El ingeniero que construye novelas en el exilio

El ingeniero que construye novelas en el exilio

 

JOSÉ PULIDO –

Carlos Sosa Franco recuerda cuando dijo:

-No mueva esa pieza de cerámica sin avisarme-

Y el joven encargado de pulir el piso de mármol le prometió que trabajaría con mucho cuidado. El piso tenía cinco años sin mantenimiento y mostraba claras señales de fatiga.

La hermosa pieza de cerámica adornaba el salón de su casa en Caracas reflejando la llegada del Art Nouveau. Representa a una muchacha de inocente mirada, con medio seno al aire, ofreciendo agua de su cántaro a los sedientos que transitan por un mundo imaginario. El sueño de la pureza y la realidad que despierta los sentidos, se funden en esa obra de arte.

Ese día, aunque desplegaron un gran cuidado al pulir el mármol cerca de la delicada obra, hubo un accidente y la imagen estuvo a punto de caer y estrellarse contra el piso. Carlos logró salvarla en apenas unos segundos, con velocidad de tenista. Ha conservado bien sus reflejos. El asunto es que, esa pieza de arte se la regaló su madre hace más de cuarenta años y gracias al temor de perderla, comenzó a preguntarse quién era el autor, cómo terminó en Venezuela y quién la llevó como regalo a la boda de su madre. Todo eso se transformó en una novela.

Carlos Sosa Franco es un perfeccionista y mucho más que eso: es un ser humano cuya terquedad permanece en cada una de sus acciones como una cultura propia, como un estilo de luchador solitario. Es inevitable admirar su pasión por encontrar las raíces de su familia. Una pasión desarrollada con fuerza y coraje sin hacerle daño a la sensibilidad necesaria para mantener la esperanza que requiere toda escritura.

Desde niño era diferente, hasta el punto de que sus propios hermanos le decían en juego “a ti te cambiaron en el hospital”, y esas bromas le hicieron pensar en aquello que la sabiduría griega planteó desde los albores de la civilización: conócete a ti mismo, trata de saber quién eres.

Su mirada acuciosa, curiosa, es una virtud. Carlos Sosa Franco estuvo en varias ciudades conociendo los escenarios donde vivieron sus personajes y lo mismo hizo con los lugares del nuevo mundo recorridos por sus antepasados. Observó y detalló hasta la saciedad y se llenó de atmósferas y sentimientos.

Siglos de historia se revelan ante sus ojos y los describe desde su varonil certeza, desde su aventura personal. Carlos recorre épocas, ambientes, personalidades, almas que ya nunca caerán en el olvido, porque él se ha ocupado de iluminar oscuridades y de comprender cada cosa hecha, cada existencia realizada y culminada.

Sobre su novela, Huellas de azogue y chocolate, meditada en Venezuela y escrita en el exilio, lo entrevistamos y estas son sus respuestas.

El ingeniero que construye novelas en el exilio
“La ninfa del cántaro”, escultura a la que se refiere Carlos Sosa Franco en su novela “Huellas de azogue y chocolate”.

ESTUDIAR Y ESTUDIAR

¿Puedes hablar un poco de tu vida? ¿de tu lugar de nacimiento y estudios?

-Nací en Parque Carabobo, Caracas, el 28 de mayo de 1938. Soy el último de siete hijos: cinco hembras y dos varones. Desde la escuela primaria tuve una buena educación, consolidada luego en el Colegio América.

Posteriormente, en la Universidad Central de Venezuela recibí formación como profesional de la ingeniería de manos de destacados profesores en materias claves.

Graduado de la Universidad Central en 1960, seguí rumbo hacia el Massachusetts Institute of Technology, de Boston. Luego marché a Francia y entré en la Ecole Nationale des Pont et Chausées. Estuve en el Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional donde cursé durante 1983. Posteriormente, en Lausanne, Suiza, el instituto gerencial Imede me dio algunos instrumentos útiles en mi búsqueda de conocimiento empresarial.

En 1984, volví de nuevo a las aulas por dos años, esta vez en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy, de la Universidad de Harvard, otro mundo, lejos de la ingeniería: el de las Ciencias Políticas.

Toda esa experiencia educativa la vertí en un trabajo titulado: A mis maestros, al asno y a la lira. Lo del asno viene a cuento por la conocida historia del asno que al encontrar una lira la rompe de una coz, y luego se queja amargamente por haberlo hecho. Siempre he tratado de no cometer el mismo error del asno con la lira. Confieso no haberlo logrado todas las veces, a pesar de haber tenido los dos mejores profesores: mi padre, Pedro Sosa Hernández, de quien aprendí, con su sabiduría y peculiar percepción del ser humano lo que no enseñan en las universidades; y mi gran amor: mi esposa Josefina -Finita-, la madre de mis hijos, quien me enseñó a aceptar con humor y gallardía el “no saber”. Con ella aprendí a ser niño de nuevo, a ser esposo y padre, a vivir.

