JOSÉ EGIDIO RODRÍGUES –

Por las calles de Funchal, Cámara de Lobos, Ribeira Brava, Calheta y otras poblaciones de Madeira, se escucha cada vez más el habla venezolana con sus distintos tonos y cadencias.

Lo mismo sucede en Loule, en el Alentejo, donde hay un grupo que vino de Barquisimeto. No solo hablan con acento barquisimetano, sino que están ensayando con el cuatro, el Bailinho da Madeira, suerte de Alma Llanera de la isla atlántica portuguesa, que cantaban Max y Amalia Rodríguez, en versiones diferentes.

Los hablantes venezolanos forman parte de la nueva ola de la diáspora de retornados portugueses y sus descendientes, que en la ultima década han ido llegando en proporciones simétricas con el aumento de la inseguridad y la inflación en Venezuela, de modo tal que en los últimos dos años el alza en los índices de inseguridad, escasez e hiperinflación se ve reflejada en los desplazamientos desde Venezuela hacia Portugal.

En esto no hay ninguna novedad. Los venezolanos están emigrando, y muchos de ellos se dirigen a los países de donde vinieron sus antepasados. En el caso portugués la primera oleada hacia Venezuela ocurrió en la década de los 40 del siglo anterior. Llegaron por barco a La Guaira y se esparcieron por todo el territorio nacional, proceso que fue progresivo, pues inicialmente se quedaron a vivir en Caracas, el litoral central, Los Teques, Guarenas y Guatire, Maracay y Valencia.

Se estima que en 1950 vivían en Venezuela alrededor de 10 mil 800 portugueses. En 1961 esa cifra había subido a 40.400. En ambos casos, la mayoría provenía de la isla de Madeira y la historia de sus viajes y establecimiento en Venezuela la recogió en su libro Con Portugal en la Maleta, el historiador Antonio de Abreu Xavier.

No fue fácil, nunca lo es; dejar atrás a la familia, ir a una tierra desconocida, donde hablan otro lenguaje y tienen otras costumbres, normas y usos, y unos códigos de conducta y leyes distintas. Tampoco fue fácil lidiar contra estereotipos y discriminaciones, pero esa es una historia común a los migrantes.

Desde luego, si bien la mayoría de los inmigrantes portugueses eran de Madeira, también había gente del continente, de Aveiro, Faro, Porto y Lisboa, y ello explica el por qué muchos de los venezolanos van de una vez a Madeira, pues allá tienen raíces, familia que les puede dar soporte, mientras se encauzan y entran al mercado laboral.

De Madeira al continente es relativamente fácil el traslado por avión, para buscar otros horizontes donde establecerse. Antes, en la década de los 40 y 50 era por barco, y se escuchaba una chanza de que los madeirenses no eran portugueses completos: les faltaba día y medio, que era el tiempo que transcurría la jornada para desplazarse de Funchal hasta Lisboa.

LA PRIMERA OLEADA

Hace 60 años, el 23 de enero de 1958 Marcos Pérez Jiménez abandonó el país en su avión La Vaca Sagrada en horas de la madrugada. Al oír el ruido de los motores del avión se desató la euforia en la capital venezolana. Unos cuantos, cientos de ellos, se desplazaron hasta la sede de la Seguridad Nacional, ubicado en El Conde, donde hoy esta el hotel El Alba, nombre de registro chavista, pues su nombre de nacimiento era hotel Hilton y así fue durante mucho tiempo.

Al amanecer comenzaron a salir los presos que estaban en esa sede de la temible policía política, y también detectives y policías de ese organismo, tratando de camuflarse y hacerse pasar como presos para evadir el castigo popular que les esperaba afuera. A más de uno le dieron su cabillazo por la cabeza.

Alrededor de las 8 de la mañana, a una cuadra del asedio a la Seguridad Nacional, alguien levantó la puerta de un abasto, entró y sacó un par de botellas de ron; le siguieron otras personas, graneaditas, de a poquito. Los que estábamos allí, veíamos el movimiento, inusual, desde luego, con curiosidad secundaria pues estábamos pendiente de la toma de la Seguridad Nacional. Uno de los que entró, se le ocurrió preguntar si el dueño era “perezjimenista” a la cual uno de los testigos de la escena dijo: sí. Con esa afirmación, las puertas fueron abiertas de par en par y comenzó el saqueo del local.

Poco tiempo después se acercó sigilosamente un carro de combate ligero del Destacamento de Policía Militar Nº 2, que era la unidad de seguridad presidencial, ubicada en Miraflores, para obligar a los que todavía resistían en la Seguridad Nacional a dejar las armas y salir con los brazos al aire.

Hubo saqueos ése y los días siguientes, especialmente de abastos, panaderías y licorerías. No de Sears ni de otras grandes empresas. Y comenzó una razzia contra extranjeros, que dejó una mala sensación.

En las primeras semanas y meses, luego de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, se vivió un clima de incertidumbre y de inseguridad, que luego la Junta de Gobierno a cargo del Contralmirante Wolfang Larrazábal Ugueto, se encargó de controlar y orientar hacia un clima de convivencia.

Esas primeras semanas dejaron como secuela que un grupo de portugueses y sus familias, afectados por sus nexos con Pérez Jiménez o por los efectos de los saqueos, decidieran regresar a su país.

La mayoría de ellos era gente desconocida; otros, en cambio, eran representativos de una época que se había ido recientemente, tal fue el caso de Manuel Pita Pombo, quien era propietario de unas líneas de autobuses que servían a Carcas, las famosas «circunvalaciones».

Muchos de ellos salieron para Madeira; otros se fueron a vivir al continente, en lo que fue la primera oleada de los retornados de Venezuela. Años después llegarían a Portugal otros retornados, los famosos africanos, luego de las guerras de independencia en Guinea Bissau, Angola y Mozambique. Unos cuantos de esos retornados terminarían en Venezuela, donde fueron recibidos con cierta aprehensión entre sus conciudadanos, pues traían famas no tan afamadas.

Comparativamente en términos numéricos, la primera remesa de retornados no fue significativa, en tanto que la actual asoma visos de ser masiva.

José Egidio Rodrígues, periodista y diplomático venezolano.

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