Corresponsales en tierra calienteEVARISTO MARIN

Los grandes acontecimientos del siglo XX y del presente, han tenido en los relatos de los corresponsales de El Nacional las páginas más vibrantes, emocionantes, dramáticas, poéticas y conmovedoras que se pueda imaginar. Ningún otro flanco del periodismo conjuga tanto prodigio.Corresponsañes de mil batallas

Ese texto, pura poesía, que acompaña el encuentro entre una madre y un hijo rescatado de un salvamento marino o de los escombros de un terremoto. La novelística narración de un naufragio. Un amanecer con el Neverí, desbordado y turbulento, convertido en río navegable en todas las calles alrededor de la catedral de Barcelona. La capacidad para dar forma de noticia, en cada párrafo, a los más diversos acontecimientos, exigirá siempre del corresponsal mucha autenticidad, mucha emoción y mucha prontitud. Esto lo convierte en protagonista de un periodismo verdaderamente versátil y muy excepcional.

Los batalladores, afanosos y arriesgados corresponsales de El Nacional, siempre laboralmente muy exigidos, pocas veces bien remunerados y en no pocas oportunidades injustificadamente despedidos, atropellados y hasta ofendidos en su dignidad profesional y humana, tenemos un puesto bien ganado en la historia y trayectoria de este periódico.

Con El Nacional liderado por su fundador, Miguel Otero Silva, viví una época espectacular. En presencia del jefe de información, José Luis Mendoza, el jefe de redacción don José Moradell me saludó muy afectuosamente y me felicitó “por la excelente cobertura de las noticias en Oriente”. Cierta vez el director Ramón J. Velásquez me nominó para jefe de Provincia (eso no fue posible, desafortunadamente).

En este oficio, y lo puedo contar con experiencia propia, uno no tiene tiempo ni para sustos. En Ciudad Bolívar, los proyectiles silbaron atronadores sobre mi cabeza cuando el jefe de la guarnición militar ordenó dispersar, frente a los tribunales, a una multitud que amenazaba con linchar a dos esbirros de la Seguridad Nacional, la policía política del dictador Pérez Jiménez. A las puertas del bar España, un ebrio reventó una botella de cerveza contra el casco de un soldado y el teniente coronel Niño, gritó ¡Fuego! Fitzi Miranda y yo logramos refugiarnos en el zaguán de una casa.”Abran la puerta, soy Fitzi”, dijo el fundador de Radio Bolívar. Eso ocurrió en 1958. Una joven maestra se desplomó muerta sobre la calle, desde lo alto de un balcón.

Cuando regresábamos de la isla del Degredo, en la cual fueron explicadas las obras preliminares para el futuro Puente Angostura, en la parte más angosta del Orinoco, vi naufragar frente a la Piedra del Medio, a uno de los botes, atestado de funcionarios gubernamentales, empresarios y periodistas. ”Nunca había visto el Orinoco tan furioso”, contaba el gerente alemán del Gran Hotel Bolívar. En aquella y otras dos noches me desperté sobresaltado, temblando. No se me olvidaba que en medio del naufragio, Natalio Valery Agostini, gerente del Banco Regional de Guayana, sacó su revólver y se apoderó de un salvavidas, exclamando amenazante: “a quien intente quitarme este salvavidas, lo mato”. Yo estaba a su lado.

En mis tiempos de corresponsal, el acontecer de muchas zonas geográficas del país me tuvo siempre en primera línea. Primero, de Tucupita a Maracaibo, pasando por El Tigre, Barcelona y Ciudad Bolívar, entre 1957 y 1960. Un día, la lejanía zuliana me venció y regresé a Oriente; otro día volví al periódico desde mi pródiga tierra margariteña de playas y azules (del 61 al 63).

Cuando uno lleva el periodismo en el alma, es la vocación lo que prevalece. Contra la voluntad de mi familia, después de diez años alejado de estos quehaceres, renuncié a un trabajo de alto rango y bien remunerado en la Universidad de Oriente, para volver al duro trajín de la noticia, desde la Corresponsalía de Barcelona. Mi tranquilidad y un halagador futuro universitario quedaron atrás. Cuando los arrepentimientos llegan tarde, lo mejor es olvidarlos. Llevo con gran orgullo haber formado parte del grupo fundador de UDO, en Puerto La Cruz, entre 1964 y 1973.

Es histórico que desde su fundación y por muy largo tiempo, El Nacional asignó a sus corresponsales, un rol muy protagónico en su política editorial. Llegamos a ser 37, toda una legión. La relación del corresponsal con la comunidad dio gran arraigo y popularidad a este diario. “Si lo publicó El Nacional, es verdad”, se oía decir. Este fue un periódico de alta credibilidad. Debo añadir que ese fue el de Miguel Otero Silva, no el de su hijo Miguel Henrique Otero. Hay que diferenciar las dos épocas. Con Miguel Henrique Otero, el rol del corresponsal, como periodista de primera línea, terminó por extinguirse.

