Corresponsales en tierra calienteVÍCTOR SUÁREZ –

-Vaya, Gusto, hágale una foto a Cucho, ordenó Evaristo Marín, popularmente llamado Mano Varo (MV) en los medios periodísticos. Cucho estaba de pie, con el pico enterrado en su pecho esponjoso en la punta anterior de la lancha La Antojosa, en la playa del mercado de Los Cocos. No se había movido de allí desde las nueve de la Cucho, testigo ocularmañana. A las doce no se sabía si estaba durmiendo, descansando o anotando el trajín de pescadores, vendedores y compradores de pescado fresco que todos los sábados se arremolinan en el Paseo Colón de Puerto La Cruz.

En sus tantos años de carrera como fotógrafo, Augusto Hernández había aprendido que cuando le hablaba con esa determinación MV ya consideraba que el sujeto en cuestión era el principal sospechoso o el testigo principal o el principal colaborador o cómplice de cualquier cosa que estuviera investigando. O, por lo menos, no era descartable. Inmediatamente Augusto disparó 36 veces su Pentax K1, que viene con sistema Pixel Shift Resolution con función de corrección de movimientos. Pero Cucho se mantuvo tieso todo el tiempo.

En la central de la PTJ habían recibido decenas de denuncias de clientes que habían perdido sortijas, relojes, aretes, pulseras y collares en las inmediaciones del mercado. En ninguna de las denuncias aparecía asentada la palabra violencia, producto de algún arrebatón silvestre. Todas las personas afectadas dijeron que se habían percatado de tales pérdidas luego de haber vuelto a sus hogares, mientras desempacaban las compras. Asimismo, comenzaron a aparecer decenas de alcatraces muertos, tanto en Playa Mansa de Lechería como en los dos kilómetros y medio que median entre la redoma de Guaraguao y la Capitanía de Puerto, a la vera del boulevard que había construido el General Medina Angarita en 1940.

Un pelícano muerto o un anillo perdido no ameritan nota alguna en ningún medio de comunicación, por parroquial que fuese. “Es el conjunto, Gusto”, roncó MV esa tarde en el bar del hotel Meliá. “En Caracas, Misael nos va a mandar a la mierda si sabe que estamos perdiendo el tiempo en esto”, replicó Augusto. “Son seis aretes los que le faltan a la luna, siete esclavas las que se perdieron sin saber cómo, dos mancuernas de oro se le desaparecieron a don Genaro Yaselli, son cuatro cadenas y cuatro crucifijos los denunciados como objetos perdidos, sin tres dijes y un direte se quedó el ajuar de Crucita Valera, y la mujer de Gaspar Galindo ya no tiene anillo de casada… Todo ello en la última semana. Tienes que ver el conjunto, Gusto”.

También presionaba la alharaca de los ecologistas, que denunciaban la depredación de la fauna marina. En Playa Mansa, al oeste del Morro de Barcelona, había aparecido un alcatraz enchumbado de petróleo. La mayor cantidad, unos sesenta regados a lo largo del Paseo Colón, tampoco habían recibido cristiana sepultura. “Fíjate: todos los asesinados tenían las alas y el pico partidos, según Katiuska Homsi”, directora del ministerio del Ecosocialismo en el estado Anzoátegui.

Cucho, testigo ocularLUNES DE ZAPATERO

El lunes MV no fue a la sede del PSUV, donde anunciarían el reparto de carnets numerados para recoger jureles salpresos gratis; tampoco al Consejo Legislativo, donde le otorgarían un contrato a un ahijado de Tareck William Saab; ni a la reunión de Vente, en la que Omar González Moreno estaba inscribiendo a dos nuevos afiliados, luego de una intensa campaña proselitista en todo el estado. No salió de casa. Le dijo a Augusto que los lunes son de zapatero, y que se quedara quieto en la suya, pero atento.

Evaristo Marín debió haber sido masón en algún momento de su vida, o rosacruz, o miembro de alguna otra sociedad secreta. Cuando llegó a Ciudad Bolívar en 1957, como corresponsal de El Nacional, en un aparte de una reunión de la Asociación Venezolana de Periodistas (AVP) le preguntó al fotógrafo Joaquín Latorraca cómo era eso de que no se me ocurra comer sapoara sin cortarle la cabeza. “Cómasela con gusto –le dijo Lato–. Si luego pone la torta, será por su exclusiva terquedad”. MV entendía desde entonces que cualquier tortura consciente a los animales estaba asociada a ritos satánicos o a costumbres y creencias tan ancestrales que venían desde el principio de los tiempos. Abrió en su PC las 36 fotos que le hizo Augusto a Cucho y las compiló en el programa Picasa, que le permitía observarlas una tras otra, devolverse, mirar bien las características de ese alcatraz que posaba tan tranquilo en la quilla de la lancha La Antojosa. Cucho, por su porte, envergadura, peso y callo en la cara de su pico, ha debido contar con unos 25 años de dura brega en esa costa tan brava.

