RAMÓN HERNÁNDEZ –
Las cifras son escandalosas, tan grandes como la indolencia del Estado con respecto a los problemas más acuciantes de la ciudadanía y de lo que en Venezuela se le conoce como pueblo. Los familiares y amigos dicen que son 25.000 estudiantes que desde hace 3 años no reciben su remesa de dólares y 12.000 los pensionados y jubilados a quienes el Seguro Social les mantiene retenida la mensualidad. Son parte de la diáspora, de los desalojados y desplazados, pero en peores condiciones: siguen amarrados a la nave madre. Amarrados y a la deriva.
Si quisieran regresar, la obligación del Estado es traerlos o proveerlos de la documentación necesaria para que puedan desenvolverse con autonomía y sin ataduras. Lo injustificable es que se les engañe, que les hagan promesas y nunca se las cumplan. Hay casos de jubilados que han hecho viajar a Caracas con la promesa de que les van a solucionar el problema y después de haberse endeudado han visto empeorar su situación. Los jóvenes no tienen cómo sobrevivir ni cómo reunir para el pasaje de vuelta, sus familiares tampoco; deben subsistir de la caridad, dormir a la intemperie y comer desperdicios. Venezolanos en necesidad.
También los son los 30 millones que no han emigrado y sobreviven a punta de hambre. La indolencia del gobierno es igual o peor. Mientras gasta miles de millones de bolívares en fiestas de Carnaval sin participantes y arrullan las esperanzas con un carnet de la patria que no silencia las tripas, el país va desfiladero abajo. La inflación alimentada por el asedio a la empresa privada, la impresión de billetes sin respaldo, el saqueo descarado de los fondos públicos y la entrega de las riquezas y bienes nacionales a otros Estados por intereses particulares o ideológicos, entre otros genocidios, mantienen al país al borde de la explosión, de convertirse en polvo cósmico. Nunca hubo crisis mayor ni peor en la historia nacional, ni nunca fue tan irresponsable el grupo en el poder, ni tan indolente.
Las últimas cifras indican que ya han abandonado el país cerca de 2,5 millones de personas, mayoritariamente profesionales universitarios, técnicos superiores y jóvenes que han visto el «exilio» como la manera de escapar de la escasez, la inseguridad, la injusticia y la creciente y asfixiante exclusión. Fue su decisión, y son boyas luces que ayudan desde fuera a reencontrar el rumbo, a mantener la calma, a seguir la lucha por la libertad y la democracia. En España, donde residen 7.000 de los pensionados a los que el Estado venezolano les mantiene secuestradas sus pensiones, surgió una iniciativa que es ejemplo de buen periodismo, de solidaridad y de las cosas positivas que somos capaces de hacer: Actualy.es, una página web que dirige Víctor Suárez, buen periodista y mejor amigo. Permuto libro sobre el arte de marear por conversa en tasca en La Candelaria.