Diles que no me maten

Diles que no me mate

 

VÍCTOR SUÁREZ –

En lo que va de septiembre, el periodista venezolano Alonso Moleiro ha escrito nueve piezas para el diario El País, de España. Cuatro de esos análisis han sido dedicados al convulso estado de la oposición criolla, a raíz de la decisión de Henrique Capriles de participar en las elecciones parlamentarias de diciembre. Dos a los indultos de 110 prisioneros y perseguidos políticos. Uno a la grave escasez de gasolina en el país. Y los dos últimos se enfocaron en el creciente aumento de las presiones internacionales sobre el régimen de Maduro (Informe de la Misión de Verificación de Hechos ante el Consejo de DDHH de la ONU) y a las respuestas del indiciado.

Ninguno de esos trabajos periodísticos se ha referido a un supuesto Informe del Grupo de Lima, documento fantasma al que se ha aferrado Nicolás Maduro para estigmatizar y exponer al odio chavista al periodista de El País, quien también escribe para TalCual y Punto de Corte, entre otros medios en Caracas.

¿Las invectivas de Maduro en TV constituyen una amenaza contra el periodista Moleiro? Quien diga que no, es un iluso. Y peor, si es o ha sido periodista.

(El hijo de Moisés Moleiro se ha degradado, vende credenciales de izquierda, ahora es ultraderechista, según Maduro): “Utiliza la mentira, la sucia mentira del informe del Grupo de Lima contra mí, como presidente. Contra Venezuela” (además).

En octubre de 2018, Conatel clausuró el programa Gente de Palabra, que Alonso Moleiro conducía junto a Estenif Olivarez en Unión Radio. “Es la tradición de la dictadura…  El acoso ha sido selectivo y progresivo”, señaló en esa ocasión.

“Así como Alonso Moleiro, tienen cien, doscientos, trescientas plumas que escriben para cien, doscientos, trescientos periódicos (y) páginas web del mundo”, acuñó Maduro en TV el jueves 24.

Maduro sigue considerando a El País un medio de gran influencia universal. Jura que toda prensa independiente es “enemiga de la revolución”, y, sus periodistas, simples amanuenses. El País, en particular, ha recibido su ración de intolerancia. Ibsen Martínez, columnista, tuvo que exiliarse en Colombia, lo mismo que los corresponsales Alfredo Meza y Ewald Scharfenberg. No le hace falta a Maduro amenazar de muerte a Moleiro, como tampoco a Vladimir Padrino soltar sus jaurías contra Sebastiana Barraez. Diosdado Cabello se reía en TV de las agresiones en enero de este año, en las afueras de la Asamblea Nacional, sufridas por Francesco Manetto, corresponsal de El País para la región andina, pero quizá le habría gustado más que no resultase vivo de la golpiza.

Muchos corresponsales extranjeros han sido retenidos, desprovistos de credenciales y expulsados del país, como está haciendo el dictador Lukashenko en estos momentos en Bielorrusia. “Desde agosto de 2016 (hasta 2017), a más de 20 periodistas y colaboradores de medios de comunicación de nueve nacionalidades diferentes, les han impedido entrar a territorio venezolano o han sido expulsados del país”, apunta Reporteros Sin Fronteras. “39 reporteros extranjeros y corresponsales han sido retenidos en el gobierno de Maduro”, añade esta ONG. Maduro jamás ha dicho en público: “Expúlsenlos… reténganlos”.

Poncio Pilatos nunca azuzó a sus turbas, como caricaturiza la canción de Bobby Cruz y Richie Ray: “Que suelten a Barrabás, pedían los fariseos…” Fidel Castro nunca ordenó en la Plaza de la Revolución que borraran de la historia cubana a Carlos Franqui, el gran periodista de la Sierra Maestra, director de Radio Rebelde y del impreso oficial Revolución. En sus One hundreds and forty conversations with Molotov, el periodista y memorialista ruso Felix Chuyev destaca una frase del Comisario del Pueblo y canciller soviético entre 1930 y 1957: “No esperábamos a que nos traicionaran, nosotros tomábamos la iniciativa y nos anticipábamos a ellos”. Stalin había decretado el Régimen del Terror, pero no aparece ningún discurso suyo, ni público ni puertas adentro, en el que ordenara la ejecución de 1.108 de los 1.966 delegados que habían asistido al XVII Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1934. A su propia gente. Ni a los millones de fallecidos que dejó su estela sangrienta. En su delirio faraónico, Chávez convirtió a Martín Pacheco, excelente reportero, en mayordomo de palacio, y a editores herederos en siervos ornamentales, mientras destruía la base material y espiritual de la industria editorial venezolana.

No es cuestión de matices ni de lexicografía. Las palabras de los tiranos tienen consecuencias letales, muchas de ellas inmediatas. Remilgos, a esta hora tan negra (“Maduro no amenazó a Moleiro”), no son más que muestras de resortes vencidos y/u oxidados que ya ni defenderse quieren.

Víctor Suárez, periodista venezolano. Reside en Madrid, España.

 

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