-Sé que en tu novela hay muchos personajes verdaderos junto con los ficticios ¿cuáles te dieron más trabajo?

-De la familia, el personaje más complejo y duro de esculpir fue mi bisabuelo Francisco de Paula Franco. Él es totalmente novelado por cuanto de su origen e historia se conoce muy poco, salvo una foto. Era de origen gallego, un militar que hacía su carrera en Cuba. Alrededor de 1850 llegó a Venezuela. Se casó y formó familia con la hija de uno de los grandes cacaos del país.

De los personajes verdaderos, el joven Jakob Függer representó un reto muy especial. Carlos I de España (convertido en Carlos V de Alemania) le entregó a Jakob Függer “el derecho de explotación de las minas de cinabrio (mercurio) en Almadén, Castilla La Mancha, las más grandes del mundo”.

En pocas décadas, el mercurio, procedente del cinabrio de las minas de Almadén, se convertiría en la yugular del sistema político económico español. Para arrancar de las rocas el oro y la plata que abundaban en América, se necesitaba mucho mercurio.

-¿Cuánto tiempo te llevó la investigación?

-Tres años. Al inicio, compartía el tema con otras investigaciones que llevaba a cabo con miras a publicar otra novela; sin embargo, a medida que avancé en las búsquedas relacionadas con la escultura llamada La ninfa del cántaro, el tema se fue apoderando de todo mi tiempo y atención.

-¿Cuántas familias actuales descienden en Venezuela de tus personajes principales?

-De los personajes principales de la novela, los Franco y los Sosa. Estos mantienen escasa presencia en Venezuela, la mayoría se halla fuera del país, abriéndose nuevos caminos. Solo mi primo Ramón Franco y mis hermanas Maritza, Consuelo y Beatriz continúan allí con algunos de sus familiares. El resto, formamos parte de la diáspora venezolana que ha invadido el mundo. Con los familiares descendientes de los criollos originales no hemos tenido nunca contacto.

-¿Por qué te lanzaste a escribir este libro? ¿Cuál fue el aliciente, el motivo principal?

-Son dos los motivadores que he tenido al embarcarme en esta aventura. El primero, de naturaleza familiar. Provengo de una familia por parte de madre con tradición cacaotera, y siempre me extrañó la distancia que nos separaba de la hacienda. Yo la visité una sola vez, y nuestra relación con el cacao se daba una vez al mes cuando llegaban a la casa grandes bolas del producto, convertidas posteriormente como por arte de magia, en ricos dulces y tortas de chocolate. Con los hermanos de mi madre, salvo con Enrique y Esther, las comunicaciones eran casi inexistentes o monosilábicas. Las explicaciones que recibí al respecto nunca fueron suficientes, algo había pasado.

El segundo motivador, fue identificar al familiar o amigo que regaló a mis padres el día de su boda una impresionante escultura francesa, que no lograba conciliar con el ambiente cultural, económico y familiar que impregnó nuestra infancia. Decidí aclarar el origen de la pieza y el contexto en el cual fue regalada.

En el camino, para mi sorpresa, hallé indicios de respuesta sobre un tema que siempre me ha inquietado. De muy joven mis padres me transmitieron el mensaje de que el estudio y el trabajo son valores. Sin embargo, desde la escuela primaria hasta la universidad, siempre mantuve presente varias preguntas:

¿Por qué los venezolanos damos más importancia a las relaciones y a la afiliación que al logro?

¿Por qué un logro, gracias a una picardía o embuste, nos satisface más que los obtenidos con sudor?

¿Por qué Venezuela se parece más a una mina con mineros que a un país con ciudadanos?

En Venezuela primero fueron las perlas de Coche y Cubagua, luego el cacao, después el amanecer petrolero. Ahora, en los albores del siglo XXI, el oro y un mineral que llaman coltán. Qué raro, ¿no?

-¿Desde cuándo vives en el exterior?

-Convertirse en exilado ha sido para nuestra familia un proceso complejo y doloroso. Dejar familiares, espacios, querencias, amigos, olores, bienes, recuerdos y tantas cosas es muy duro. En alguna oportunidad escribí un artículo Partir es morir un poco recordando el Partir c’est mourir un peu de los franceses, donde elaboro una reflexión sobre esa pequeña muerte. Cuando las botas ganaron la partida en Venezuela en 1999, comenzamos en nuestra familia a madurar la posibilidad de emigrar; nos tomó más de diez años  negociarlo e implementar nuestra partida. Vivimos en Coral Gables, Florida, desde 2010.

