Alberto Hernández, poeta – “Me abruma el silencio”

Alberto Hernández, poeta – “Me abruma el silencio”
Fotografía cortesía/ Alberto H. Cobo

 

JOSÉ PULIDO –

“El poeta es el centro ardiente de la vida de su época; nadie se relaciona tan intensamente con ella. Solo el poeta es capaz de absorber la vida que lo rodea, y expresarla entre acordes de música terrenal”. Lo escribió James Joyce y al apenas leerlo aparece la tentación de usarlo para describir al poeta, narrador y periodista Alberto Hernández. Aunque nosotros, por supuesto, lo conocemos más de lo que el ausente Joyce podría conocerlo. Es la única ventaja que le hemos sacado al autor del Ulises. Y no es poca. La amistad con Alberto Hernández es tan hermosa como la mejor novela.

Alberto es la voz poética que a su vez difunde la poesía de otros. Es el cronista que respalda siempre la amorosa creación de los demás. Él es la humildad, la solidaridad, la total escasez de egoísmo. Y es un baluarte de la resistencia en esa sufrida Venezuela nuestra. Su voz se levanta desde la capital de la región donde yo nací y por ello me implico tanto en esta entrevista. Que quizá esté abrumada de amistad. Pero así se tiene que desarrollar. Los amigos no son una carga: son un camino.

Por la amistad es que, cuando escucho la palabra “Maracay”, pienso enseguida en Alberto Hernández, Harry Almela, La Maestranza, Las Delicias y en la certeza de que por ahí se va para Choroní, la cálida playa de los frescos arroyos.

(Pienso en la diamantina malcriadez de Harry Almela y el mimo hechicero disfrazado de Alberto Hernández; la editorial llamada La liebre libre; la poeta paisana digna de fe, Rosana Hernández Pasquier; Jesús Amado Esparza Suárez, el de las apasionadas sensaciones, Jorge Gómez Jiménez, el inquieto visionario; Eduardo Casanova, el de la memoria transparente, Ingrid Chicote la poeta que trae los sonidos de mi casa y pienso en su compadre, mi hermano Arnaldo, el tallador de santos; y en el inmenso Otilio Galíndez, el de la perfecta poesía cantada. Todos ellos son como la atmósfera de una melancolía. Y han estado a punto de escribir un evangelio en Maracay)

Entonces comienzo a preguntar y el poeta Alberto Hernández responde.

Alberto Hernández, poeta – “Me abruma el silencio” 3
Foto cortesía/Vasco Szinetar

NUNCA ME HE IDO

-¿Desde cuándo te fuiste de Calabozo?

-En realidad, nunca me he ido de Calabozo, porque siempre está en mis andares. Aunque sólo he vivido un año en mi ciudad. Nací en ella en el viejo hospital Las Mercedes. Pero fui engendrado en la cercana población de Guardatinajas y criado desde los cinco años en Valle de la Pascua, la tierra de mi padre.

No me he ido nunca de Calabozo porque Calabozo es la ciudad de Francisco Lazo Martí, Luis Barrios Cruz y Efraín Hurtado, entre otros, que no habiendo nacido allá, como Alfredo Coronil Hartmann, sostienen la crónica diaria de un orgullo que se concentra en las diversas actividades culturales y literarias que en la Villa de Todos los Santos se realizan a través del Ateneo de la ciudad. Y no me he ido de Calabozo porque parte de mi familia materna vive en la ciudad y mis amigos Rubén Páez Díaz, Gisela Egui, José Antonio Silva y Marcola Hernández, me llevaron de la mano para que nunca me fuera de sus calles y casonas.

Tampoco nunca me he ido de Valle de la Pascua, donde creció mi infancia, donde están muchos de mis más hermosos recuerdos.

-¿Desde cuándo escribes?

-Tuve conciencia del “oficio” tardíamente, aunque, en Calabozo, precisamente, mientras estudiaba primer año de bachillerato, me publicaron un soneto en un periódico, “Nuestra tierra”, dirigido por el Negro Acosta. Ese texto lo cargaba siempre en la cartera y un amigo en Madrid me pidió para memorizarlo y lo perdió, no lo recuerdo. Conservaba en cuadernos poemas, relatos cortos, pensamientos. Pero nada más. No había nada serio.

Por supuesto, eso no era escritura. Eran impulsos bioquímicos del momento.