Coorresponsales de mil batallas
En la columna izquierda: Heberto Castro Pimentel, Ruben Ferrer Rosas, Absalón J. Bracho y Germán Carías. En la columna central; Alberto Jordán Hernández, Elídes J. Rojas y Luis Cordero Velásquez. En la columna derecha: Guillermo Tell Trocóniz, Francisco Guerrero Pulido y Omar Pérez.

Muchos de los grandes redactores de El Nacional (y debo recordar, entre ellos a mí siempre admirada Francia Natera, Francisco Guerrero Pulido, Federico Pacheco Soublette, Guillermo Tell Trocóniz, Omar Pérez, Germán Carías, Heberto Castro Pimentel, Absalón José Bracho, José Luis Mendoza, Elides J. Rojas, Ildemaro Alguíndigue, Rubén Ferrer Rosas, Alberto Jordán Hernández, Luis Cordero Velásquez, Alí Brett Martínez, Américo Fernández), están en esa larga lista de corresponsales que llenaron toda una gran época. Germán Carías alcanzó gran celebridad con su serie de reportajes “Yo también fui recluso de El Dorado”. La escribió cuando era corresponsal en Barcelona, en tiempos de rígida censura de prensa. “Pérez Jiménez pedía leer cada uno de los reportajes antes de ser publicados”, me dijo cierta vez el propio Carías. El jefe de redacción, Miguel Otero Silva, estuvo muy renuente a permitirle esa proeza. “Tú estás loco, te van a matar”, le advirtió. Eso estuvo a punto de suceder. En Upata y con una barba de dos semanas, Carías y un grupo de presos fueron montados en la parte trasera de un camión y sometidos al mismo bestial trato de todos los reclusos de El Dorado. Tres días después, fue sacado de su lugar de cautiverio, al descubrirse que planeaban asesinarlo. Luis Irureta, un estafador a quien había entrevistado en Barcelona tres meses antes, lo había delatado.

SI ME METES EN ESA MALDITA HISTORIA,
TE ATIENES A LAS CONSECUENCIAS

Con los presidentes me fue bien, pero a Betancourt solo lo pude entrevistar una vez, cuando fue candidato presidencial. Debo recordar, también, que Jaime Lusinchi se molestó mucho cuando, en 1974, Luis Alfonso Ibáñez Piña fue apresado por bígamo en Puerto La Cruz y yo deslicé en un párrafo que su hermana Blanca Ibáñez Piña estaba “muy vinculada a un alto dirigente de AD”. El tono grosero de su voz y su amenaza telefónica (“Si usted mete mi nombre en esa maldita historia, tendrá que atenerse a las consecuencias”), no daban lugar a dudas; pero tuve suerte, todavía no era Presidente. El incidente forma parte de mi anecdotario. En un desayuno propiciado por nuestro amigo Antonio José La Riva López, en la casa de la familia Bustillos –sus parientes, en Clarines-, Jaime admitiría que su reclamo pudo haberlo hecho amigablemente.

Desde Larrazábal hasta CAP y Caldera, todos los grandes personajes del período democrático que siguió a la dictadura de Pérez Jiménez, me dispensaron un trato muy cordial, muy amistoso. En Barcelona, Luis Herrera Campíns no comenzaba sus ruedas de prensa hasta verme a su lado. Por dos veces, el Presidente Carlos Andrés Pérez me hizo invitar a su mesa, al compartir desayunos con los periodistas en Puerto La Cruz.

Corresponsales de mil batallas
Evaristo Marín en una venta de flores y productos de jardinería en Pembroke Pines, Florida, EEUU.

A Betancourt lo entrevisté en la Cámara de Comercio, en Ciudad Bolívar, cuando era candidato presidencial. Es más, me hizo subir a la tribuna, en su mitin de clausura en el Mirador Angostura. “El corresponsal de El Nacional está con nosotros”, dijo entre aplausos en el preámbulo de su discurso. Como presidente, Betancourt nunca dio declaraciones a los corresponsales. Solo declaraba, con exclusividad, en Miraflores. El corresponsal Absalón J. Bracho, quien sufrió persecuciones y varios años de cárcel durante la dictadura por su vinculación con Acción Democrática, nunca se lo perdonó.

Nos volvimos a tropezar con Betancourt en el aeropuerto de Barcelona, muchos años después de su mandato. Estaba de muy buen humor. Agarró el grabador y dijo. “Comienza la entrevista. Ustedes preguntan, ¿qué hace usted presidente por aquí? Yo les contesto: Vengo de Marigüitar, invitado por los Oropeza Castillo, con mis amigos el doctor Larralde y su esposa, una neoyorkina más criolla que el pan de hallaquita. La hemos pasado muy bien, comiendo exquisitos pescados. Ha terminado la entrevista”. Luego, entre carcajadas, con sus amigos y el excanciller Marcos Falcón Briceño subió a la avioneta hacia La Carlota.

