JOSÉ PULIDO –
Prólogo de “Ciudad clandestina”
Hace tiempo que no veo y no escucho a Omar Pineda, uno de los amigos que obtuve en los años ochenta para el regocijo perenne. Nos hemos separado físicamente, aunque siempre seguiremos estando muy cerca en la amistad y en los intereses más dignos.
No lo veo ni lo escucho aquí cerca, como quisiera, pero lo tengo entre mis lecturas más placenteras.
Cada vez que leo a Omar Pineda siento que me regala una letra para la música de mis mejores recuerdos. O una música para la letra de mis mejores nostalgias.
Me hace recordar, en primer término, el hervidero de pasiones por hacer buen periodismo que era aquella sala de redacción, de El Nacional; aquel enjambre de periodistas que escribían, fotografiaban, diagramaban, diseñaban y vivían el placer de recoger la historia y difundirla.
Porque esa pasión era, en definitiva, un amor por la buena escritura, por el modo de decir las cosas. Y cada quién lo iba afinando a su manera, de acuerdo a las motivaciones de su vida.
Y en segundo lugar, más importante por lo que respecta al espíritu particular que nos guía y nos mueve, Omar me coloca en el propio centro de la nostalgia del barrio, en el proceso íntimo que se vive en ese lugar, cuya dinámica emocional va creando narraciones de la vida común, leyendas y sueños. Ah, la vida común y corriente. Qué maravilla desperdiciada.
Omar Pineda, a quien llamamos “El Mudo”, porque desde niño lo calificaron como extrovertido de la palabra, habla y habla y habla y no deja de contar historias que parece haber acumulado a lo largo de siglos, aunque no ha vivido tanto: lo considero una especie de hermano menor. Y a su esposa Elizabeth Araujo también.
Soy lector de ambos. Cuando eran veinteañeros en El Nacional yo era un treintañero.
Omar se desataba a describir y a comentar sus tramas en la redacción y más tarde se lanzó a escribir esos cuentos que traía del barrio, que a lo largo de los relatos y las crónicas se van convirtiendo en el país, en el alma buena que se pierde y en el alma mala que nos agobia. Poseen, esos textos suyos, la autenticidad de quien ha vivido en el escenario de la realidad. Omar pudo ser víctima o victimario en aquel terreno de Aqueronte y sin embargo logró escapar hacia una función necesaria: la de la voz que rescata una existencia.
Al leerlo, no solo sientes que estás presenciando un drama verdadero: también experimentas el privilegio de saber cuánta ternura, cuánta tristeza, cuánta fuerza para la sobrevivencia encierra el sentido del humor criollo. El humor y la ironía, que despliegan las palabras de Omar Pineda como recursos en sus historias, es un espíritu, un alma que nos pertenece.
También cultiva un tono de misterio que conserva lo más genuino: la escalofriante negrura misteriosa de los cuentos que contaban los abuelos, cuando la oscuridad de la noche se convertía en escenografía familiar.
ALGUNOS TEXTOS
En el texto que titula Anna, escribe Omar:
“Ahora, después de tres años de sentirla sobrevolar de madrugada por la sala como fantasma y acostumbrarnos a sus encierros de varios días en su habitación y al silencio que abrumaba, abrimos la puerta de lo que fue su cuarto y sentimos el gotear silencioso de su misteriosa existencia”.
Y la ironía que se filtra en el relato Muerte acordada se puede enfatizar y reflejar con este párrafo:
“Azalea estaba por narrar cómo fue que lo hallaron en el piso del baño, y de los apuros que pasaron para llamar a emergencias o del esfuerzo para localizarla, alguien desde el umbral de la puerta contestó, súbitamente y sin medir palabras, que el paciente estaba técnicamente muerto”.
En Un atraco demasiado normal, se aprecian la ternura y la terrible madurez respecto a una situación que se repite como un modo de muerte y de vida:
“Nunca verás la bala salir de prisa. Nada de nada. Ni playback de cuando hiciste la primera comunión, o la graduación de bachiller, ni la sonrisa de tu mamá cuando llegabas de clases, ni el beso de la novia de tus 12 años. Te disparan y ya. Imagino que luego se oscurece y no habrá nadie que se levante de las butacas y se marche a casa, porque no es un espectáculo. Es la realidad”.
