JOSÉ EGIDIO RODRÍGUEZ –

-Yo soy, granadinos, un hijo de la infeliz Caracas, escapado prodigiosamente de en medio de sus ruinas físicas y políticas.

Así expuso Simón Bolívar su procedencia, en el primero de sus grandes documentos políticos, el Manifiesto de Cartagena, escrito el 15 de diciembre de 1812 en esa ciudad capital de la provincia de Cartagena, del virreinato de Nueva Granada. Había llegado de Curazao a mediados de octubre, después de abandonar a Venezuela.

Y en el texto además de enumerar las razones por las cuales se perdió la I República de Venezuela, solicita apoyo para liberarla. Lo obtuvo, y el 29 de diciembre de ese año, tras una breve campaña fluvial en el rio Magdalena, partió desde Mompox con 400 hombres de esa ciudad, mas los que se fueron incorporando, para tomar Ocaña, y de allí a Cúcuta, y luego a territorio venezolano, en lo que se conocería como la Campaña Admirable, al final de la cual en Caracas, en 1813, le proclamarían con el titulo de El Libertador.

En la estatua en su honor en Cartagena se lee: “Si Caracas me dio la vida, Cartagena me dio la gloria”. Y la provincia, que ahora es Departamento, lleva su nombre: Bolívar.

Pero así como le dieron la bienvenida en Cartagena, la Heroica, tiempo después, el 25 de septiembre de 1828 intentarían asesinarlo en el palacio de San Carlos en Bogotá.

Colombianos y venezolanos, no nos conocemosY es que, como lo sostenía el malogrado líder Luis Carlos Galán, “Colombia produce lo peor…y lo mejor en el género humano”, que podemos aplicar a aquellos que abrazan a los venezolanos recién llegados, y a los que los azotan con el garrote vil.

No es el único país. En su artículo titulado “Solidaridad de mentira” del 20 de noviembre de 2018, en el diario El Nacional, el periodista Ramón Hernández escribió que “demasiadas naciones han mostrado su feo rostro a los migrantes y retornados. En los discursos sobran las palabras solidarias, pero en los vericuetos de la burocracia abunda el papeleo absurdo”.

Y agregaba: “poco falta para que exijan declaraciones de indigencia notariadas y apostilladas”.

Detrás de Simón Bolívar han llegado venezolanos escapados de su país, exiliados (entre ellos Rómulo Betancourt, Raúl Leoni, Valmore Rodríguez, Pedro Juliac) huyendo de la persecución política, o en procura de educación escolar, a Bucaramanga, Norte de Santander, Bogotá, Medellín, Santa Marta y otras ciudades, y también en búsqueda de oportunidades laborales, en el comercio, la industria, la cultura y los servicios.

Y esa presencia que se ha acentuado en las últimas dos décadas ya ha generado impactos positivos, en la industria petrolera, en sectores culturales, en iniciativas comerciales e innovaciones tecnológicas.

MIGRACIÓN SIN CAUCES

La migración venezolana, al comienzo tímida, luego moderada, pero ahora explosiva fuera de cauces, es un inmenso desafío, no solo para el gobierno sino para toda la sociedad colombiana, que observa a una nueva población donde hay de todo, desde los que viajan por avión, como los que arriban por autobús, o simplemente a pie tras cruzar los puentes internacionales y trochas, en largas jornadas que los llevan hasta donde les da el ánimo y las fuerzas físicas. Se trata de profesionales, comerciantes, amas de casa con sus hijos, profesores y maestros, artistas, oficinistas, obreros y toderos; gente ilustrada y gente marginal, ex policías, ex militares, y colectivos. O como clasifican en Colombia, gente de los estratos 1 al 6, de los más humildes a los más acomodados financieramente. De lo bueno y lo malo.

En el curso de los años 2017 y 2018 se estima que han ingresado a Colombia alrededor de un millón de personas procedentes de Venezuela, y las páginas rojas de los diarios, y portales cibernéticos colombianos ya registran el accionar delictivo cometido por algunos de estos inmigrantes, o en su contra. En noviembre la prensa de ese país dio a conocer que un venezolano, abogado, quien trabajaba como vigilante en un restaurante en Cartagena, murió asesinado. También se informó –otra vez- sobre la explotación sexual de venezolanas en Bogotá.