En el Antiguo Egipto creían que los pelícanos poseían la capacidad de profetizar el paso seguro de los muertos del mundo terrenal al inframundo, pero en el oriente venezolano esa facultad le estaba reservada al Chaure, un lechuzo al que solo se le oye susurrar durante los velorios o cuando alguna niña ha salido preñada, según el compay Cheguaco. En el Siglo I DC, Plinio El Viejo se maravillaba de sus dos estómagos, uno en el pico y otro en el abdomen. Los judíos lo consideraban un animal impuro y por ello no se lo comían ni a coñazos, al igual que en las playas orientales, donde dicen que es más duro que sancocho e’ pato. En la Europa medieval se creía que el pelícano llegaba al autosacrificio ante las urgencias de sus crías, hasta el punto de proporcionarles su propia sangre hiriéndose en el pecho cuando no había comida disponible. Uno de los cinco himnos que compuso Tomás de Aquino (“Te adoro con devoción”) dice: «Señor Jesús, pelícano bueno, / límpiame a mí, inmundo, con tu sangre, / de la que una sola gota puede liberar / al mundo entero de todos los pecados».

MV dejó las copias de los manuscritos que le había regalado el profesor J. F. Reyes Baena, director de El Nacional cuando le encomendó la corresponsalía de Tucupita a mediados de los años´50, y se puso a mirar fijamente a Cucho en el monitor del PC. “Este carajo está haciendo la digestión, se está estrujando el pecho con el pico para desalojar por completo el saco gular que tiene dentro, se está tragando su bolo alimenticio. Los pescadores sacaron sus redes a las ocho de la mañana, Cucho enganchó lo suyo y luego se encaramó en la lancha. Ahora está descansando sobre sus patas de palmípedo”.

Demoliciones en el Paseo Colón de Puerto La Cruz (2000)
FuenteMar – Demoliciones en el Paseo Colón de Puerto La Cruz (2000)

CRÍTICA DE LA RAZÓN IMPURA

Llamó a Inparques y a la fundación “Agua para todos”, que fueron los que encontraron a los alcatraces yertos en las playas de la bahía de Pozuelos. Desde enero la conmoción ha cundído en el distrito Sotillo; que se ubica a escasos 38 metros sobre el nivel del mar.

Como siempre, las versiones se multiplicaron. La más peregrina se refiere a que, debido a la polución ocasionada por los barcos petroleros y a la nube tóxica que emana la cementera socialista de Pertigalete, a los alcatraces les estaba fallando el tren de aterrizaje y se les habían tupido las bolsas de aire que tienen hasta en los huesos, y por ello al lanzarse en picado en busca de sus presas se espatillaban contra la superficie marina. Y resultaban lesionados. Nadan hasta la costa o las olas los arrastran y allí se quedan, agonizando. El sistema neumático de los pelícanos es muy sensible, dijeron algunos analistas de la Escuela de Oceanografía de la Universidad de Oriente. Su red de sacos de aire situados en la superficie ventral, garganta, pecho y la parte inferior de las alas y en los huesos, están conectados a las vías aéreas del sistema respiratorio. Cuando el pelícano cierra la glotis, los sacos de aire se mantienen inflados. Ello amortigua el golpe cuando se lanzan como kamikazes y además les permite flotar sin hacer mucho esfuerzo.

MV puso a un lado las razones de los oceanógrafos de la UDO, a muchos de los cuales conocía desde los tiempos en que fue director de RRPP en esa institución universitaria. Uno de ellos, ya jubilado, le dijo en el cafetín del rectorado: “¿Recuerdas la campaña contra el paludismo y otras plagas, cuando La Conga José Rosales trabajaba en la dirección de Malariología? Cada seis meses fumigaban pueblo y playas con DDT. Eso fue mortal, no solo para los anófeles sino también para todo bicho volador con plumas. Cayeron las garzas, las gaviotas y los alcatraces. Fue terrible. El DDT (Dichlorodiphenyltrichloroethane) es tóxico para la reproducción de pelícanos y muchas otras aves, provoca el adelgazamiento y debilitamiento de la cáscara del huevo y el consiguiente fracaso reproductivo por culpa de las roturas accidentales causadas por las propias aves criadoras. A partir de la prohibición de su uso en 1972, la cáscara de los huevos aumentó de grosor y las poblaciones pudieron recuperarse en gran medida”.