El ingeniero que construye novelas en el exilio-¿Qué piensa tu esposa de esta etapa tuya, escribiendo sin parar?

-Te digo lo que yo siento al respecto. Mi esposa, Finita, es el alma y cuerpo de esta novela y de mi vida. Es ella quien me ha dado la tranquilidad y el apoyo necesario en esta nueva etapa, como siempre lo ha hecho. Al ser la escritura una labor tan solitaria, forzosamente nos aísla de quienes nos rodean. Sin embargo, el entusiasmo de Finita, su alegría, su interés compartido conmigo durante estos últimos tres años, nos permitió compartir momentos muy gratos de aprendizaje. Juntos revisamos las ideas, los capítulos, la estructura del relato y viajamos a lugares donde ocurren varios eventos de la novela. Finita es psicóloga, y la ayuda que me dio analizando mi pasado y el de mi familia constituye un eslabón fundamental en nuestra relación: nos ha unido mucho más como pareja.

-¿Qué añoras de Venezuela?

-En el 80 cumpleaños de mi entrañable amigo Mauro Quintero, su esposa María Auxiliadora y sus hijos agasajaron generosamente en la tasca La Farmacia, de Madrid, a una nutrida concurrencia formada por venezolanos exilados en España. Había familiares, viejos amigos, compañeros de estudio y trabajo de hace más de 60 años.

Repasando las mesas, vino a mi mente la idea de que lo más grave es aceptar que en el camino hemos sido despojados de los paisajes, olores, comidas, rostros, amigos, lugares queridos, trabajos y la posición social y económica que poseíamos; todas esas cosas, componentes fundamentales de nuestra identidad, es lo realmente desaparecido.

El núcleo duro de los asistentes al festejo lo constituíamos los ancianos. Hemos quedado sin oficio, los hijos dispersos por todo el mundo, tratando de reinventarnos con más o menos imaginación y enfrentando un futuro incierto y lleno de peligros.

En Madrid notamos una sombra adicional: la presencia de manera creciente y obsesiva de hombres y mujeres que ostentan una riqueza obscena, que no es producto del trabajo sino del dolo y la expoliación de un pueblo, partícipes de un crimen monstruoso en el cual han sido actores fundamentales; nos indignan y degradan en lo más profundo, son cómplices de los responsables de nuestro exilio.

-¿Toda la familia está afuera?

-La mía, sí. Todos ellos forjándose un futuro en Estados Unidos y tratando de mantener vivas sus raíces. Espero que esta novela contribuya en algo en esa ardua labor.

-¿En tu investigación para escribir la novela, que es lo más novedoso desde el punto de vista histórico?

-Siempre supe que Carlos I de España era rey por ser nieto de los Reyes Católicos, hijo de Juana la Loca. Y me enseñaron que llegó a ser Carlos V de Alemania por su padre, Felipe el Hermoso, nieto de Maximiliano I de Austria. Lo que nunca me dijeron fue que el nombramiento como Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, no venía por sangre sino por elección, y que los votos para ganar esa elección se subastaban al mejor postor. Ese solo hecho y los actores que en ello participaron, unidos al rol que el azogue representó para el Imperio Español, cambiaron mi percepción de la historia de los últimos 500 años de Europa, de América Latina y de Venezuela.

-¿Qué planes tienes para los próximos tiempos?

-Tengo previsto presentar la novela, en la primavera del 2020, en Tielmes, Almagro y Almadén, y con el primo Rafael Maldonado proyectamos hacerlo en Colombia hacia finales de ese año. De resto, retomaré la novela en la cual estaba trabajando cuando La ninfa del cántaro acaparó toda mi atención. Esta se titulará El humo de la amapola. Es un “thriller” cuyas acciones ocurren en la Francia de la Exposición Universal, la Rusia zarista y de los revolucionarios y Turquía en tiempos de la masacre armenia.

¿Con cuál de los personajes te identificas?

-Esa pregunta me hace recordar vívidamente el consejo que me diera Mónica Montañés, destacada escritora, periodista y guionista de teatro y televisión, quien desde el inicio me ha acompañado y asesorado con mano cariñosa y firme durante este viaje. Ella me dijo: “Carlos: el oficio tiene mucho que ver con conocerse y explorarse uno mismo, porque uno siempre está hablando de uno mismo, aunque escriba de otros, porque hablarás de ellos desde tu punto de vista, y eso habla mucho de ti… escribir te desnuda ante otros, uno pone el hígado en esto…” Así es. A lo largo de toda la novela, muchas pinceladas en diferentes personajes y situaciones que relato me reflejan, y lo del hígado que menciona Mónica te lo garantizo, no es una metáfora.

José Pulido es periodista y poeta venezolano. Reside en Génova, ciudad de Italia.

 

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