El 21 de noviembre hubo desmanes en la capital de la República en el centro de acogida a venezolanos “El Camino”, que motivó la intervención policial tras la cual detuvieron a 14 ciudadanos de Venezuela, siete de los cuales intentaron fugarse pero fueron aprehendidos nuevamente, y posteriormente las autoridades de migración de Colombia los expulsaron del país.

El director general de Migración Colombia, Christian Kruger Sarmiento, precisó el 22 de noviembre que no se permitiría que unos cuantos dañen todo el trabajo que vienen adelantando los alcaldes y el Estado colombiano, por asistir al pueblo venezolano que lo necesita, sino que, además, afecten la imagen de los venezolanos de a pie, que han llegado a Colombia no por gusto, sino por necesidad.

En algunos medios digitales se especuló con la posible presencia de guardias nacionales y colectivos en esos incidentes.

Los inmigrantes venezolanos llegan, en muchos casos, a un país desconocido, a pesar de que miles, millones de colombianos vivían en Venezuela donde compartieron las costumbres, vivencias, creencias y valores de su nueva tierra. Y cientos de miles de esos venezolanos que están entrando a Colombia son colombianos con doble nacionalidad, o descendientes de colombianos.

Y vuelvo a citar a Galán: “a pesar de vivir juntos no nos conocemos”

No nos conocemos, pero estamos comenzando a percibir otras realidades, derivadas del trato directo entre poblaciones y no basadas en estereotipos y prejuicios. Es un choque inicial entre dos modos de vivir, entre dos culturas.

Hay otra dimensión para conocernos, y desvelar los misterios, fábulas, mitos y leyendas sobre los “otros”, aquellos, esos, ellos. Es la del encuentro en terceros países, y en esa dimensión los colombianos nos llevan una morena de ventaja pues durante mucho tiempo Colombia fue un país de emigrantes, hacia todo el mundo, no solo hacia Venezuela.

DIÁSPORAS ENTRELAZADAS

Hoy venezolanos y colombianos se conocen y reconocen en Lima, Quito, Ciudad de México, Madrid, Barcelona, Quebec, Melbourne, Londres, Miami, Nueva York, Buenos Aires, entre tantas ciudades y pueblos.

Para los colombianos que se fueron de su país, empujados por la violencia, o por el hambre, y que ahora regresan a sus lares, la realidad es la misma en algunos aspectos, pero ha cambiado en muchos otros. Su economía se ha diversificado un poco, pero sigue atada principalmente a los productos primarios para la obtención de divisas legales. En el campo social, la desigualdad tanto personal como regional, persiste en general aunque con algunos progresos en algunas regiones.

Cambiar la estructura política, reflejo de la organización social, cultural y económica del país, siempre ha sido conflictiva, en Colombia. Pero en este país andino y amazónico, ubicado entre el Pacifico y el Atlántico, varios de quienes se han asomado a la posibilidad de obtener el poder, en contra de lo prevaleciente, han pagado con sus vidas tal pretensión.

VIOLENCIA ORIGINARIA

Colombianos y venezolanos, no nos conocemosEl 9 de abril de 1948 fue asesinado en Bogotá Jorge Eliezer Gaitán, dirigente del Partido Liberal, y candidato para las elecciones presidenciales que se celebrarían en 1950. Al conocerse su muerte, Bogotá explotó, en lo que se denominó el “Bogotazo”, y se calcula que murieron entre 500 y 3.000 personas, además de saqueos y destrozos generalizados en edificaciones públicas y privadas.

En los siguientes diez años Colombia vivió un periodo de luchas entre liberales y conservadores de graves consecuencias, conocido como “La Violencia”, cuyo resultado, tan solo en pérdidas humanas se estima entre 200 y 300 mil muertes.