EN CARIACO Y EN LA FAJA SENTIMOS LA TIERRA TEMBLAR

Sentir la tierra temblar entre explosiones de un pozo petrolero o en medio de los escombros de un terremoto, no fortalece el espíritu, asusta al más guapo. El reportero gráfico Augusto Hernández y yo estuvimos movilizándonos diariamente por 200 km entre Barcelona y la zona de Bare, para reportar lo que hacía una cuadrilla petrolera para controlar una descomunal fuga de gas en un pozo de la CVP, al norte de la Faja del Orinoco.

El ruido del gas era ensordecedor. La posibilidad de un catastrófico incendio en aquel yacimiento productor de crudo semiliviano, obligó a traer a El Tigre, desde Emiratos Árabes, al famoso extinguidor de incendios petroleros Red Adair. Lo del pozo de la CVP atrajo atención internacional. Omar Lugo, de la agencia Reuters, contrató nuestros servicios para realizar un reporte diario.

Con gran riesgo para sus vidas y bajo la experta dirección de Adair y su equipo, el caporal Agustín Millán y la cuadrilla a su cargo lograron en el sexto día cerrar las válvulas y poner fin a la amenaza de una gran explosión.

También en Cariaco y como si hubiésemos estado vacunados contra el pánico, mi infaltable y arrojado reportero gráfico y yo vimos a mucha gente despavorida ante las frecuentes réplicas sísmicas que siguieron al catastrófico terremoto de julio del 1997. Por más de 48 horas permanecimos cerca de bomberos y voluntarios de Defensa Civil en las humeantes calles de Cariaco, mientras rastreaban sobrevivientes. La aterradora cifra de 83 muertos no era para exponernos de esa manera, pero lo hicimos.

EN ESTA TAZA TOMO CAFÉ GABRIEL PUERTA APONTE

Viví con este periódico la intensidad de muchos acontecimientos. Regocija estar en la primera y última página. Los asaltos a instalaciones militares y civiles, por los guerrilleros que operaban desde la serranía del Turimiquire, desafiaron con alguna frecuencia entre el 74 y el 78 nuestro máximo esfuerzo. Un día madrugué en Urica, con mi grandioso reportero gráfico Augusto Hernández. 20 hombres con uniformes verde oliva y armamento de guerra (fusiles y sub ametralladoras) sometieron a los policías y se llevaron todo el abastecimiento de una bodega y las medicinas del ambulatorio. “En esta taza tomó café Gabriel Puerta Aponte, antes de volver para el monte”, relató una maestra. Nunca se confirmó que el jefe guerrillero hubiera comandado aquella acción armada en Urica.

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LOS MOLINOS PALACIOS
APARECIERON EN ZARAZA

Un secuestro de mucho impacto fue el de los hermanos Molinos Palacios. El 22 de febrero de 1974, el coronel retirado del Ejército Jesús Rafael Molinos y su hermano Perucho, fueron secuestrados y sacados con rumbo desconocido del hato Valle Hondo, al sur de Maturín, por guerrilleros del Frente Antonio José de Sucre. Hubo un gran despliegue militar y civil. Los creían en el Turimiquire, pero no fue así. Un mes después, el 23 de marzo, aparecieron liberados en La Fragua, cerca de Zaraza, tras el pago de Bs. 5 millones. Por irme a Maturín a informar del secuestro, me perdí un fiestón de Marcos Serrano Núñez, en homenaje al presidente electo Carlos Andrés Pérez. Por mucho tiempo, este empresario automotriz se ufanó en decir que esa fue la cena del año en Puerto La Cruz. Hasta sobró la champaña.

LA PRIMERA FOTO VÍA INTERNET

El 5 de mayo de 1998, el asesinato del comandante de la Guardia Suiza del Vaticano, Alois Estermann y de su esposa, la abogada venezolana oriunda de Urica Gladys Meza Romero, fue noticia mundial. Cedrich Tormay, uno de los guardias, se suicidó en el sitio, luego de ultimar con su pistola a la pareja.

Alertados por la jefa de provincia, Josefina Ruggiero, el reportero gráfico Augusto Hernández y yo nos movilizamos a Urica y antes de las cuatro de la tarde, estábamos de regreso, con fotos del matrimonio. En sus 15 años de casados Alois y Gladys habían frecuentado Urica. Muchos lo recordaban montando a caballo en sus vacaciones. Pocos sabían de su gran cercanía al Papa Juan Pablo II, como jefe de su custodia.

