MELBA ESCOBAR/ El Tiempo (Colombia)
Aunque el éxodo de Venezuela se está dando por carencias como la comida, la salud, el empleo, los recién llegados no se llaman refugiados, se llaman “migrantes económicos”
Quienes se apiñaban eran indigentes, en su inmensa mayoría venezolanos. Algunos de ellos, podrían decir una cuarta parte, vestían harapos, estaban sucios y famélicos, pero aún cargaban su equipaje. La maleta es en muchos casos la señal inequívoca de otra vida, una que ha desaparecido, pero que guarda sus vestigios en el secador de pelo, los zapatos, las camisas que dan razón de un pasado. Camino hasta el origen de la fila.
Estamos en Cúcuta, es mediodía, hace casi 40 grados centígrados y una congregación religiosa ofrece alimentación cada día a unos cuantos cientos de hambrientos aquí, frente al estadio de fútbol, como en otros puntos de la ciudad. Las manos de una monja se estiran a través de una reja para ofrecer una bolsa de plástico en cuyo interior hay algo viscoso. Una sopa, me dicen. Y también, una segunda bolsa, igual de pequeña, lleva lo que describe una mujer como “una comida completa: con grano, arroz, incluso algo de carne”. Imposible verificarlo. El contenido está oculto tras el plástico blanco. Quienes no quieren ensuciarse las manos, abren un roto y chupan. Un pequeño grupo come con parsimonia en un andén. Me acerco.
Pregunto si me permiten sentarme, dicen que sí, adelante. Les cuento que soy periodista y he venido de Bogotá para hablar con algunos de los migrantes venezolanos. El primer comentario de Freddy, un hombre que no debe haber cumplido los 30 años y seguramente está desnutrido o lo aparenta, es que así trabajara 50 años en Venezuela, no le alcanzaría el salario para pagar un teléfono como el que saco de mi mochila para grabar nuestra conversación. Les pregunto entonces por lo que está ocurriendo en términos salariales: “El salario actual está en 2’500.000 bolívares mientras que un kilo de pollo vale 2’000.000”, me dice Magdalena, la mujer aferrada a su maleta mientras se toma la sopa por un agujero. Freddy es aún más gráfico: “En Venezuela, tú trabajas un mes, y si te compras un desodorante no te compras un arroz. Si te compras un arroz, no te compras el desodorante. Si te compras un par de zapatos, no comes. Eso sí, los de la cúpula del partido viven como millonarios”.
SALTAR AL VACÍO
Freddy lleva un año viviendo en las calles. Su idea inicial era llegar a Perú. O, más vale decir, sigue siendo. Él no ha perdido la esperanza. Aunque duerme en los andenes, come lo que le regalan, y no logra juntar más que dos mil pesos al día reciclando “para poder tomar agua potable”, se aferra a su sueño de vivir mejor en otra parte.
Nunca antes había visto tanta gente residiendo en las calles. Gente durmiendo en los parques, a la sombra de un árbol, en un andén. Y eso que hay albergues, como el Centro de Atención al Migrante en Villa del Rosario, cerca del puente que nos separa del vecino país, un punto donde se les acoge a los recién llegados hasta por tres días, se les ofrece una ducha, asistencia en salud y alimentación.
Pero aquí estamos en el centro de la ciudad de Cúcuta, a unos 15 minutos de Villa del Rosario, el municipio de paso. En el parque Santander veo a mujeres con niños de brazos, algunos de ellos de apenas un par de meses. A diferencia de los venezolanos que comían en bolsa, los de aquí están recién bañados. Una mujer me cuenta que vino hace cinco meses a Colombia para que su parto fuera atendido aquí. Como ella, son muchas las mujeres que emprenden la travesía en busca de un parto seguro. A eso hay que sumar a quienes vienen buscando vacunas para sus hijos pequeños, medicamentos para toda clase de enfermedades, atención de especialistas.
Aunque el éxodo de Venezuela se está dando por carencias como la comida, la salud, el empleo, los recién llegados no se llaman refugiados, se llaman ‘migrantes económicos’. Felipe Muñoz, gerente del Plan Fronteras, me explica que, a diferencia de los refugiados africanos en Europa, con los venezolanos compartimos cultura e idioma. Además, considera que la figura de refugiados a menudo se presta para exclusiones, cuando lo que pretende hacer aquí el Gobierno es integrarlos por el tiempo que sea necesario para que puedan tener una vida digna hasta cuando puedan volver: “Porque volver a su país no es solo un deseo de muchos, debe ser también un derecho y esperamos que un día no muy lejano pueda cumplirse”.
AYER POR MÍ, HOY POR TI
Resulta paradójico pensar que antes era al revés. ¿Cuántos colombianos se fueron a Venezuela huyendo de la guerra y la pobreza? Tampoco en ese caso nos llamaron refugiados a los colombianos que nos íbamos a Venezuela. La expresión más frecuente que hemos usado los unos para referirnos a los otros ha sido hermanos. Por desgracia, la explosión de migrantes en los últimos años a Colombia ha causado brotes de xenofobia y hoy día son frecuentes expresiones mucho menos amables para referirnos a los venezolanos. En el 2005 éramos 625.000 los colombianos residentes en Venezuela. Muchos compatriotas se fueron por la guerra, también atraídos por el auge del petróleo y el sueño de una mejor calidad de vida. ¿Pensarían que 5 años más tarde el proceso se iba a invertir? Si alguien lo hubiese advertido habría sonado ridículo. Y, sin embargo, aquí estoy, parada frente a estas mujeres que representan un par de los 50.000 casos atendidos en los dos últimos años por el sistema de salud colombiano como emergencias médicas de migrantes venezolanos, sin contar las emergencias atendidas por la Cruz Roja.
