingrato porque dejó la Billo’s Caracas Boys cuando sencillamente no le alcanzaban los cobres y se fue a tentar el diablo de lo desconocido. También el común le metió el dedo en el ojo porque se casó con Mariela cuando ésta tenía 13 años y él 20. La prensa le sacó las tripas en una cayapa disímil desde el anonimato de las rotativas. En fin, no le perdonaron el éxito y lo tiraron a la picota.

De allí al precipicio sólo medió un poco de tiempo y la cocaína compensatoria y refistolera le puso huevos en la herida, diría Lorca, que lo llevó a la muerte en un ajuste de cuentas; triste asunto que Franklin Virgüez recrea con poderosa pluma, dirección y actuación propias. Es posible que la vida trágica del bolerista haya sido una sola estridencia de principio a fin, lo cual es reproducido al calco en el texto de este monólogo. Quizá un matiz hacia el sotto voce habría ayudado a la perfección de una obra que, sin embargo, logró el prodigio de limpiar la sombra maltrecha de Felipe Pirela, a quien Franklin Virgüez trata de tú a tú porque le conoció todos los intersticios del alma.

«¿Quién mató a Felipe Pirela?» fue estrenada en el Paseo de las Artes, Miami, el 7 de abril de 2017

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.