FERNANDO MIRES
De un modo más preciso que cualquier politólogo, Nicolás Maduro ha señalado cuál es la contradicción principal de Venezuela. A un lado, la ciudadanía. Al otro, una dictadura militar y anti-electoral
La frase de Nicolás Maduro ha recorrido el mundo. Como si hubiera faltado algo –un matiz, un tono, una coma– para que todos supieran lo que ha llegado a ser, Maduro mismo, sin que nadie se lo pidiera, se encargó de confirmarlo. Para que la última brizna de duda se la lleve el viento.
“Lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas”. Esa es la frase gloriosa con la cual Maduro pasará a figurar en la historia universal de la infamia. Y sin embargo, quizás por primera vez en su vida política, Maduro ha dicho una verdad.
Pues toda su gestión presidencial, a partir del 6-D –cuando la ciudadanía estampó su mayoría incuestionable en las urnas– ha sido tratar de imponer con las armas lo que ha sido incapaz de lograr con los votos. Es por eso que, de un modo más preciso que cualquier politólogo, el dictador ha señalado cual es la contradicción principal de su país. A un lado, la ciudadanía. Al otro, una dictadura militar y anti-electoral.
Maduro ha revelado el motivo que lo llevó a convertirse en un sangriento dictador. Este no ha sido otro que impedir las elecciones a cualquier precio. Robó, gracias a la complicidad de la CNE de Tibisay Lucena, las elecciones revocatorias, inscritas en la Constitución por el propio Chávez. Robó las elecciones regionales del 2016 y las del 2017. Y al fin, no pudiendo justificar el robo de más elecciones, robó a toda la Constitución, sustituyéndola por una Constituyente Comunal cuyo objetivo principal es suprimir el sufragio universal.
Con toda seguridad a Maduro -así como otros miembros de su secta- aprendió en las escuelas de formación de cuadros de Cuba que las elecciones son un mecanismo de la burguesía para asegurar, mediante la división del pueblo en partidos, su dominación de clase. Tal vez le dijeron que suprimir las elecciones democráticas y sustituirlas por elecciones estamentales era un acto revolucionario. Al fin y al cabo ¿no fue el mismo Chávez un mentor de los llamados Concejos Comunales, supuestos órganos de representación popular llamados a sustituir en un momento determinado al “Estado burgués”?
Lo que, sin embargo, no dijeron a Maduro en Cuba es que el modelo electoral de su Constituyente es exactamente el mismo que impuso Mussolini en Italia, o que entre el estado corporativo de tipo fascista y el estado comunista hay más semejanzas que diferencias. Mucho menos le dijeron que los movimientos socialistas aparecieron por primera vez en Europa levantando las banderas del sufragio universal y que esas banderas fueron después agitadas por movimientos de mujeres. Así la consigna un hombre /un voto fue cambiada por la de una persona /un voto.
Jamás se enteró Maduro de que, precisamente alrededor de las luchas por el sufragio universal fueron articuladas las principales tendencias políticas de la democracia moderna: la liberal, la socialista y la social-cristiana. Maduro nunca llegó a saber –nadie se lo enseñó en Cuba– que el sufragio universal es una de las conquistas más grandes de la humanidad y por alcanzarla murieron muchos, como hoy están muriendo muchos en Venezuela por defenderla. Por esas razones Maduro nunca logrará entender que en Venezuela se está escribiendo un capítulo más de esa muy larga historia del sufragio universal, vale decir, la gesta de un pueblo luchando en defensa de su soberanía y de su ciudadanía.
Luisa Ortega Díaz, la fiscal constitucionalista, dio justo en el clavo: los derechos humanos tienen un carácter progresivo, afirmó. La Constituyente de Maduro, en cambio, es regresiva. Dicha frase la llevaría a romper con el régimen. En otras palabras, Ortega Díaz dijo a Maduro, tú eres un reaccionario, así como reaccionarios son todos los que te secundan.
La Constituyente significa un enorme retroceso histórico: el regreso al orden político estamental pre-democrático. Esa barbaridad es la que intenta imponer Maduro a sangre y fuego por sobre la sociedad política moderna. Retroceso histórico imposible de ser aplicado en ningún país republicano, ni siquiera en Turquía o en Rusia. Así se explica por qué la Constitución del 99 ha pasado a convertirse en el catalizador de todas las demandas políticas y sociales de la nación venezolana.
La contradicción –así lo estipuló el mismo Maduro en un momento de macabra lucidez– es efectivamente la que se da entre los votos y las armas, o lo que es igual: entre el pueblo y las balas. Maduro, como si alguna vez hubiera leído a Freud, se asumió a sí mismo como representante político del principio de la muerte.
Lo que no se pudo con los votos lo haríamos con las armas. Con esa frase Maduro, secundado por Cabello, ha declarado la guerra a su propio pueblo. Ningún dictador se había atrevido a expresar esa verdad con tanta brutalidad. Su dudoso mérito histórico fue haberla dicho por primera vez. Su lucha, si es que podemos llamarla así, no es por más votos –es la diferencia con su antecesor Chávez- sino en contra de los votos.
Maduro al fin solo dijo lo que ha hecho, hace y hará si su dictadura logra imponerse sobre la inmensa mayoría de la nación. Con cuánta razón, Ramón Guillermo Aveledo, guardando las formas de su caballerosa apostura, respondió a la ya famosa frase de Maduro con un twitter que se volvió viral: “Presidente, lo que en democracia no se consigue con los votos, no existe”.
La insurrección constitucional que tiene lugar en Venezuela nació en defensa del voto y en contra de las armas. En defensa del voto han muerto muchos jóvenes y, lamentablemente, mientras Maduro y su secta se mantengan en el poder, muchos seguirán muriendo. La defensa del voto ha desnudado el carácter dictatorial y asesino del régimen.
No el voto -eso es lo que no logran entender los extremistas de la oposición quienes coincidiendo con Maduro acusan a los defensores del voto de “electoralistas”- sino la defensa del voto será la razón que llevará a la caída de la dictadura, tal como ordenan los artículos 333 y 350 de la Constitución.
El voto en sí no es un arma. Pero siendo negado puede llegar a ser más efectivo que todas las balas. Los estudiantes, los profesionales, los intelectuales, las madres y las abuelas, las iglesias, los chavistas y militares constitucionales, y no por último, los pobres urbanos y semiurbanos, están en estos momentos concertando sus fuerzas y acciones en defensa del derecho político más elemental de nuestro tiempo: el del sufragio universal.