En agosto de 1989 visitó a Venezuela, donde ya había estado 20 veces otro candidato liberal, y también con la primera opción de obtener la presidencia de su país en las siguientes elecciones: Luis Calos Galán.

El 10 de agosto dispensó una visita al diario El Universal donde le hicimos una entrevista. El 18 fue asesinado en la población de Soacha, Colombia, por encargo del jefe del cartel de Medellín, Pablo Escobar Gaviria, quien había sido instigado por Alberto Santofimio Botero, político liberal colombiano, para que lo eliminara, pues Galán favorecía la línea de retomar la extradición de los capos de la droga, solicitados por la justicia de EEUU.

Escobar Gaviria había reunido a los principales capos de la droga en un grupo denominado “Los Extraditables”, cuyo motivo era oponerse a su despacho obligado hacia una penitenciariia en el Norte, y en un comunicado dado a conocer el 6 de noviembre de 1986 sostenían que “preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos”.

No estaba en pizarra esperando turno al bate, pero por deseos de un hijo de Galán, Juan Manuel, se transfirió a Cesar Gaviria el mandato popular que envolvía a Galán, y Gaviria obtuvo la presidencia.

En esa entrevista publicada en El Universal se abordaron temas que siguen estando vigentes, en espera de nuevas definiciones, compromisos y arreglos sociopolíticos. Hay, entre otros, un aspecto radical de la cultura que ensombrece toda consideración, que condiciona cualquier arreglo: el narcotráfico, una variable clave para entender la violencia y la corrupción.

TOBOGANES ECONÓMICOS

Las magnitudes socioeconómicas pueden medirse, entre 1989 y 2018, e incluso podemos comparar algunas correspondientes a Venezuela y Colombia, para dar idea de lo que encontrarán los inmigrantes venezolanos.

De acuerdo con la DANE (Dirección Administrativa Nacional de Estadística), la población residente en Colombia para noviembre de 2018 era de 42 millones 800 mil habitantes. En 1989 el censo de población dio 33.446.912 habitantes.

Según la Agencia Nacional de Hidrocarburos, ANH, de Colombia, la producción petrolera en Colombia en 2017 fue de 854 mil barriles diarios y se estima que la de 2018 sea de 858 mil b/d. Antes de 1986 la producción era menor a 200.000 b/d. pero para 1999 había subido significativamente, a 815 mil b/d.

En Venezuela cuando Luis Carlos Galán estuvo de visita en 1989, la producción de crudo alcanzó los 3 millones y medio de barriles diarios. En 2018 de acuerdo con las estimaciones del profesor del Cendes-UCV, Rodrigo Pereza, la producción de crudo estará en un millón 200 barriles diarios, o sea 438 millones de barriles en el año. Y si tomamos como ciertas las estadísticas recogidas por la OPEP, en octubre de 2018 la producción de crudo cerró en 1.118.000 b/d.

Quizá lo que más sorprenda a los recién llegados a Colombia sea el IPC, el Índice de Precios al Consumidor, si se le compara con el de Venezuela, que es millonario. En 1998 el IPC en Colombia fue de 26,12 por ciento, en tanto que para 2018 alcanzaría a 3,46 por ciento. En Venezuela el IPC correspondiente a 1998 fue de 35,6 %. El último año que el Banco Central de Venezuela, BCV, hizo el estudio correspondiente al IPC fue en 2015, que se estimó en 180 por ciento de crecimiento anual de los índices de precios que conforman el índice general. Por su parte el FMI, el Fondo Monetario Internacional, proyecta un crecimiento del IPC en 1.370.000 en 2018.

Y en al ámbito bilateral, en los años 90, dice diplomático venezolano Fernando Gerbasi, en su libro “Testimonio de una diplomacia activa”, Colombia pasó a ser el primer mercado para los productos venezolanos diferentes al petróleo y, nosotros, el segundo mercado para las exportaciones no tradicionales de Colombia.

Hoy ese comercio bilateral es inexistente, y ese quiebre contribuye a crear miles de desempleados, tanto en el sector comercial, como el de manufacturas.