Demoliciones en el Paseo Colón de Puerto La Cruz (2000)
Demoliciones en el Paseo Colón de Puerto La Cruz (2000)

NUBE TÓXICA CHAVISTA

Avanza la mañana del lunes y MV encuentra que el tema de la contaminación es alarmante. «Este problema siempre existió, pero se ha agravado desde la expropiación de la cementera por la falta de mantenimiento». La planta de cemento de Pertigalete, aledaña al puerto de Guanta, a 6 km de Puerto La Cruz, fue construida por el industrial Eugenio Mendoza hace más de sesenta años, luego pasó a manos de la azteca Cemex y en 2008 fue expropiada por Chávez. MV llamó a algunos empleados. ¿Qué pasa con la caliza y los esquistos pulverizados que se esparcen sobre la bahía? Muy fácil, le responden: los filtros que deben succionar los residuos que genera el proceso de producción del cemento están dañados y ya no cumplen su función, por lo que ahora salen al aire sin control. El colmo es que por ineficacia gubernamental están dañados seis de los siete hornos que tiene la planta, su producción se encuentra en mínimos, y sin embargo ahora contamina más que nunca.

La nube tóxica impacta en la población. Debido al polvillo, de cada 10 niños atendidos en el principal centro sanitario de la localidad, seis lo son por problemas respiratorios o cutáneos. Los problemas respiratorios son también una de las causas más frecuentes por las que los adultos acuden al médico. «Quienes más sufren son los lactantes y pacientes asmáticos», le dijo una paisana consultada. Y también los acuíferos, los corales, las aves y todo el ecosistema de la zona.

Pero MV seguía dudando. Esa nube hubiera matado a todos los alcatraces y a otras especies, aunque en efecto por esa causa están muriendo paulatinamente. Estos sesenta han muerto en pocas semanas y sus restos han sido localizados en el mismo plano lineal del Paseo Colón. Eso no es lo que está pasando aquí, se dijo MV.

Llamó al presidente de “Agua para Todos”, Rodolfo Gil. Declaró que una vez recibido el alerta, fueron al mercado de Los Cocos. Caminaron un tanto más allá y encontraron otras doce aves muertas a orillas del canal que descarga las aguas residuales del boulevard. ¿Y qué hicieron? Activamos el primer cerco de seguridad, aseguró Gil.

INDIGENTES Y PARÁSITOS

Otra versión le echa la culpa al hambre. Y entre los hambrientos, que no tienen acceso a comida, bien por desabastecimiento o a los altos precios, están en la escala más baja los indigentes. Estos pululan en los vertederos, a las puertas de clubes y restaurantes, en los contenedores de los mercados, en los patios de las empresas empacadoras, en la playa a la espera del arribo de los trenes de pesca. Los pescadores desechan las especies con escaso valor comercial, y entonces comienza la refriega entre los indigentes y los alcatraces, cada uno luchando por los residuos.

MV le pregunta su parecer a Rodolfo Gil, el de “Agua para Todos”. “Los pescadores aseguran que los indigentes están matando a los pelícanos para comérselos, pero tenemos que tomar en cuenta que fueron encontrados varios cuerpos de estas aves descompuestos y en algunos casos enteros, lo que nos hace presumir que la causa de muerte también puede ser otra”.

A pesar de sus esfuerzos con los vecinos, policías, agentes de tránsito, guardias nacionales y parqueros, MV todavía no ha encontrado evidencias de que los indigentes han estado alimentándose con estas aves. No ha encontrado ni una sola pluma chamuscada. Cuando salga de casa el martes irá de nuevo a Los Cocos a ver si se topa con el rastro de algún convite peletancudo.

El tercer factor son los mismos pescadores, que entran en el rosario de los sospechosos. Son centenares. Tienen sus tiendas allí, aparcan sus botes allí, tasajean el pescado allí. Los limpian y lanzan los restos a la arena. Cuando llegan los botes, antes de que caliente el sol allí en la playa, sienten el ojo del indigente muy cerca de sí, y también el de los alcatraces. Los pescadores espantan a los indigentes y a las aves las maltratan, dicen.