En el cuento Tres de oro se retratan la violencia de un lugar y el humor con que eso se sobrelleva. También figura allí el germen de comunicador social que predominaría en Omar:
“El miércoles de la mañana, me despertó un alboroto y recuerdo que debía ir al liceo. Al asomarme por la ventana y atravesada en la calle estaba una furgoneta de la morgue. Rápidamente me cepillé los dientes, me eché agua en la cara, me peiné y bajé por la escalera. Mamá me esperaba en el comedor con la arepa y le dije que me la llevaría envuelta porque tenía examen. De paso le informé que había ocurrido algo en la calle porque al frente estaba la policía. Mi mamá se asomó por la ventana de la sala y me preguntó, pero yo le prometí que al regreso le informaría. Uno de los eventos que más recuerdos me dejó el barrio fueron los cadáveres inesperados, casi siempre detrás del bloque tres o en La Plazoleta, en el terminal de autobuses”.
Uno de los relatos más impresionantes es el que Omar ha titulado Aline. Es de una terrible belleza y representa todo lo que se vive y se vivirá en un mundo shakespereano, en un mundo de tragedia griega, en una temporada de ilusiones y desilusiones simultáneas; de crueldad y compasión, de amor y maldad.
“A qué viene ahora Mascavidrio a soltar eso de que Aline era burda de puta, y a tener que oír descripciones de lo que hacía con ella en su cuarto los sábados en la tarde, en complicidad de su madre, una señora que era incapaz de impedir que llamaran a su hijo Mascavidrio.
Para evitar que me temblara la voz y mostrara mi rostro algo contraído, corté por lo sano y le dije al Masca “vente, guevón, vamos a echarnos un chapuzón ¿vamos a estar hablando de una chama que no tiene ni un mes de muerta?”. Nos levantamos empegostados de arena y encandilados por el sol, echamos una carrera hasta el mar que Masca ganó porque me entró una tristeza profunda. No sé si porque Aline hubiera fallecido en un accidente de tránsito y ya no la vería jamás o porque me hubiera traicionado con esa cuerda de adolescentes borrachos de sol, que jugaban como niños, y a quienes a pesar de todo debía querer porque no hay nada más grande a esa edad que contar con los amigos”.
Es un honor hablar en torno a este libro de Omar Pineda, porque es un amigo verdadero, porque sus cuentos me conmueven, porque me ofrece la oportunidad de estar presente en el rescate de unas vidas que no pasarán al olvido.
En el cuento ¿Quién paga la cuenta? está vertido el horror completo de una situación política que ha convertido a Venezuela en un territorio de crímenes y de injusticias. Todo figura y se retrata en ese cuento, inclusive el exilio y la desesperación. También el humor negro que se impone como una salida preferible a la de ponerse a llorar.
Podría usar menos párrafos porque el lector de todas maneras lo buscará y lo leerá completo y con la pasión que exige. Pero no resistí la tentación de usar un fragmento del final:
“Una joven mesera nos interrumpe y pregunta “¿les traigo la cuenta?”, pero Néstor L. repetía lo que me dijo al principio, sentado en una mesa de un café en Madrid, contándome su tragedia que no es otra que la de no poder dormir, porque la imagen del hombre mirándole, aferrado a su miedo y sin defensa, le persigue. De pronto se levanta y se dirige a la ventana, desde donde ve pasar la gente y los carros desplazarse maquinalmente a su destino. Una camioneta negra pasa lentamente por la avenida y Néstor clava la mirada. Algo le recordó de las unidades del Sebin. Metió la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta, se llevó los dedos a los labios pidiéndome que callara, y seguidamente sacó la pistola y se disparó a la altura del cuello.
Cuando la mesera y yo corrimos hacia él, ya era cadáver. No me dio tiempo para decirle que ese hombre que habían matado se llamaba Ramón González y también me atormentaba a mí. Era mi hermano. Solo la mesera le puso un toque de humor a un episodio demasiado lúgubre. Justo cuando, llegaba la policía, y los curiosos se agolpaban en el lugar, la chica se me acercó para preguntarme “señor, ¿y quién paga esta cuenta?”
Hay más historias y todas sorprenden, como debe ser. Conmueven y asombran como debe ser. Omar Pineda escribe sobre hechos reales y los que parecen inventados, parten de un verídico dolor que ha conocido “de trato y comunicación” desde la infancia. Su mérito estriba en la manera de contar, que conlleva la fuerza del testigo, el testimonio de quien vio lo ocurrido, la belleza que se desprende de un personaje que participó en la trama. Omar Pineda convence al lector de que es verdad lo que está contando. Y eso es lo que ocurre, exactamente, cada vez que nacen un buen libro y una buena escritura.
CIUDAD CLANDESTINA
(Relatos para no aburrirse en la cola)
Autor: Omar Pineda
Prólogo: José Pulido
Barralibros Editores
Impreso en Wroclaw, Polonia
Noviembre 2019
En venta en Amazon.com