Sostiene Gerbasi en ese libro que: “La integración comercial y económica adelantada por Venezuela y Colombia en la década de los 90, desde 1991, amén de convertirse en el eje de la integración andina, representó un apoyo fundamental para la diversificación, la innovación y la competitividad de la oferta exportable de ambos países, de crecimiento e internacionalización de sus economías, de beneficios para el consumidor y de aporte en la generación de empleos.”

LA RUTA DE LAS DROGAS

Sin el poder del narcotráfico, Luis Carlos Galán probablemente estaría vivo. El campo de la producción de drogas ilícitas tiene en Colombia una fortaleza de difícil asedio. Allí se cultiva, procesa, distribuye, consume y se «lavan» finanzas provenientes del narcotráfico. Es dinero que ingresa a la sociedad, a su economía y al conflicto interno. No obstante, el grueso de lo que produce financieramente, se queda en otros países, entre financistas, transportistas y sujetos de la cadena de distribución. No se trata del único productor en el ámbito mundial, ni tampoco en el regional, pero es innegable que durante la década de los ochenta y noventa del siglo XX pasó a ocupar primacía en cuanto a la cantidad de hectáreas sembradas, y al procesamiento de la coca y amapola, para su transformación y exportación en forma ilícita. En 2018 es el líder indiscutible.

El narcotráfico ha tocado a todos los sectores en Colombia: militares, policías, sacerdotes, civiles, amas de casa, hombres, mujeres, jóvenes, ancianos, citadinos y provincianos, profesionales y técnicos, agricultores y comerciantes, guerrilleros y paramilitares. Pero Colombia no ha sido pasiva; se le puede recriminar muchas cosas pero no se le puede acusar de timidez en la guerra contra el tráfico ilícito de drogas, con su secuela de víctimas que incluye a jueces, fiscales, policías, soldados, periodistas, o simples ciudadanos que estaban en el lugar equivocado, a la hora indebida, cuando cayeron muertos.

Galán decía que el problema del narcotráfico no se podía abordar tan solo del lado de la producción. Es un problema mundial. Y países como Venezuela están integrados a la red de tráfico.

Durante 5 siglos nuestros indígenas usaban la coca y la marihuana, y no tenían nada que ver con el resto de la sociedad. Cuando llegó el Cuerpo de Paz (creado por el gobierno de John F. Kennedy) a nuestros países, les gustó.

Se estima que un 80 por ciento de la exportación de coca que llega al mundo desarrollado proviene de Colombia, y una parte de ella pasa por los países vecinos en ruta hacia Estados Unidos y Europa, como lo atestiguan los frecuentes decomisos en alcabalas, puertos y aeropuertos de los países de transito y de destino. De acuerdo con la DEA (Drug Enforcement Agency) el 92 por ciento aproximadamente de la cocaína incautada en Estados Unidos proviene de Colombia, un 6 por ciento de Perú y 2 por ciento de otros países.

Un informe de la Policía Nacional de ese país revelaba que a Colombia ingresaban de contrabando el 70 por ciento de los insumos que se requieren para procesar la coca y la amapola, de modo que la propia Colombia aportaba el 30%. De Venezuela salía metanol, acetona, gasolina, cemento, anhídrido acético, permanganato de potasio y thinner (un disolvente muy utilizado en esta industria).

Decir que las drogas transformaron el panorama político y social colombiano, y facilitaron el crecimiento de las guerrillas y los paramilitares, suena como un dogma, pero ciertamente el ingreso de narcodólares al conflicto interno facilitó recursos significativos para las guerrillas y paramilitares para dedicarlos al mantenimiento del pie de fuerza, la compra de armamento y equipos bélicos, con sus consecuencias de reforzamiento y extensión de la violencia.

A pesar de una fuerte disminución en el área de cultivos y la producción entre 2007 y 2012, las tendencias a partir de 2013 muestran un aumento en la producción. Se estima que entre 2014 y 2015 los cultivos cocaleros aumentaron un 39 por ciento, pues de una superficie de 69 mil hectáreas subió a 96.000 hectáreas, de acuerdo con la UNODC, la Oficina de las Naciones Unidas para el Control de las Drogas y el Crimen. Eso en cuanto al área neta con cultivos de coca. En cuanto al área afectada por cultivos de coca, en 2014 la superficie era de 109.788 hectáreas y en 2015 era de 126.953 hectáreas, o sea un incremento del 16 por ciento.

