OMAR PINEDA
Estaba a punto de morder la grasienta empanada con pollo que venden unos dominicanos cerca del periódico cuando Elizabeth me telefoneó desde su puesto en El Mundo para preguntar si estaba viendo CNN. Creo que eran las 9:49 am de un martes que se asomaba tranquilo, y puedo jurar que en ese instante casi todas las redacciones del país se conectaban a la entrevista que sin desperdicio ofrecía Marta Colomina por Televen, un espacio que les revolvía las tripas al régimen chavista, y eso se agradecía. Cambié de canal del único televisor en la sala pero dijeron que se trataba de una avioneta estampada contra uno de los edificios del World Trade Center. Le consulté a quien coordinaba Internacional y coincidimos en que no tenía tanta importancia como para atrasar la salida de TalCual que, para entonces, era vespertino. O sea, mandé pal carajo la cita atribuida a Joseph Pulitzer que reza más o menos así “es más noticia un perro muerto en la Quinta Avenida en Nueva York que cien muertos por inundación en China”. No había terminado de sentarme, cuando el negro Julio César Tovar, con ese apego a los tópicos beisboleros que le salían con gracia, exclamó “¡Strike two!”, y todos corrimos a la pantalla de la TV mientras el locutor de CNN afirmaba que eso era ya un ataque terrorista. Ahora me van a perdonar la frivolidad, pero si hay algo que siempre soñé hacer desde que entré a la UCV era gritar “¡Paren las rotativas!”, como pasa en las viejas películas sobre periodismo. Eso hice y todos se rieron. De manera que fui hacia Juan Carlos Zapata, jefe de redacción, y le transmití el suceso. Ya lo sabía y ya había ordenado levantar un texto breve, y a otros buscar las fotos más impactantes que a esa hora llegaban defectuosas y por cuentagotas. Para quien trabaja en un vespertino ver que las manecillas del reloj rozan las 10:30 es como ingresar al corredor de la muerte. Solo faltaba que alguien de los talleres donde se imprimía TalCual entrara por esa puerta y dijera con gesto obstinado “¡Bueno, ¿cuándo van a cerrar?!”. Eso fue lo que ocurrió.
A partir de ahí el tiempo se movió en cámara lenta. Una sensación parecida sin serlo al presentimiento me trajo el nombre de Mario. Para quienes no lo conocen Mario Szichman fue un periodista argentino que huyó de su país la noche después que la dictadura militar, habituada por años a matar, desaparecer y encarcelar gente, ajusticiara a dos de sus compañeros de la agencia de noticias donde trabajaba. Desde Buenos Aires, en fuga clandestina, Mario y su compañera Laura tomaron un vuelo que aterrizó en Caracas. Mario se reinventó, trabajó para la Cadenas Capriles y dio clases en la UCAB. Pero solo cuando se asentó en Nueva York fue que le conocí, ya lo dije. Como colaborador nuestro, yo era una suerte de enlace pero es bueno saberlo: en el ecosistema de las redacciones se aplica una máxima que convierte al articulista de ocasión en el compañero de al lado, y Mario y yo tejimos una camaradería a punta de frases como “¿Recibiste el texto?” o “sí, te lo publicaremos el jueves”. De modo que sin perder tiempo me comuniqué con él por g-talk (no existía whatsaap) sin obtener respuesta. Me acordé del número que me dio para casos de emergencias y lo llamé, entonces lo que escuché me estremeció.
-Mario, Mario…. Es Omar… de TalCual….
-Hola, Omar, no puedo hablarte, ay por Dios! ¡Qué terrible!
-Mario… Mario… Es Omar, quiero saber… ¿estás en Nueva York?
-Oh no, Omar… sí, oh qué está pasando… oh noooo.
-Sí, Mario… es Omar… ¿estás en Nueva York? ¿Estás viendo la tragedia?
Entonces, un Mario algo lloroso, precipitado a un abismo de dolor, se disculpó pero dijo que no podía hablar. ¡Carajo! yo quería que alguien que estuviera viviendo el ataque a las Torres Gemelas narrara sus impresiones…
-Mario… Por favor, envíame por g-talk lo que estás viendo, no importa lo que sea. Aquí lo arreglamos con fotos. Escríbeme algo, te lo ruego. Mira que solo esperamos por eso para cerrar la edición.
Mario, o la persona que atendía por ese teléfono, dijo algo que no entendí y trancó. No hubo posibilidad de seguir hablando. Sin embargo, le dije a Zapata que había hecho contacto con Mario y le aseguré que él escribiría algo porque tuve la impresión de que era testigo del ataque. No obstante había que cerrar el periódico. Fue lo que dijo Teodoro, al salir de su pequeña oficina y preguntar a Juan Carlos, con esa mirada escrutadora y voz tronante, “Bueno, Juan Carlos… me llaman de abajo… ¿por qué no hemos cerrado?”.
