MAX RÖMER –

Las imágenes de un grupo de personas derribando la estatua de Chávez en Villa del Rosario, Estado Zulia y el desprendimiento de un retrato del líder supremo de la revolución bolivariana en el Estado Lara, recuerdan aquella secuencia de una estatua de Lenín volando por los aires de Berlín, en la película de Wolfgang Becker ‘Good Bye Lenin!’ (2003).

La sutil diferencia es que una, es un filme que recrea la situación de la caída del muro de Berlín y, la otra, es la furia de un pueblo harto por los desmanes, brutal represión, hambruna sostenida, manipulación y descalificación del pueblo venezolano tanto por parte del difunto Chávez, como del dictador actual, Nicolás Maduro.

La ira contra esos iconos no va a detenerse. ¿Por qué? Porque son tan graves los atropellos a la ciudadanía que, de alguna manera hay que demostrar a los genocidas de Miraflores que el pueblo no está dispuesto a continuar bajo el régimen de oprobio del Partido Socialista Unido de Venezuela.

En aquella película ‘Good Bye Lenin!’, los protagonistas debían hacer creer a la madre de uno de ellos que se seguía viviendo en tiempos del comunismo. La pobre señora había sufrido un coma justo en el momento de la reunificación alemana. Una vez recuperada de su estado, su hijo hace creer a su madre, furibunda seguidora de la izquierda, que todo sigue igual, a pesar de que las dos alemanias hacían esfuerzos por manejar sus diferencias y llenar las fisuras que la política y la economía habían creado. Se rellenaban los botes de pepinillos, en fin, peripecias que permitían mantener la ilusión de la vida de la Alemania Oriental.

Maduro ha tratado de hacer lo mismo en Venezuela, con tan mal tino que no es un país igual que un apartamento donde todo es manejable, sino que, al contrario, todo se sabe, todo es evidente, todo es triste y desproporcionado. Los chavistas que viven del aparato del gobierno que se ha fagocitado al Estado, hacen esfuerzos por hacer creer que siempre vendrán tiempos mejores. Una era de bondades infinitas y placeres que manan de cornucopias de la abundancia. Los otros, los ciudadanos opositores, el pueblo-pueblo, la gente que se ha ido descorazonando a lo largo de los años, viven la realidad de las colas para hacerse con algo de comida, de los asesinatos cada veinte minutos, de las marchas sin respuesta.

Good Bye Chávez! Una superproducción en 3D que se vive en las calles de Venezuela, dejará una secuela de horrores, de tristezas, de necesidades de refundar a un país que, gracias a Hugo Chávez y Nicolás Maduro, está desmantelado, sin salida, sin posibilidades de diálogo reconciliador, porque ese tiempo de las conversaciones, de las posturas en común, pasó, como pasan los trenes, como dejan en los aeropuertos a los pasajeros con retraso.

Good Bye Chávez! Good Bye chavismo!

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