Desde hace 20 años vive en Madrid y admite que en buena parte Venezuela se involucra en sus novelas, pero Juan Carlos Chirinos asegura que desde hace tiempo no lee literatura venezolana ni caribeña, sino la literatura del reino de Cervantes, “como Arturo Úslar Pietri llamó a nuestro universo lingüístico”
ELIZABETH ARAUJO –
De aspecto sereno y con esa apreciada naturalidad que suele identificar a los trujillanos, Juan Carlos Chirinos (Valera, 3/mayo/1967) aguarda en un Madrid a punto de entrar en primavera su arribo a los 50 años.
Dueño de una versátil actividad intelectual, que transita desde la antologías a la investigación o las biografías, pero que acentúa su condición de narrador con los cuatro libros de relatos (La manzana de Nietzsche; Los sordos trilingües; Homero haciendo zapping y Leerse los gatos); más tres novelas (El niño malo cuenta hasta cien y se retira (2004); Nochebosque y Gemelas (2013), Juan Carlos Chirinos prefiere no darle muchas vueltas a las definiciones, y afirma que escribe sobre “el mal, los animales, las ciudades, lo raro, lo fantástico, los géneros… y sobre cualquier cosa que llame mi atención”.
-Tiene 20 años fuera del país, lo que le ha dado en cierto modo la suerte de no vivir la tragedia que le cuentan familiares y amigos. ¿Cómo se las ingenia para llevar su agenda sin sobresaltos y que Venezuela no interfiera en su obra?
-Es imposible que el país no interfiera en mi obra: escribo desde lo que soy, y lo que soy pasa por ser venezolano. En este caso, parafraseo a Terencio: soy venezolano y nada de lo venezolano me es ajeno. Ni la distancia ni el tiempo son variables importantes aquí.
-¿Qué le aporta Madrid como espacio para la reflexión decantada de la escritura, del aprendizaje mediante la lectura y para demostrar su condición de escritor?
-Madrid es una ciudad que te acoge de inmediato. Me da contrastes con mi origen, con las otras tres ciudades en las que he vivido y que en el fondo constituyen mi verdadera idiosincrasia: Valera, Caracas y Salamanca. Lo demás es trabajo de escritura, y eso hay que hacerlo se esté donde se esté.
-Dijo en una entrevista que en cierto modo se había despojado de esa carga que consistía en escribir como venezolano ¿Le resulta una traba para entenderse con lectores de otros países o siente que se trata de un acto de madurez, como quien termina de irse de la casa de los padres?
-Me refería al tipo de idiolecto que utilizo ahora al escribir; exactamente lo que dije fue que “ya no puedo escribir como un venezolano que vive en Venezuela ni puedo escribir como un español, porque no soy español, por tanto me propuse dejar que los tonos y modos del relato fluyan de manera espontánea y el resultado es esos puntos de toque, ese pasaje entre dos modos de decir la lengua…”. Sigo pensando igual, porque no ha sido de otro modo, sobre todo el habla literaria que me veo obligado a utilizar en la ficción para sentirme cómodo, aspecto este que es muy importante para mí.
-Hay quienes consideran la novela un género literario en peligro de extinguirse, dada esta nueva mirada que proponen internet y las redes sociales ¿Debe la novela montarse en ese tren de lo que han dado en llamar la “nueva modernidad”?
-Yo creo que hay que invertir los términos de la pregunta: ¿debe la “nueva modernidad” montarse en el tren inmortal y en continua agonía de la novela? ¿Puede hacerlo? Ese es un buen reto para los escritores contemporáneos.
-En su novela Gemelas los avatares del inspector Bermejo quien debe resolver un caso de invasión de animales exóticos en Madrid y ocuparse además del suicidio de una periodista y otros sucesos, se lee como un policial. ¿Se puede decir que hay en esta novela una suerte de abordaje del thriller, contado con estilo caribeño?
-No había pensado en eso, pero puede ser. En mi primera novela, El niño malo cuenta hasta cien y se retira, hay una intención clara de mezclar la nieve del norte con la arena de las playas tropicales. En Gemelas no estaba pensando en eso, pero puede ser que se haya infiltrado sin que me diera cuenta. Son los puntos ciegos de los libros que el autor no sabe, o no puede, o no debe tratar de mirar.
-Si tuviera que hacer una descripción de su tránsito como escritor ¿cómo intentaría explicárselo a quien no conoce su obra?
-Escribo sobre el mal, los animales, las ciudades, lo raro, lo fantástico, los géneros… y sobre cualquier cosa que llame mi atención.
-¿Siente alguna empatía o no sé si llamarlo influencia de las nuevas voces narrativas que se está registrando en España, y que alguien para vender lo llamó los escritores “bajo 30”?
-La literatura en España es formidablemente robusta. Debe de haber tres, o incluso cuatro, generaciones escribiendo al mismo tiempo. Eso hace un vasto paisaje de lecturas, y uno a veces se siente sobrepasado. Trato, sin embargo, de leer todo lo que cae en mis manos, sean los autores de la edad que sean. Quizá me influyan, por algo me intereso por ellos. Pero debo aclarar algo: hace muchos años que ya no leo literatura española, o venezolana, o panameña: leo literatura en español, la literatura del reino de Cervantes, como Arturo Úslar Pietri llamó a nuestro universo lingüístico. Así me siento más cómodo.
-Desde que Stieg Larsson publicó la saga Millennium, parece haberse revitalizado un género literario que parecía haberse estancado. ¿Qué se requiere, a su juicio, para que una novela negra resulte un éxito en esta época?
-Como no soy editor ni técnico en mercadeo, no tengo sino esta respuesta para esa pregunta: La novela negra posee en su genoma la misma enfermedad que la novela como género: cada año se está muriendo más, y cada año se lee más y se escribe más. Desde que Poe publicó Los crímenes de la calle Morgue, se está proclamando la muerte de la novela negra, el policial y el thriller. Puede que alguna vez ocurra, pero no parece que eso vaya a pasar pronto. Estos géneros son tan urbanitas que habría que arrasar con las ciudades todas para que no se den más, supongo.