Minutos más tarde apareció el Mario Szichman con años de periodismo que habían curtido su piel, diecinueve de los cuales los empleó como editor en español para AP. Envió su primer despacho, teníamos la fotos del ataque y, aunque era un hecho harto conocido que ese martes 11 de septiembre de 2001 no hubo otra noticia en el mundo que no fuera el derribo de las Torres Gemelas, Mario nos salvó el pellejo. No fue por la noticia, sino por su crónica, la que prosiguió al día siguiente, y que ofreció a los lectores de TalCual una exclusiva periodística que nos enorgulleció. El Nacional sacaría luego una edición extra pasada las dos de la tarde. Pero ya Mario se había convertido en nuestro cronista en Nueva York. Luego me enteraría que ese día trágico Mario y Laura regresaban contentos a su casa, porque les habían otorgado la nacionalidad estadounidense, y fue cuando desde la calle misma lograron ver el derribo de las torres y cómo ese lugar de Manhattan se cubría de una nube cetrina y que después vino el silencio. De allí lo especial que resultaron sus crónicas. Le cogió tanto gusto a su efímera fama –era evidente que el 11S ya tenía mejor cobertura a través de la televisión– que nos propuso una sección llamada Crónicas desde el imperio, que más tarde convirtió en libro. Este año se cumplen 19 años de este suceso imborrable, y hoy me dan ganas de evocarlo, como cuando a la gente de mi generación, para probar si alguien estaba informado, le preguntaban ¿cuándo mataron a Kennedy y que estabas haciendo en ese momento? Luego Mario Szichman se acogió a un plan de jubilación propuesto por la agencia de noticias, y se dedicó a escribir sus novelas acerca de personajes y acontecimientos de la historia de Venezuela con la misma habilidad de cronista para actualy.es donde sumó artículos diversos sobre la novela negra, el cine de los 40 o cualquier otro tópico que se le apareciera por esa bien amueblada cabeza.
Szichman abordó en la novela La Región Vacía, su experiencia como periodista de los atentados terroristas. «La Región Vacía (Editorial Verbum de Madrid, 2014), enfrenta al lector con un evento contemporáneo que fue una divisoria de aguas no solo en Estados Unidos, sino en todo el orbe: el ataque del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas en Nueva York. El lector se enfrenta a un argumento de orden histórico que complica la categorización que ha venido dándose en la crítica tradicional sobre la novela histórica: se trata de un acontecimiento ocurrido recientemente, que supuso un parte aguas no solo en la historia nacional de Estados Unidos, sino de todo el orbe: la caída de las torres gemelas en Nueva York», escribió entonces la escritora Guadalupe Carrillo. Los años pasaron, un diciembre Mario me llamó acongojado: había muerto Laura de un infarto. Mario se quedaba solo. Pero se negó a renunciar a su escritura diáfana, esclarecedora y divertida que dejó una treintena de artículos para actualy.es. Lo mejor, seguimos siendo “compañeros de oficio” y por llamadas telefónicas llegué a conocerlo mejor. Una tarde de verano Elizabeth y yo callejeábamos por la Rambla de Barcelona cuando nos sorprendió el mensaje de la escritora Carmen Virginia Carrillo: “Mario ha sido internado de urgencia en un hospital en New Jersey”. En esa enmarañada espesura que era la vida de Mario, Carmen Carrillo fungía de asesora editorial, quien le construyó el blog y se mantenía al corriente de sus libros, tanto en la corrección, asesoría de estilo y hasta en la publicación de los libros. De forma que Mario ya empezó a resentirse de salud pero continuaba siendo el intelectual brillante que me salpicaba con sus comentarios mordaces y un sentido de humor especial. Yo le escribía por g-talk pero no respondía. Entonces nos enteramos que Mario se había marchado el 28 de junio de 2018, en su residencia por un cuadro severo de la próstata. Ese día Carmen Virginia nos dio la triste noticia. Lo quiero evocar justo hoy cuando se cumple otro año del ataque terrorista, dolido por la desaparición de alguien que debía ofrecernos más de su excelente prosa pero aún dolido porque hace unas semanas un periodista colombiano, quien me asegura mantuvo sólida amistad con él, me reveló que Mario Szichman habría sido objeto del despojo de su apartamento y que su extensa biblioteca, que conservaba joyas literarias de inapreciable valor fue echada a la basura, y que ahora, según me explica con tristeza, de Mario Szichman no queda nada. Borrado de un zarpazo como las torres gemelas que aquella mañana del 11 de septiembre de 2001, Mario observó con estupor cómo se venían abajo y se esfumaban para siempre y dejó plasmado en excelentes crónicas.