JOSÉ PULIDO –

Aún después de aplastado el mosquito, yo podía describirlo perfectamente.

Cuando era niño de la escuela primaria, uno de mis grandes poderes consistía en detallar un mosquito de manera completa, como si estuviera mirando un elefante. Aplastaba un zancudo en mi brazo o en una pierna, en la pared o en cualquier parte, y esa mancha sangrienta que se convertía en un guiñapo, era fácilmente reconstruida en toda su estructura de mosquito por mi mente.

Tal prodigio científico no era una particularidad mía: mis amigos y demás compañeros de escuela podían hacer lo mismo. Y si alguien se hubiese preocupado por descifrar ese fenómeno hoy seríamos más sensibles, más cultos y saludablemente más cercanos al desarrollo del arte y sus peripecias universales.

Es, exactamente, así como lo digo: si una persona o una institución se hubiesen dignado desentrañar lo que verdaderamente ocurría con nosotros, habrían descubierto que no solo parecíamos un país surrealista, sino que lo éramos y estábamos inmersos en el surrealismo nada menos que con sus creadores André Bretón y Benjamín Péret.

Hubieran entendido que ahí mismo, en el Instituto de Malariología (mal aria, dicen los italianos al mal aire), una bella y misteriosa mujer había estado observando a través de un microscopio todos los anopheles que le llevaban y los había dibujado armoniosa y fantásticamente adornados con cada uno de sus detalles de mosquitos hembras que los científicos denominaban Aedes aegypti. Zancudos solazados en láminas y afiches con toda perfección y donosura.

La bella Remedios estuvo aquí y no la vimosY esa mujer, una pintora llamada Remedios Varo y Uranga, había mostrado sus cuadros en las exposiciones surrealistas de los agonizantes años treinta en París. Los mosquitos que aparecían en las láminas de Malariología en Venezuela eran obra de su talento y su observación. Y en nuestro país realizó unas cuantas piezas hermosas y extrañas.

Los expertos en artes plásticas y demás yerbas afirman que esos trabajos microscópicos retratando el transmisor del paludismo y los dibujos que hizo para la farmacéutica Bayer, influyeron de manera determinante en su obra posterior. Se volvió más concentrada y personal.

Inclusive, nosotros, los muchachos de la época en que el paludismo comenzó a ceder ante el DDT y la quinina, no solo sabíamos de zancudos gracias a ella: también nos hicimos fanáticos seguidores de las aspirinas Bayer. Porque vimos las enfermedades y dolencias a través de los ojos de Remedios Varo.

Sin saber quién era. Ni siquiera sabíamos que una mujer había pintado esas impresionantes escenas.

Esto también forma parte de la clave para comprender por qué dejamos pasar por nuestra casa, sin pena ni gloria, a una artista inolvidable. Sí: han debido averiguar más quien retrató a los mosquitos en toda su poderosa catadura de transmisores del paludismo y, husmeando un poco, echarle una ojeada a las ilustraciones que Remedios Varo hizo para Bayer: habrían entendido que el arte también es una poderosa medicina.

La bella Remedios estuvo aquí y no la vimosVINO Y SE FUE

Su hermano Rodrigo formaba parte del equipo especial que había organizado el doctor Arnoldo Gabaldón para combatir la malaria y fue él quien logró que Remedios entrara a realizar trabajos técnicos en el Instituto de Malariología venezolano. La artista estuvo en Venezuela desde 1947 hasta 1949 cuando retornó a México, donde se unió con el austríaco Walter Gruen, quien creía mucho en ella y la apoyó para que se dedicara de lleno a la pintura. Ella lo hizo y se apegó mucho más a su gran amiga Leonora Carrington. Remedios, española, y Leonora, inglesa, hicieron historia en México.

Su llegada a Venezuela se debió a que su madre y su hermano Rodrigo se hallaban residenciados en este país, como exiliados del antifranquismo. Rodrigo la entusiasmó con la batalla que libraba Gabaldón contra la malaria. Remedios andaba de amores con el piloto francés Jean Nicolle, quien la acompañó durante un tiempo. Pero ella, de todas maneras, lo abandonó.

ANTES DE LLEGAR A VENEZUELA

Estando en España, metido en la guerra civil como buen subversivo, el poeta Benjamín Péret le escribió a Bretón diciéndole que se había enamorado. No lo dijo así, pero se dejaba entrever. La muchacha no era otra que Remedios Varo, quien se había fascinado con la inteligencia y la pasión de Péret y no le importaba que sus zapatos y su ropa parecieran las de un hombre en la miseria, porque la situación de España había acabado con cualquier elegancia.

