SEBASTIÁN DE LA NUEZ –
El político, periodista y economista Teodoro Petkoff ha fallecido hoy, 31 de octubre de 2018. Paz a sus restos. Es precipitado para balances en profundidad. Es justo recordarlo como el venezolano que fue, apasionado y siempre, siempre, en búsqueda del mejor destino posible para su país

Teodoro Petkoff se recordaba a sí mismo, durante las tardes en que narraba parte de su vida, en tercer año de bachillerato discutiendo con su profesor de historia sobre la revolución bolchevique. El maestro daba su lección a partir de unos libros que, a juicio del adolescente de pelo rubio, eran sumamente reaccionarios. Ya se había leído, de la biblioteca de su padre, El poder soviético, publicado por quien fuera dean anglicano de Canterbury (también de Manchester, se llamaba Hewlett Johnson y murió en 1966). El libro, extremadamente elogioso acerca de lo que había sucedido en Rusia, dejó al joven Teodoro muy deslumbrado.

Su papá había sido comunista en Bulgaria, pero algo pasó que se debió de ir de su país bajo amenaza de condena a muerte. Un día vio a su hijo leyendo la versión “oficial” de la historia del partido comunista de la URSS. Era algo que, teóricamente, debían estudiar todos los comunistas. Petko le preguntó, hojeando, a su vez, el tomo:

−Dime una cosa, ¿dónde está Trotsky aquí?

−Bueno, todos dicen que es un traidor, papá. Un agente nazi.

−De esta revolución que se narra aquí, la segunda figura después de Lenin era Trotsky.

Teodoro quedó bastante azorado. ¿Cómo era posible que ese hombre no figurara allí, si tan importante fue? Al rato le preguntó su papá:

−¿Y crees que Tito es un traidor, también?

−Bueno… Tito es un agente de la inteligencia británica.

Petko le explicó entonces que el mariscal Josip Broz Tito había creado, en Yugoslavia, un ejército guerrillero para oponerse a los nazis, un verdadero ejército.

−¿Te imaginas entonces que ese hombre pueda ser un traidor?

Allí aprendió Teodoro que la historia se puede amañar. Claro que Petko, exmilitante del PC búlgaro, ya venía con la experiencia suficiente como para dar a su hijo unas coordenadas que le sirvieran para la vida. Venía, como quien dice, del futuro.

Me dijo Teodoro que por esa influencia del padre, que lo puso a pensar, tan temprano como en 1949 o 1950 empezó a ejercer el antiestalinismo dentro del propio Partido Comunista de Venezuela.

Los primeros años de Teodoro transcurrieron en El Batey, en el Zulia, a donde habían ido a parar Petko e Ida pues fue donde consiguieron trabajo. Dos profesionales bien útiles para una zona de azúcar y petróleo en auge.

En efecto: el padre de Teodoro fue condenado en su país natal, Bulgaria; se escapó y fue a parar a Checoslovaquia donde estudió ingeniería química. Su mamá, como buena judía polaca, en esa época no valía sino en tanto estuviera sujeta a un hombre (Teodoro comparaba esto con la cultura musulmana); pero ella tuvo el valor de romper con su familia para estudiar. Rompió tanto que tuvo que marcharse de Polonia para estudiar Medicina en Checoslovaquia. Así se salvó de la Segunda Guerra Mundial y del Holocausto pues toda la familia materna de Teodoro moriría en Auschwitz. No estuvieron en el gueto de Varsovia pues eran más bien de un pueblito cercano a Cracovia.

Se casaron Petko Petkoff e Ida Malec en Checoslovaquia y, atendiendo a su condición de comunista, el primero quiso viajar a la Unión Soviética. Le dijeron: «Puedes venir pues eres miembro del partido comunista [aunque ya no lo era, en realidad]; tu esposa, veremos luego». Petko, recién casado, se dijo que, o iba con su esposa, o no iba.

Uno de los dos o tres búlgaros que había en Venezuela para la época, que por entonces contaba solo con un par de millones de habitantes, le había escrito. Le dijo que aquel país suramericano tenía mucho futuro porque se estaba descubriendo petróleo.

La pareja marchó, no sin antes recalar en París para que Ida hiciera un postgrado en la Sorbona. Y de allí a La Guaira.

Llegaron al puerto, hoy seguramente desahuciado y vacío; procrearon tres hijos cuyas fotos pueden encontrarse en internet y uno de ellos, el mayor, llegó a ser uno de los grandes personajes de finales del siglo XX y comienzos del XXI en ese país de acogida para quienes llegaban buscando paz, trabajo, desarrollo profesional.

Primero como militante de un grupo sedicioso que fracasaría, luego como fundador de uno de los partidos más relevantes en la escena política, el MAS, a Teodoro se le reconoce como un ensayista de primera (es especialmente valioso su libro Checoslovaquia, el socialismo como problema) y como precursor de un socialismo bien distanciado de la dictadura bolchevique. Luego desarrolló una vertiente periodística que dio sus mejores frutos en el diario TalCual, muy vigente hoy en día a pesar de los esfuerzos del régimen chavista por aplastarlo.

El expresidente de España, Felipe González, entrega a Teodoro Petkoff una obra del pintor Edurdo Chillida, parte del premio Ortega y Gasset 2015 a la trayectoria periodística.

Pasará Teodoro a los libros de historia no con más páginas que Hugo Chávez, seguramente, pero en las que se le mencione se le reconocerá su virtud, su entrega y su mérito. Al otro, aquel a quien se dirigía directamente al inaugurar TalCual, se le dedicarán más páginas pero estas tendrán una nutrida carga de resentimiento y destrucción.

En estos días habrá centenares de notas relatando el periplo político de Teodoro, sus avatares públicos como candidato o ministro o guerrillero en fuga; lo que emprendió de manera equivocada y lo que sembró bien, con talento, con voluntad, con su genio de intelectual. Con su llaneza inteligente. Podía hablarte ya de una serie de televisión, de un pitcher en las Grandes Ligas, de una ópera, del último artículo en The Washington Post o de la historia de Venezuela de atrás para adelante y viceversa. Que periodistas y analistas cubran las áreas de su quehacer que les apetezca, seguramente habrá cosas de mucho interés pues hay mucha tela que cortar en torno a esta figura: es, sin duda, un hombre que deja una profunda huella. Yo me quedo con los chicos de El Batey, los que describe una joven aspirante a periodista en su tesis-semblanza, Daniela Mejía Barboza, quien escribió lo que escribió (y que permanece inédito) desde la voz de las mujeres que pasaron por la vida de Teodoro.

Uno debe estudiar o aprender de los grandes personajes mirando sus orígenes. Esos padres luchadores y profesionales con agallas para meterse en un pueblo perdido en un país desconocido. Esa gente que llegó a Venezuela con una fortaleza de hierro luego de haber visto el infierno de la guerra y de la hambruna, del fascismo y del comunismo. Allí hay una enseñanza. Los antecedentes de un gran personaje son una clave. De allí que, cuando conversamos, una buena parte del tiempo la dedicamos a sus antecedentes familiares e ideológicos. Es hijo de una gran paradoja que se dio en el siglo XX, la utopía que llevaba en su seno un Gulag; pero sobre todo es hijo de la inmigración con la cual se nutrió Venezuela. También es importante reconocer la influencia, para bien o para mal, de sus amistades y sus lecturas de joven en Caracas, pero eso quizás quedará para otro texto.

Sebastián de la Nuez, periodista venezolano. Escribe desde Madrid, España.
La tesis-semblanza a la que se alude puede leerse en http://www.hableconmigo.com/2018/01/04/aquellos-calorones-de-el-batey/

 

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