Pero escribir, bueno, ya en el Pedagógico de Maracay. De muchacho en Valle de la Pascua, algunas lecturas de Andrés Eloy Blanco, Leoncio Martínez, Gallegos, Otero Silva, poemas sueltos que andaban por allí en algunas casas vecinas. Y las novelitas vaqueras que me ayudaron a escribir algunos cuentos y novelas. Todo eso me ha empujado a escribir. Mi padre jugó un papel fundamental. Él leía y escribía poemas muy de la época, un poco influido por Rubén Darío y otros poetas que él solía nombrar y hasta recitarlos.

En el Pedagógico de Maracay algunos profesores me empujaron a escribir. No puedo olvidar a los profesores Abel Torrealba y Francisco Rojas Pozo, entre otros. Y mucho antes, en Valle de la Pascua a mi recordado maestro Rafael Vidal Guía. Esos señores me ayudaron a entender que había un gusanillo por allí echando vainas.

LA PALABRA RESPETADA

-¿Y cuándo supiste a ciencia cierta que eres poeta?

-Un día el profesor Abel Torrealba me calificó de poeta. Por supuesto, me inflé. Más tarde lo hicieron Manuel Bermúdez, Julio Miranda, Orlando Araujo, Luis Alberto Crespo, Alberto Patiño… eran tiempos de búsquedas, de muchos miedos, de tanteos.

Publicaba textos primerizos en los diarios de Maracay. Después en El Nacional (Papel Literario), en El Universal gracias a Patricia Guzmán; en el Diario de Caracas, gracias a José Pulido y Blanca Elena Pantin. Disfruto este recuerdo: la risa feliz de José Visconti y su grito: “¡Llegaron los poetas, qué viva la locura!”, asomado desde su cubículo deportivo con la mirada puesta en la sala de redacción de Arte y Cultura. Ya se había ido Tomás Eloy Martínez. En El Globo con Eduardo Casanova. Y así, son tantas aventuras y amigos. Unos presentes y otros convertidos en figuras invisibles.

Pero decirme poeta, no. Nunca me he calificado como tal. Me parece como un acto de pedantería decir que soy poeta. Que lo diga quien lo crea así. Respeto mucho esa palabra. Sí, escribo poemas. Que haya poesía en ellos, bueno, eso me halaga. Y me hace sentir muy bien.

-¿Cómo te alcanza la pobreza?

-No me considero un hombre alcanzado por la pobreza. No tengo propiedades materiales. La pobreza es un destino terrible cuando se materializa. Ser pobre es un estar en el lugar no indicado. Como deja ver Juan David García Bacca: somos personas, pero a veces somos vistas como cosas, “cosificados”. La pobreza es una cosa. Nunca me alcanza porque no se lo permito. Respiro con palabras para que no me pongan al margen.

La poesía es un acto de rebeldía contra cualquier poder. Y la pobreza es un poder creado por otro poder. Cuando veo la ruina moral, la ruina humana traducida en cuerpo me envuelve la derrota que quieren que sea permanente. Entonces, llegan las palabras y me rescatan. Un rostro acuchillado por la miseria, que va más allá de ser pobre, traduce sin equivocación la perfidia y maldad humanas. Por eso creo que hay que motivar a quien hace de las palabras una herramienta para enfrentar todas las pobrezas.

La pobreza verbal está anclada en la miseria.

Alberto Hernández, poeta – “Me abruma el silencio”
Foto cortesía/ Tatiana Hernández Cobo

-¿Qué es el llano para ti?

-El Llano, los llanos. Es una pluralidad de sentimientos y motivaciones. Es un legado. Es la herencia que mis abuelos y padres me han dejado. Los parientes míos que llegaron de Canarias y se instalaron en el fundo “Los Isleños”, por el lado de mi padre, esos que tienen sangre española e italiana, sumados a los de madre, también canarios y africanos, traducen desde su acento el Llano como figura real y literaria.

El Llano es un texto que nos recorre. Una poética del llano, la de Pancho Lazo Martí:

…el llano es una ola que ha caído, el cielo es una ola que no cae”.

Mejor definición, no hay.

Y así la poesía: una extensión infinita. Muchos senderos, lugares que encontrar. El Llano, sus misterios, sus noches apretadas. Sus días en exceso soleados.