Remedios se fue a París con Péret, atraída por las cosas más anormales del surrealismo, que ya es mucho decir. Ella era un ser humano de particular talento no solo para dibujar o inventar más allá de lo cotidiano: también escribía con la misma imaginación que convertía sus pinturas en una suerte de narración fantástica.

La bella Remedios estuvo aquí y no la vimosEl poeta Benjamín Péret influyó en poetas como Octavio Paz y también en algunos integrantes del inimitable movimiento beat. Péret fue el más fiel de los surrealistas que acompañaron a Bretón.

A Remedios le gustaba del surrealismo la creencia de que solo lo maravilloso es bello. Aupada por Péret y Breton, Remedios Varo entró de lleno al movimiento surrealista parisino en el año 1937, aunque mucho tiempo después ella diría que en realidad participó en algunas de sus exposiciones y eventos pero no se consideró surrealista. Recordando esa etapa de su vida, comentó: “mi posición era la tímida y humilde del oyente, no tenía ni la edad ni el aplomo para enfrentarme a ellos, a un Paul Eluard, un Benjamín Péret, o un André Breton. Yo estaba con la boca abierta dentro de ese grupo de personas brillantes y dotadas”.

Cuando pensaba que Francia sería una felicidad, los nazis entraron en París el 14 de junio de 1940, y Remedios se asustó mucho: podía ser deportada a su país en donde el franquismo fusilaba a los opositores independientemente de que fueran surrealistas, comunistas, anarquistas, gitanos o poetas. Péret era comunista, poeta y surrealista. Lo arrestaron y lo recluyeron en una prisión militar, en Rennes. También Remedios fue detenida pero su encierro se ha mantenido en un limbo oscuro. Solo se sabe que estuvo varios meses presa y cuando salió la ayudó una amiga, Georgette Dupin, quien la alojó en su casa unas cuantas semanas. Remedios estaba muy traumatizada, según comentó Dupin en alguna ocasión.

En esos días Remedios Varo viajó al pueblo pesquero llamado Canet-Plage, donde el surrealista Jacques Hérold tenía un refugio. Desde ese lugar pudo viajar hacia Marsella a reunirse con Péret, quien al parecer había salido en libertad sobornando a unos alemanes.

En la villa Air-Bel funcionaba el Comité de Salvamento de Urgencia, puesto en marcha desde Nueva York para salvar la mayor cantidad de intelectuales y artistas de Europa. Allí también estaban, entre otros, André Bretón, Wilfredo Lam, Max Ernst, André Masson, Marcel Duchamp, Peggy Guggenheim y Helena Rubinstein.

El 20 de noviembre de 1941 salió de Marsella hacia Veracruz, en el trasatlántico portugués “Serpa Pinto”, que haría escalas breves en Casablanca y La Habana. Allí viajaron con un centenar más de personas el crítico alemán Paul Westheim, difusor del expresionismo en México, y la pareja formada por Péret y Remedios Varos. Sus pasajes fueron un regalo de Peggy Guggenheim por petición de André Bretón y Helena Rubinstein.

Tiempo después Remedios contó en una carta el comienzo de su peripecia:

“Una vez que me vi embarcada, respiré, pero el viajecito era de los de órdago también; como el barco llevaba unas cuatro veces más viajeros de los que cabían normalmente, nos aglomeraron en las bodegas. Para qué os voy a contar lo que es estar en una bodega con otras cien personas y con unas temperaturas tropicales, sin contar el mareo, yo no lo pude aguantar y agarré mi colchoneta y me subí a cubierta, donde hice todo el viaje”.

En esa ocasión, Remedios Varo especificó su llegada a México:

“Llegué a Veracruz en los huesos y desde allí trepé a la ciudad de México, que está nada menos que a 2.400 metros de altura, y como se te ocurra andar deprisa se te sube el corazón a la garganta”.

Remedios Varo trabajó con Marc Chagall en el diseño de tocados y sombreros para Aleko, el ballet de Léonid Massine, escenificado en México.

José Emilio Pacheco escribió sobre el tema: “En los cuarentas, la ciudad de México se convierte en un centro surrealista gracias a la presencia de poetas como Benjamin Péret y César Moro, cineastas como Luis Buñuel, pintores como Leonora Carrington, Remedios Varo y Wolfgang Paalen”.