Ese día comenzamos transmitir a El Nacional fotos por Internet, desde el interior del país. Ruggiero insistía en que debíamos enviar esas fotos por avión, pero el técnico Héctor Ferrer nos garantizó que podíamos escanearlas y transmitirlas con nuestras computadoras. Cuando en minutos, en el departamento de fotografía Alex Delgado exteriorizaba júbilo al verlas, nítidas, en la pantalla, desde la sección de Provincia, nos llovieron las felicitaciones.

SINIESTROS Y TERREMOTOS

Dos grandes siniestros de aviones de Aeropostal y Avensa, en Porlamar (Cerro El Piache) y Maturín y la desaparición en el mar de una avioneta con el gobernador de Nueva Esparta Pedro Luis Briceño, durante el mandato de Luis Herrera Campíns, estuvieron entre las grandes catástrofes que ocuparon nuestra atención. La descomunal sequía que mató a centenares de reses, en el largo verano de 1977, fue algo muy impactante. “Mis vacas caen fulminadas bajo el sol, mueren esqueléticas, buscando agua en las lagunas resecas”, dijo un ganadero, y soltó el llanto ante una comisión oficial, en Zaraza.

Cuando la Venezuela de CAP y sus petrodólares fue noticia mundial, Guanta fue un puerto atestado de mercancía importada y de barcos en espera de atraque en los muelles. Los bosques de pino en el sur de Monagas y Anzoátegui, comenzaron a generar cambios en el clima de nuestras sabanas. La transformación de una insalubre salina en un complejo hotelero y turístico de proyección internacional, en el eje costero Puerto La Cruz-Lechería y el atractivo comercial del Puerto Libre de Margarita, daban cuenta de un país en gran crecimiento.

Rubios canadienses y grupos de Europa y de Sur América, coparon la capacidad aeroportuaria del oriente del país. El proyectista Daniel Camejo Octavio y el ingeniero forestal J. J. Cabrera Malo pasaron a ser celebridades venezolanas en el turismo y la reforestación. Fucho Tovar y su flota de ferrys colocaron a Margarita en una muy confiable ruta naviera. Millares de viajeros se movilizaban a diario por puertos y aeropuertos. La noticia económica ocupó muchos cintillos en la prensa.

¿POR QUÉ TANTO ODIO CONTRA Mí?
NUNCA LO PUDE SABER

Corresponsales de mil batallas
Evaristo con su hija María y sus nietas Verónica y Anabella en EEUU.

Con El Nacional trabajé, con total entrega, hasta abril de 2005. Ese año hasta dejé de leerlo. Cuando me obligaron a irme, me sentí como el marino que es lanzado al mar desde lo más alto de un barco, en medio de una oscura y gran tempestad. Pero me salvé. Sé nadar contra la corriente. Aquí estoy.

Guardo estupendos recuerdos de la universidad que fue El Nacional para mí. De esa larga y grandiosa experiencia, de mis inolvidables anécdotas, de mis días gloriosos y de los momentos amargos, es mucho lo que tengo que decir. Tampoco puedo olvidar lo de “mi adiós, y para siempre” en medio de una agria discusión telefónica con el entonces subdirector Sergio Dahbar. Le escribí al director, Miguel Henrique Otero, sorprendido porque estaban reemplazándome, sin decírmelo. De repente, el periódico comenzó a publicar, y hasta intercalar en mis reportajes, notas escritas por la corresponsal de Globovisión, Marianna Gómez. Me pareció inaudito.

En respuesta a mis reclamos, Miguel Henrique Otero me mandó a despedir e insultar con Dahbar. Este oscuro y tenebroso personaje argentino, de mucha fama por sus temperamentales arranques de soberbia y mal humor, se tomó para sí el contenido de mi carta. Me llamó muy furioso. Personalmente, tuvimos un trato muy esporádico. Sabía de sus odios contra mí. Eso es algo que nunca me pude explicar. Obviamente, rechacé los insultos de Dahbar y di por terminada, ese día, mí relación con El Nacional.

Eso ocurrió cuando acababa de hacer una cuantiosa inversión, en equipos fotográficos y de computación, para mejorar mis servicios con El Nacional. La corresponsal que contrataron para sustituirme no duró ni seis meses en el cargo. El Nacional nunca más tuvo oficinas en Barcelona.

Nunca pensé que mi larga carrera con El Nacional iba a terminar de tan mala manera. Me otorgaron cuatro veces el premio interno al Mejor Corresponsal. Mis jefes, desde el Gocho Guerrero Pulido hasta Francesca Cordido, me distinguieron siempre con una gran amistad. La carta que me envió el exjefe de Provincia Misael Salazar Leidenz, muy dolido por la forma como ocurrió mi separación, es un lindo testimonio de fraternidad y solidaridad.


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