“Recibimos denuncias de que los pescadores golpean a los pelícanos porque estos les roban el producto que extraen del mar, y les fracturan sus alas. Les haremos responsables de lo que les ocurra a las aves en la bahía de Pozuelos, de continuar registrándose estas muertes”, subrayó Gil. MV anotó la advertencia.

Por WhatsApp, le pide opinión a Luisa del Valle, que vive frente a Playa Mansa, en Lechería: “Los alcatraces se ven por acá cuando hay sardinas en la costa o cuando están sacando los trenes de pesca. En los restos del muelle que hizo hace mil años Mario Sánchez, antiguo transportista de la localidad, siempre hay cotúas y a veces alcatraces tomando el sol. Pero no muchos. A lo mejor alguien muy necesitado se los coma. Eso comentan, pero igual dicen que es mentira, pues la carne es demasiado dura. En Los Cocos sí los hay todo el tiempo, y muchos. Cuando vas a comprar pescado, te toca a veces caminar entre ellos.

Demoliciones en el Paseo Colón de Puerto La Cruz (2000)
Demoliciones en el Paseo Colón de Puerto La Cruz (2000)

MERODEOS SIN PISTA

Empezó a fantasear sobre lo mismo: urracas que robaban joyas por su cuenta; los ruiseñores de la cárcel de Alcatraz en California; el enano que se quedó dormido dentro de la bóveda del banco; el águila que crió González Gorrondona en su quinta en el Ávila; las diferencias entre un alcatraz y un pelícano. No se sabe cuántas mecidas de chinchorro tuvo que emplear MV para recordar el caso del chichero que exponía sus latones melosos a las puertas del Teatro Metropolitano, en El Silencio, a media cuadra de la sede del diario El Nacional. Una vez que fue a Caracas a recibir un premio en reconocimiento a las 180 informaciones exclusivas que ofreció en un semestre en tanto corresponsal en Barcelona, fue testigo de una tángana muy ruidosa. Un ratero le había arrebatado el reloj de pulsera a una dama. El caco corrió hacia la esquina de Puente Nuevo, a su paso el chichero quitó la tapa del tonel y el reloj cayó en el pozo de arroz, leche y canela. El ladrón siguió calle abajo. Justo en ese momento, “Monería”, un percusionista barcelonés que tocaba algunas veces con la orquesta de Rafito Lara, se estaba lustrando los zapatos a las puertas del teatro. Ante los gritos de la dama, un policía de punto se movió de esquina. “Monería” se levantó de su sillón, apartó al limpiabotas, se dirigió al chichero y llamó la atención del policía. “Meta la mano hasta el fondo. Allí está el reloj de la doña”. Efectivamente. Pero no solo el reloj. En el inmenso canarín estaban otros seis relojes, tres pulseras, dos pares de zarcillos y un diente de oro. El chichero fue obligado a rebuscar con el cucharón hasta que emergió el último fruto de la red de la que era aguantador.

Entonces Evaristo dio un salto en el chinchorro. Dejó las pantuflas, se puso su guayabera blanca, se ajustó los tirantes, se cimbró el sombrero, recogió grabador, libreta y paper mate. Llamó a Augusto y le dijo que se encontrarían en el Fish Market, al lado de Los Cocos, a las tres de la tarde de ese lunes de zapatero. Antes de salir de casa, también llamó al inspector Palomo Perdomo, de la delegación de la PTJ de Barcelona: “te tengo una primicia”, le dijo.

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Cucho, testigo ocularRed de pescadores
utilizaba alcatraces
para ocultar robos

Mientras vendían pescado, despojaban a los clientes de sus joyas y las escondían en el buche de los pelícanos que merodean el mercado Los Cocos, en el Paseo Colón de Puerto La Cruz. Pero, al no poder identificar a las aves que escondían el botín, comenzaron a matarlas al azar, en número de 72 en un mes. Solo se salvó Cucho, un alcatraz de 25 años de edad que nunca abrió el pico para asociarse a la pandilla.

Especial, EVARISTO MARÍN. Fotos/ AUGUSTO HERNÁNDEZ

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Así habría titulado Misael Salazar Leidenz, el jefe de la sección de Provincia, este reportaje ficticio en el diario El Nacional.


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