SEBASTIÁN DE LA NUEZ – 

(En la presentación del libro En (des)uso de razón, antología de la obra del poeta Caupolicán Ovalles)

Cinco voces, cada una con su propio registro, hablando de un poeta venezolano que murió en 2001. Y todo tuvo una perfecta sintonía con los tiempos que corren, en Venezuela y en el mundo internacional de la poesía, vasto y multisápido.

Cinco autoridades, cada quien desde su propia tarima, hablando en Sin Tarima, una casa de libros profusamente esparcidos en un rectángulo no muy amplio. Es, sobre todo, lugar de encuentros cercanos en la madrileña calle de Magdalena. La atendía esta noche uno de sus socios, Santiago Palacios.

Carmen Virginia Carrillo (Universidad de los Andes), didáctica y puntillosa, hablando sobre el poder de subversión de una poesía no retórica, sí irreverente. Juan Carlos Chirinos, escritor venezolano radicado en España, poniendo en autos a la audiencia sobre la recurrencia de los trujillanos en aventuras intelectuales y, además, señalando la influencia de la generación beat en la poesía de los sesenta y setenta en Venezuela; J.J. Armas Marcelo, escritor canario devoto de Caracas y La Habana, recorriendo con nostalgia años y amistades, pródigo en anécdotas; Carmelo Chillida, profesor y poeta, cuyo hijo Miguel hizo la «curaduría» para la edición de En (des)uso de razón, epicentro de la reunión en Sin Tarima.

(Por cierto, esta obra ha sido presentada ya en Caracas y Miami; ahora, Madrid. En lo sucesivo, tomando en cuenta el tamaño y el poder de la diáspora venezolana, habrá que pensar el mercadeo de la cultura criolla en esos términos itinerantes, globales.)

El otro que habló en el foro, conversatorio, reunión o como quiera llamársele, fue Manuel Ovalles, el hijo propiamente dicho del poeta ausente pero presente. Manuel es motor de todo este proyecto, junto con Miguel Chillida y el poeta ucabista Miguel Marcotrigiano. Explicó cómo había sido el desarrollo editorial que, en su camino, impulsó incluso la creación de la Fundación Caupolicán Ovalles.

Hay bastante información en Internet complementaria. Cabe resaltar, acá, el clima del encuentro que se produjo en las catacumbas de la librería de la calle Magdalena, a las cuales se accede bajando unas escaleras que pudieran resultar asesinas bajo ciertas circunstancias etílicas. Fue ese tipo de ambiente en el cual conferenciantes y auditorio compartieron algo intangible pero muy sólido y cálido. No solo camaradería, intercambio sobre la memoria común, interés por las artes y la bohemia caraqueña; no. De allí salió la gente sintiéndose más acompañada.

En algún momento, tras las palabras iniciales de cada quien, se habló de la arremetida adeca en los años sesenta tras «Duerme usted, señor presidente». Cierto, fue feroz. Hubo represalia, hubo censura. Alguien anotó que ni esa represalia ni esa censura hubiesen sido posibles en tiempos maduristas: les haría falta, a los de ahora, el noble ejercicio de la lectura para enterarse de lo que, según sus cánones, toca reprimir.

Al final, en efecto, hubo un amigable vino de Extremadura derribando barreras entre los asistentes, si es que había alguna barrera que derribar hasta ese momento.

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