La crisis más compleja que el Gobierno colombiano está atendiendo por la crisis humanitaria es, sin duda, la epidemiológica. Pero en ese frente, como en los demás, se está haciendo una labor excepcional: “Creo que el Gobierno de Colombia y los gobiernos vecinos están dando un mensaje que es superlativo. Todos los días hablo con OIM, tenemos apoyo de Acnur, en fin, el nivel de atención que se está recibiendo es el adecuado en una región que no tiene antecedentes en recibir migración de este tamaño”.
Pues si la región no tiene antecedentes en recibir migración de este tamaño, Colombia sí que menos. “La crisis humanitaria de Venezuela nos ha puesto a implementar el mecanismo de atención al migrante más grande de América del Sur en términos numéricos”, explica Felipe Muñoz. Eso cuando hasta ahora habíamos tenido una migración histórica que no superaba el 1 %. Es así como estamos pasando de ser uno de los países más cerrados del mundo a ser uno de los que mayor afluencia de migrantes está recibiendo.
EL PUNTO DE QUIEBRE
En el 2016, cuando hubo un primer pico en el ingreso de venezolanos al país, se creó la figura de la ‘tarjeta de movilidad fronteriza’ para quienes hacían una migración pendular, es decir ingresando y saliendo de Colombia de forma continua, incluso varias veces al día. En un año llegaron a expedirse 1’624.000 tarjetas de este tipo. Además de eso, se creó el PEP (Permiso Especial de Permanencia) con vigencia hasta de dos años para llevar la vida de un ciudadano colombiano regular.
Las acciones de frontera comenzaron a volverse una prioridad del Gobierno en 2015, cuando el presidente Maduro expulsó a 22.000 colombianos de su país, especialmente a aquellos residentes en el estado de Táchira. Este episodio marca el punto de quiebre de las relaciones bilaterales entre los dos países. Hasta entonces la frontera era apenas un lugar de paso. A partir del mismo año se instalaron siete puestos de mando, y el Gobierno decidió que esas unidades permanecerían activas a partir de entonces.
De acuerdo con el Plan Fronteras, en el país hay 314.527 personas con la documentación en regla, y se estima unos 447.000 irregulares. Pero esta última cifra es muy difícil de calcular. Tanto así que el presidente Santos hace poco ya habló de un millón de venezolanos. La cifra es esquiva porque la frontera son 2.266 kilómetros de selva, monte y desierto. A pesar de los siete puntos de control migratorio, el territorio es fácil de permear. Actualmente el Gobierno adelanta una brigada de registro de venezolanos en nuestro país con 760 puntos activos. Somos el primer destino de los venezolanos migrantes por la cercanía fronteriza. Sin embargo, hace ya un buen tiempo el fenómeno pasó a ser una preocupación regional.
NO HAY MAL QUE DURE MIL AÑOS…
“Allá ya no queda nadie. Allá ya solo va a quedar Maduro”, dice Wisleidy, una chica venezolana que lleva cuatro días en el terminal de transporte de Cúcuta, pues iba para Medellín y no había podido viajar por el derrumbe en la vía a Bucaramanga que hubo hace un par de semanas. Me cuenta que en la madrugada un hombre intentó abusar de ella. La defendieron sus compañeros de bus. Al día siguiente le robaron el equipaje. A veces parece que va a llorar, pero enseguida le asoma una sonrisa. Me conmueve ese grupo de amigos improvisados, surgidos de la necesidad. Les pregunto cómo se arregla esto. “Hay que matar a Maduro”, dice uno de los chicos del grupo.
Luego añade que, mientras eso no pase, necesita trabajar porque en su familia cuentan con sus remesas para poder seguir adelante: “el sueldo apenas alcanza para comer una vez al día, arroz o yuca, nada más”, añade. Salgo a la calle. Afuera los cucuteños compiten cada vez más ferozmente por los andenes. Quienes representan ese 20 % de desempleo de la ciudad sienten que aquí no hay oportunidades para los locales, mientras que a los vecinos se les ofrece comida, alojamiento. También, habría que añadir, algunas veces se les extorsiona, se les roba y se les insulta en la calle. “¿Qué irá a pasar?”, le pregunto a Wisleidy: “Yo solo sé que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista”, responde.
HACER LO CORRECTO
El resultado de las elecciones en Venezuela estaba cantado. En medio de la crisis, se siente bien saber que Colombia está haciendo su mejor esfuerzo: “La posición del Gobierno Nacional es clara: Vamos a recibir venezolanos porque necesitan nuestra ayuda”, dice Felipe Muñoz. Esta respuesta en bloque por parte del Grupo de Lima, del cual forman parte 14 países, es un ejemplo de solidaridad, voluntad y coordinación. El comunicado de la Cancillería colombiana, tras conocerse el resultado de Maduro como ganador de unas elecciones ilegítimas, reitera su apoyo a los ciudadanos venezolanos, hace un llamado a las organizaciones para solicitar ayuda humanitaria, y a Venezuela para el intercambio de informaciones epidemiológicas con los países vecinos.
“Hay unos efectos urbanos, pero también hay unos efectos humanos muy complejos ligados a la migración que requieren que se escriban, se divulguen, se hablen y se conozcan mucho más. Nuestra responsabilidad es hacer que esta crisis sea lo más llevadera posible. En 200 años de historia no habíamos considerado el límite con Venezuela una frontera. La crisis que estamos viviendo no tiene precedentes. Pero lo estamos afrontando de la mejor manera posible”, concluye Muñoz.
Publicado en www.eltiempo.com