Los datos mas recientes de esa Oficina de la ONU indican que en 2016, la superficie de cultivos de hoja de coca era de 146 mil hectáreas, en tanto que para 2017 había subido hasta 171 mil hectáreas, o sea un aumento del 17 por ciento.

Al contrario de lo que ocurre en México, donde predominan los carteles, entre ellos, el de Sinaloa, Jalisco, y los Zeta, en Colombia el 60 por ciento de los movimientos de narcotráfico hacia EEUU lo hacen pequeños grupos, en el sur del Pacífico.

En 1999 el presidente Andrés Pastrana, autorizó las extradiciones después de la aprobación del Congreso Nacional, sin retroactividad y no aplicable a delitos políticos. Antes de ese año hubo extradiciones hasta agosto de 1990, pero luego se suspendieron.

El primero que se montó en un avión de la DEA con rumbo al Norte fue Jaime Orlando Lara, jefe de un cartel de heroína, el 21 de noviembre de 1999. Ese mes le seguirían dos extranjeros, el venezolano Fernando José Flores Garmendia “El gordo”, y el cubano Sergio Bravilio González. Hasta 2015 habían sido extraditados a Estados Unidos 239 colombianos, entre ellos Fabio Ochoa, Raúl “El loco” Barrera, Carlos Lehder, Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela y Salvatore Mancuso, líder de las AUC, las Autodefensas Unidas de Colombia.

Otro que también fue extraditado, pero no por narcotráfico, sino por ser uno de los lideres de las FARC, fue Juvenal Ovidio Ricardo Palmera, alias “Simón Trinidad”, debido a que esa guerrilla secuestró a tres norteamericanos que trabajaban como contratistas para el Pentágono, como parte del Plan Colombia de lucha antidrogas: Marc Gonsalves, Thomas Hewes y Keith Stansell. El avión en el que se desplazaban se accidentó y realizó un aterrizaje forzoso el 13 de febrero de 2003, en el departamento de Caquetá, y fueron capturados por las FARC, que los mantuvieron en cautiverio hasta el 1 de julio de 2008, cuando fueron rescatados en una operación del ejército colombiano, en el departamento del Guaviare. Junto a ellos estaba también secuestrada la ex candidata presidencial Ingrid Betancourt y 11 militares colombianos.

Hoy ya no viven ni Manuel Marulanda, alias “Tiro Fijo”, ni Jorge Briceño, “El mono Jojoy”, líderes de las FARC, y esa guerrilla no existe como organización luego del Acuerdo de Paz firmado durante el gobierno de Juan Manuel Santos en 2016. Persisten sí focos de antiguos frentes guerrilleros que mantienen el accionar delincuencial.

Algunos de los venezolanos que llegarán a Cartagena, sin un centavo, quizá terminen en condiciones deplorables en una de las invasiones de barrios nuevos, igual que les sucedió a tres curas españoles, Manuel Pérez, José Antonio Jiménez y Domingo Laín Sanz, quienes se establecieron en barrios muy precarios de la Ciénaga de la Virgen, para realizar su pastoral religiosa. Los tres siguieron los pasos del sacerdote colombiano Camilo Torres y se unieron al ELN, y el cura Pérez terminaría siendo el jefe de esa agrupación guerrillera.

Domingo Laín es el nombre del frente de los elenos que actúa en el Arauca, en la frontera con Venezuela; es el frente que efectuó el ataque al puesto fluvial de la armada venezolana en Cararabo, que ha volado el oleoducto Cano Limón Coveñas, múltiples veces, y que somete a la población a secuestros, cobro de vacuna y otras extorsiones como actividades regulares de su accionar.

José Egidio Rodríguez, periodista y diplomático venezolano residenciado en Sacramento, California, EEUU.

 

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