Mar seco y cielo. Agua y desierto. Silencio y poesía. Eso es el Llano para mí.

EL IDIOMA QUE HABLO

-¿Cuál es tu gran pasión?

-El idioma que hablo convertido en milagro. Es decir, la poesía, la escritura. Por allí se asoman siempre Sánchez Peláez, Eugenio Montejo, Rafael Cadenas, Elizabeth Schön, Miyó Vestrini, Hanni Ossott… Salvador Garmendia, Enrique Bernardo Núñez, Adriano González León… para nombrar sólo a algunos de mis amores venezolanos. Las palabras, el idioma español. Nuestro acento.

Por supuesto, esa respuesta debe tener varios perfiles. Soy padre y como tal tengo en mis hijos y nietos la pasión más hermosa. Mis hijos son ese idioma que compartimos en poesía. Todos mis hijos son artistas, como muchos de mis sobrinos: el canto, la danza, la fotografía, la poesía… las palabras que nos unen y desunen a veces. Y vivir plenamente para poder disfrutar de esas voces, de esos sonidos e imágenes que nos elevan.

-¿Qué le ha aportado el periodismo a tu poesía?

-Hay una estrecha relación entre ambos oficios. Y digo oficio porque el periodismo, como la poesía, lo son, aunque se hayan profesionalizado. Oficiar es darse. Es un servicio público. Y la poesía igual.

Del periodismo, el inmediatismo. El ojo presto a seleccionar lo que vale la pena escribir para revelar la verdad. Una verdad. La poesía es un ojo que lo mira todo: describe, detalla y hunde su puñal en lo más profundo. La poesía, al contrario, no tiene verdades. Ese inmediatismo favorece porque el que ejerce la poesía tiene la realidad tan cercana que la convierte en otro lenguaje, en otro estadio de conocimiento.

Una buena nota de prensa, concebida como proyecto verbal, podría acercarse a un poema. Ya los géneros han pasado por encima de los cánones. De manera que el periodismo ayuda a escribir, enseña a ver, a usar todos los sentidos. A perder el miedo.

-¿Qué le ha aportado la poesía a tu periodismo?

-Una mejor escritura. Una mirada más humana. La poesía, más allá de la ética, podría ser una maldición. El periodismo es una ética. Es un oficio donde se evidencia la realidad como evento terrible o auspicioso. Y la poesía también. Aunque no se mide la poesía con rasero de la moral. El periodismo informa, construye conciencia a través de un buen reportaje, de una opinión. Igual la poesía. Sólo que son técnicas diferentes en términos clásicos o tradicionales. Hoy día, en cambio, leo poemas como textos informativos o como reportajes. Una potente poesía joven está en eso y lo celebro. En estos tiempos aciagos la calle es un reportaje. Leo “Patria”, de Armando Rojas Guardia; “Estado de sitio”, de Rubén Osorio Canales; “Salvoconducto”, de Adalber Salas Hernández, “Ojiva”, de Néstor Mendoza; “Los futuros náufragos”, de Yéiber Román; “Kerosén”, de Valentina Fuentes; “El jardín de los desventurados”, de José Manuel López D´Jesús, y siento que el periodismo ha estado allí, como una enseñanza. Bien vale nombrar la experiencia de Miguel Otero Silva, Héctor Mujica, Sanoja Hernández, Oscar Guaramato, José Pulido, Uslar Pietri… el periodismo como otra mano para escribir poesía.

-¿Qué le ha aportado el teatro a tu escritura?

-La aventura. La acción, los diálogos. Si leo poesía en voz alta podría aparecer un personaje. Y ese personaje se traduce en lenguaje. Esa voz musical oficiosa, cuidada. Pero bueno, también aparecerán las opiniones de si es recitación o declamación, y las palabras “pavosa, retro”. La vieja universidad, tanto nuestra UCV como otras del mundo, tenían en sus programas la Declamación como asignatura. Claro, no se va a parar usted a esta altura de la historia ante el público a engolar la voz o a hacer gestos teatrales. Claro, una cosa es la poesía y otra el teatro, pero se alimentan. Leer a Shakespeare o el teatro de Cervantes es declamar, en su original.

