MAX RÖMER –

Cuando se sigue la información internacional, así como quien ve llover, a la distancia de la cotidianidad que se vive en las calles de las ciudades venezolanas, las noticias son parecidas día sí y día también. Protestas, las fuerzas de seguridad contra los ciudadanos, agresiones a los manifestantes, detenidos y algún muerto.

De tanto reiterarse la información, por sostenida que es la situación de protesta, la coyuntura se va desdibujando, se hace borrosa en la memoria, distante. Nada más lejos de la realidad de quienes viven a diario esos desmanes. En una sociedad acosada por el hampa desde hace años, en la que la comida es un bien escaso y la salud una rareza, la protesta se convierte en el acto cívico por excelencia.

Es el momento de lucir la valentía, de darle honor a los valores más caros que indica el himno nacional de Venezuela, de sacar a la luz las leyes y darles el lustre de su honor cumpliéndolas y haciéndolas cumplir, como dice la estrofa de ese canto a la libertad que es el “Gloria al Bravo Pueblo”, cuando destaca “La Ley respetando, la virtud y honor”.

De ese virtuosismo, de ese orgullo patrio sincero y sin edulcoramientos bolivarianos, es como se blanden las banderas, se asiste a las convocatorias de estar en la calle, se hace vida social y política en cada paso que se da.

Es una entrega que sale del fondo de la energía que un día alguna maestra inculcó en un aula. Una lectura sosegada del texto de ese cántico libertario del siglo XIX que, además de marcar el izado del tricolor, acuna a los niños con su melodía trasladada al trabajo que la madre o nodriza tienen que hacer para atender al recién nacido.

Esa virtud y ese honor que tienen los hombres y mujeres que machan, que exigen sus derechos amparados en las leyes, las que escribieran los constituyentes, o aquellas que se redactaron en la sombra que deja el día hacia la noche y, que con el canto de los gallos han parido los mandantes para darse oportunidades de gobernar sin freno.

Esos honorables virtuosos del civismo que muestran sus colores de lucha por la libertad, que ahora exigen que esas muchas leyes creadas a la medida del chavismo y sus 18 años en el poder sean cumplidas, no son un decorado más de las noticias internacionales diarias, son seres humanos que buscan, por encima de todo, paz, tranquilidad y progreso.

Buscan, en esa fidelidad de compañeros fuertes y unidos, que su moneda sea fuerte, que la economía permita vivir con dignidad, que esa mendicidad y trueque en el que se ha convertido la vida de los venezolanos se transmute. Buscan que el mundo entero oiga esos gritos briosos: destempladas voces que dicen que muera la opresión del vil egoísmo del presidente Maduro.

Las noticas que gestan los venezolanos cada día son eso, movimientos por llamar la atención, expresiones de queja, alzadas de voz, esgrimidas posiciones libertarias que se encuentran con el muro de los chorros de agua, los perdigones y las bombas lacrimógenas en casi tres meses de sostenido intento por hacer ver al dictador sus desmanes, sus arbitrariedades.

Los jóvenes muertos se suceden uno tras otro. Los llantos de madres, padres, hermanos y amigos se enjugan día todos los días, mientras el mandatario suma pasos de baile, acusa a opositores de ser de extrema derecha, de ser los responsables de todo la coyuntura que se vive en aquella ribera del Arauca.

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Max Römer, periodista y profesor universitario residente en Madrid.
Publicado en Analítica.com

 

 

 

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