OMAR PINEDA –
Es irónico que el chavismo creara su propia narrativa del 11 de abril de 2002 y se adueñara de las víctimas de ese infausto jueves, identificándolas como camaradas, cuando era sabido que 18 de los asesinados provenían de la marcha opositora.

Hace 15 años una impresionante manifestación, hasta entonces jamás vista en el país –tanto por la cantidad como por la convicción democrática de los asistentes– hizo sonar las alarmas en el mundo: Venezuela está a punto de escoger el peor de los senderos. Una concentración frente a la sede de Pdvsa en Chuao en protesta contra los despidos, ordenados por el presidente Chávez, de la directiva de Petróleos de Venezuela, y de casi todos los cuadros gerenciales, medios y administrativos de la principal industria del país, se convirtió inesperadamente en un océano de gente que desbordó el escenario previsto para los actos, y como un río caudaloso se despeñó por toda la autopista del Este rumbo al centro de Caracas.

Sostengo todavía mi impresión de que los organizadores del evento, como quienes marchamos coreando consignas antigubernamentales –escuché por primera vez el célebre latiguillo “y va a caer, y va a caer… este gobierno va a caer»– fuimos sorprendidos con la decidida voluntad de marchar inclusive hasta Miraflores. ¿De dónde salió eso? Nadie lo supo. ¿Alguien lo sabe?

11 de abril
Matones dirigidos por Freddy Bernal y estimulados por José Vicente Rangel, dispararon contra los manifestantes que ingresaban a la avenida Baralt.

El resto de los acontecimientos todos lo sabemos –pasa por nuestras mentes a cada instante como ráfaga de recuerdos imborrables que se agolpan y rehacen en angustias– y que nos empeñamos en relatar en forma apresurada: unos matones, dirigidos por Freddy Bernal y estimulados por José Vicente Rangel, se apostaron en Puente Llaguno, esperaron que aparecieran por la avenida Baralt los primeros manifestantes y les dispararon a mansalva –las imágenes de Venevisión dieron la vuelta al mundo–, provocando una ola de confusión pero también la reacción de quienes protestaban que respondieron con piedras y botellas a las balas de los grupos chavistas. Yo trabajaba de editor en el diario TalCual, de manera que a las 5:12 de la tarde opté por marcharme al periódico, donde, junto al equipo del diario, tratamos de armar, en una edición muy particular, las piezas del rompecabezas de lo que para algunos fue calificado como un golpe de estado, y para otros resultó una cadena de sucesos incoherentes signados por la violencia, que dejó como balance 19 muertos y un centenar de heridos.

Por cierto, vale la pena mencionar el caso del joven fotógrafo de TalCual, a quien, por la colita de su cabello, le decíamos Pocahontas y que recibió un balazo, disparado de no se sabe dónde, justo en el pecho, del lado del corazón. El otro fotógrafo, Nicolás Pineda, que estaba con él se sorprendió, cuando vio cómo Pocahontas caía y se levantaba aturdido: la bala se había incrustado exactamente en el móvil que el chamo había guardado en el bolsillo de la chaqueta. La periodista Aliana González recogió la noticia como un hecho curioso, y al día siguiente, al ver la publicación, la empresa telefónica a la que el joven fotógrafo estaba suscrito, le obsequió un teléfono de última generación.

11 de Abril
Fue una emboscada del Gobierno con grupos paramilitares que dispararon contra los manifestantes

Es irónico que el chavismo inventara su propia narrativa del 11 de Abril de 2002 y se adueñara de las víctimas de ese infausto jueves, identificándolas como camaradas, cuando era sabido que 18 de los asesinados provenían de la marcha opositora. Estos hechos confusos; la pantalla televisiva de la cadena presidencial partida en dos, porque la otra mitad seguía el desarrollo en vivo de lo que sucedía en la Baralt y cerca de Miraflores, precipitaron esa noche la renuncia (con la célebre frase “la cual aceptó”) de Hugo Chávez, y la conformación de un gobierno de emergencia, que al día siguiente al mediodía, reunido en Miraflores, provocó el desconcierto de uno de los venezolanos que más he admirado no solo por su calidad humana sino por su lucidez política e intelectual.

“Pedro… ¿qué vaina es esa? ¿estás disolviendo la Asamblea? Coño, ¿estás loco?”, gritó Teodoro Petkoff, por teléfono a su interlocutor, precisamente cuando terminaba la cadena del mandatario designado Pedro Carmona Estanga. Para quienes estuvimos en la redacción de TalCual en Boleíta, no olvidamos el estallido del puño de Teodoro contra la pared al oír las decisiones emanadas por quienes aspiraban a sustituir a Chávez.

Tras recibir al parecer una confusa explicación de quien era el presidente de Fedecámaras, Teodoro volvió a calentarse: “Coño, no, vale… esa vaina que están haciendo es un golpe de estado”. Entonces Teodoro, apelando a ese tono de voz gruñón y con una actitud preparada de antemano para soportar la suerte de lo que vendría, le dijo a Gloria Villamizar que le consiguiera el número telefónico de César Miguel Rondón y una vez al habla con su amigo, le pidió que lo invitara para su programa de entrevistas a las 10 de la noche por Televen.

11 de Abril
Hace 15 años una impresionante manifestación, hasta entonces jamás vista en Venezuela hizo sonar las alarmas en el mundo

Esa noche Petkoff hizo un llamado de desesperación que lamentablemente fue malinterpretado por muchos. Ya esa noche del jueves 11 de abril el general Raúl Isaías Baduel desde Maracay invocaba la defensa de la Constitución y logró traer desde La Orchila a Miraflores a un apocado Hugo Chávez, a punto de irse a La Habana, y que al día siguiente, ya restituido con sus poderes en Miraflores, pediría perdón a los venezolanos, prometería comportarse con talante democrático y crearía una supuesta mesa de diálogo.

Vanas promesas que se esfumaron esa misma semana cuando inició una purga en los cuarteles, aplastaría con todo su odio a la oposición, encarcelaría a civiles y se pasaría por las entrepiernas a la “Constitución más bella del mundo”. Todo para robar, mandar a matar, regalar la soberanía del país a los Castro, saquear el tesoro público, conformar grupos paramilitares, financiar a las FARC y arruinar la economía y las instituciones de Venezuela hasta el último día de su muerte, cuando le sucedió su «hijo» Nicolás Maduro, quien con esa inimitable incapacidad para pensar por sí mismo, apelando a las viejas recetas del comunismo del siglo XX, prosiguió la marcha de Atila sobre nuestro país, y como un tsunami cumplió con el mandato del “padre”: devastar la nación.

Irrita ahora ver a quienes en 2002 desde el oficialismo invocaron que la disolución de la Asamblea Nacional era una prueba fehaciente de que se cometía un golpe, justificar hoy la aplicación de la misma receta contra el actual Parlamento, empleando excusas baratas. De eso hace hoy 15 años. Creo que cualquiera que lo cuente, bajo premisas o versiones distintas, llegará siempre a las mismas conclusiones: el 11 de abril de 2002 fue una horrible pesadilla, que nadie quiere volver a vivir.


El periodista Omar Pineda, solicitante de asilo político en España, fue invitado hoy 11 de abril en la mañana a participar en el programa Mundo Noticias, que dirige Carlos Peñaloza en Radio Internacional 92.9 FM en Madrid.
Escuche aquí el audio de la entrevista:

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