Hay una manera de leer, una manera de decir la poesía. Sin imposturas, sin monerías. No: se debe leer con claridad, con buena pronunciación. He ido a recitales donde salgo mareado. El poeta o la poeta no saben leer. Medir los versos con la entonación. Oír, por ejemplo, a Neruda leyendo su poesía es un verdadero sacrificio. Haber hecho teatro me enseñó a leer en voz alta. Así, la poesía es el personaje.

Alberto Hernández, poeta – “Me abruma el silencio”
Foto cortesía/Alberto H. Cobo

EL SILENCIO

-¿Pensaste alguna vez que el país llegaría a estar como está?

-A veces lo pensaba, pero como todo pendejo ilusionado, me desdecía. Con la madurez comencé a ver que algo iba a ocurrir. Yo venía de la militancia y había viajado un poco. Tenía como dirigentes a gente que estaba equivocada, pero era gente brillante, decente, leída. Escribía libros y sabía hablar. Esto que nos está pasando no tiene nada que ver con aquellas equivocaciones y con aquellos personajes ilustrados. En medio de la democracia hubo cambios de rumbo de algunos sujetos de esa dirigencia. Esto no tiene nada que ver con un Héctor Mujica, un Jesús Sanoja Hernández, un Moisés Moleiro, un Américo Martín, un Teodoro Petkoff… no, esta cosa es delincuencia común.

Hoy, en medio de esta tragedia, hay que buscar la manera de salir de esto y repensar el país, hacerlo otro.

-¿En qué lugares de tu caminar cotidiano sientes la falta de Harry Almela, y de tantos valores como él, que se nos han ido?

-Coño, José, en el silencio. Me abruma el silencio. En la soledad. Con Harry visité muchos lugares del país. Leímos y discutimos. Harry Almela hace una falta muy grande. Por su inteligencia, su manera dura y a veces áspera de abordarlo todo y luego descubrirlo tierno frente a un niño o un amigo. Son tantos los compañeros de viaje que se han marchado con sus maletas a otro país del cual no retornarán.

En un café, en una sala de lectura, en las universidades, en las calles, en el nombre Mariara o Maestranza “César Girón”, en “Instrucciones para armar el meccano”, en muchos paisajes por donde camino se aparece un recuerdo y sonrío.

-¿Hacia dónde va tu poesía?

-No sé, querido amigo. Ella me llevará. No sé hacia qué lugar. Espero que me siga acompañando como sea: bien vestida, recién bañada, sucia, desnuda, loca, sorda o muda. Creo que seguiré el consejo de mi paisano y profesor Manuel Bermúdez, quien un día me dijo con su particular acento: “Tú eres poeta porque no eres sifrino”, y apuntó con el dedo hacia otro lugar. Por supuesto, risa para calmar la mirada de quien sigue siendo nuestro maestro.

LO QUE SE VOLVIÓ POESÍA

-¿Qué parte de Maracay se volvió poesía en ti?

-Su gente. Hay lugares especiales, pero que hoy da dolor visitarlos. Esos inventos que Juan Vicente Gómez dejó como legado. Da pena sentirlos solos, inútiles. Quedan los recuerdos. Esta era una ciudad animosa, democrática, abierta, generosa. Lo sigue siendo, pero triste, desolada, embasurada, porque los invasores, para usar el título de una obra de teatro, han convertido la ciudad en un verdadero mercado de perversiones y negocios turbios.

Como toda ciudad militar, el asco es una normativa sanitaria.

-¿Sufres la distancia, la separación de parte de la familia?

-La separación… el éxodo, el exilio. Los hijos, los nietos, los amigos. Hace poco uno de esos casi atildados de la cultura de Maracay, solapado en una suerte de venganza personal y atávica, me dijo que no había exiliados, que había emigrantes económicos. Me dieron ganas de hablarle de Carlos Marx en el alemán que no hablo. Resulta que todo éxodo es político. La gente no se va porque no tenga qué comer, que es verdad que por eso se va, pero huye realmente por las criminales políticas económicas de los dictadores. La economía es manejada por entes políticos, por eso todo exilio, toda movilidad más allá de la frontera, lleva la marca política en la frente.

Hay mucha angustia y dolor. Los hijos y los nietos crecen en otros países mientras uno trata de crecer en el que nos hemos quedado. En el insilio que nos han impuesto. Son crecimientos, experiencias, aprendizajes. Todo aprendizaje tiene su lado doloroso.

José Pulido, poeta y periodista venezolano. Reside en Génova, ciudad de Italia.

 

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