OMAR PINEDA –
Cuando me preguntan por el tema catalán, les respondo siempre con amabilidad que lo siento, que para entenderlo (y mucho más para explicarlo) hay que ser catalán y yo, por accidente, vengo de otro lugar donde desde hace 18 años unos sujetos juraron darnos un país mejor, y lo destruyeron.

Me lo preguntan tantas veces, pero nadie sabe qué ocurrirá el domingo 1 de octubre en este lado de España. Cada cual lo imagina a su manera. A mí, particularmente, todo este embrollo me recuerda aquellos finales de las telenovelas de los 80, cuando la trama tendía a repetirse y, desesperados, los libretistas se afanaban en inventar un personaje que apareciese de la nada y amenazara con develar el pasado oculto de uno de los protagonistas. Todas las mañanas, me asomo a las noticias y me digo «falta algo más».

Uno. Para quien llega estos días a Barcelona esta suerte de comedia de las equivocaciones, en lo que ha devenido la guerra separatista y las respuestas desde Madrid, hay para todo y si algún dramaturgo recogiera cada uno de los pedazos del rompecabezas podría escribir una pieza que le asegurara un éxito de taquilla. El pasado jueves buscábamos el 24 del carrer de l’Aprestadora cuando nos llegan unos gritos atronadores. ”Votarem, votarem!” se oye cada vez más fuerte en la medida que nos acercamos al lugar de la entrevista. Gritos de casi un centenar de activistas que habían bloqueado el Palacio de Justicia donde “están secuestrados por el gobierno de Rajoy» –según la persona que nos informa– los responsables de organizar el referéndum convocado por la Generalitat, y que el señor calificó de “presos políticos”, repitiendo la frase que horas antes había pronunciado con todo candor Pablo Iglesias. Nosotros, que venimos de un país donde los agentes del Sebin tumban a patadas la puerta de tu casa, te matan al perro de un tiro porque les ladró y te sacan de la cama para terminar juzgado al mediodía en un tribunal militar, nos provocó una leve sonrisa la definición «secuestro» que, al hombre, enfundado en la estelada como si fuera la capa de Superman, no le gustó. “¿Qué? ¿Vosotros estáis con la represión de Rajoy?”, nos dijo con cara de pocos amigos.

Dos. Sergio comparte piso en Poble Nou con un escocés, ingeniero que cursa un master Erasmus, y un dominicano que no lee noticias y anda detrás del trajín. Desde hace un mes los tres aceptaron a una chica barcelonesa, indepe y 23 años, que rompió con el núcleo familiar y descarga su liturgia independentista cada tarde, y que según Sergio “es burda de latosa y pasada de ingenua”, para no ofenderla y calificarla de ridícula. A veces, por los efectos del porro que se fuma con el novio en su habitación, Nuria se sienta en la sala y dibuja una Cataluña libre “del maldito Estado español”, con riquezas que fluyen de las pequeñas empresas porque, lo subraya, los catalanes llevan en la sangre un ADN de emprendedor. Para ella es ganancia si se largaran las multinacionales; si los cruceros, “esos depredadores marinos”, no se aparecieran con turistas japoneses, ingleses y escandinavos por el puerto, y que “los fachas” que permanecen en el closet, esos catalanes que salen solamente para ir del trabajo a sus casas, terminaran de hacer las maletas y arrancaran para Madrid o a cualquier rincón de un país que ella ha padecido, porque, lo dice con dramatismo y sin saber que es el peor lugar común, “España nos roba, y nos ahoga”.

Tres. De asomados, nos aparecemos en un jaleo de las protestas en el campus de la Universidad de Barcelona y nos vacilamos las sentadas de los que quieren votar pero Rajoy no los deja. Si por un instante cierro los ojos, creo ver un chavismo en estado larvario, cuando aún no tenían partido y se ocultaban en las siglas del MVR y soñaban con un país mejor. Chavismo también en su dosis de odio y resentimiento; sus prédicas maximalistas, sus pobres definiciones de libertad y democracia, y las imposiciones abusivas con esas señeras en los balcones, aplaudiendo emocionados los discursos de ese tahúr de la política que además sueña con ser Mandela, llamado Puigdemont, siempre con su traje nuevo (¿sabían que su sueldo es el más elevado que el de los otros presidentes de comunidades?). Hablando de inclusión catalana solo para los suyos e inventándose una desconexión de España que, de solo imaginarla, me asaltan dudas como la de un niño. ¿Cómo harán con la ruta del AVE? ¿Y las empresas, no pagarán impuestos al Estado español? ¿Y quién demarcará su espacio aéreo y cómo crearán las fuerzas armadas?

Por eso cuando me preguntan una y otra vez por el tema catalán, les respondo siempre con amabilidad que lo siento, que para entenderlo (y mucho más para explicarlo) hay que ser catalán y yo, por accidente, vengo de otro lugar donde desde hace 18 años unos sujetos juraron darnos un país mejor, y lo destruyeron.

Omar Pineda, periodista venezolano. Escribe desde Barcelona (España).

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