Péret regresó a París en 1947 a continuar con Bretón el movimiento surrealista. Siempre al borde de la miseria, pero con la voluntad de seguir en su lucha que se extendía más allá del arte.

Benjamin Péret fue el primer traductor al francés que tuvo la obra Piedra de sol de Octavio Paz. Cuando Péret se hallaba muy enfermo en París, Octavio Paz fue a verlo y a llevarle un dinero que le había enviado Remedios. Paz escribió al respecto esta misiva:

“Luego de varios años de ausencia volví a verlo, poco antes de su muerte. Su rostro, marcado por los años, la pobreza y la lucha cotidiana, no había perdido nada de su inocencia. El cansancio y la enfermedad lo habían apagado, pero cuando reía empezaba a resplandecer con toda su antigua luz solar: rostro de poeta, si por poesía se entiende no un talento o una vocación sino una disposición del alma a maravillar y maravillarse”.

La bella Remedios estuvo aquí y no la vimosSOBRE MUSAS

Como todos los hombres capaces de apreciar la belleza femenina, los artistas y escritores que se juntaban en el movimiento surrealista consideraban importante festejar y celebrar a la Mujer-Musa. Esa costumbre no solo venía desde las nueve musas de los griegos, que cumplían con sus funciones y ayudaron a su manera, qué duda cabe. Aunque los surrealistas apoyaron la participación de las mujeres en su movimiento, ellas seguían marcadas como fuentes de inspiración.

La belleza de las mujeres parecía el único mérito, la única función y el único requisito exigido para hacer acto de presencia. Quizás tal asunto se había originado en el fulano paraíso donde la mujer figuraba en un segundo plano o desde la pelea de las diosas por la manzana de oro, cuando un joven llamado Paris las hizo enfurecer al aceptar la belleza como soborno.

Aunque la verdad sea dicha, las mujeres han destacado en todas las épocas y en cualquier disciplina. Es un poco injusto generalizar las actitudes machistas, porque muchos hombres promovieron y consolidaron el trabajo creador de las mujeres, pero lo cierto es que hubo un momento histórico en el que ellas comenzaron a rechazar el papel de musas. “Yo no te quiero inspirar canciones, yo quiero hacerlas y cantarlas”. Esa era más o menos la circunstancia y la respuesta.

Según José Luis Antequera Lucas, doctor en Historia del Arte, “A partir de los años veinte, las mujeres llegan al surrealismo a través de sus vínculos personales afectivos con miembros del grupo: Dora Maar, amiga de Eluard y Man Ray; Leonora Carrington, con Max Ernest; Remedios Varo, con Benjamín Péret. Lo que prevalece en la concepción de la mujer del grupo surrealista es la «idea» de la mujer, no la «mujer real». Es la mujer la que viene a «completar» al varón y es guiada en la vida por él. La mujer artista es la musa, en tanto en cuanto es una invención creada por el hombre surrealista. A pesar de esta concepción, el surrealismo ofrecerá a sus mujeres la posibilidad de entrever, por vez primera, un mundo en el que pueden coexistir sus actividades creadoras, con su deseo de liberarse de las presiones sociales y familiares”.

La bella Remedios estuvo aquí y no la vimosLAS BRUJAS DE MÉXICO

Remedios Varo y Leonora Carrington jugaban con la idea de los hechizos, de la brujería y se imaginaban un universo de mujeres que podían conducir los destinos del ser humano y entender los designios de la naturaleza. No en balde, doscientos ángeles rebeldes habían enseñado magia a las mujeres en una lejanísima y olvidada era de la humanidad. Los sueños de esos tiempos se integraban a los juegos de imaginación que sostenían estas solitarias y carismáticas artistas.

La corneta acústica, la novela de Leonora Carrington, tiene como protagonistas a Remedios Varo, a la misma Eleonora y a otras amigas que aparecen en el rol de hechiceras.

Octavio Paz dijo de Remedios Varo y de Leonora Carrington lo siguiente:

“Hay en México dos artistas admirables, dos hechiceras hechizadas: jamás han oído las voces del elogio o reprobación de escuelas y partidos… Insensibles a la moral social, a la estética y al precio, Leonora Carrington y Remedios Varo atraviesan nuestra ciudad con un aire de indecible distracción. ¿Adónde van? Adonde las llaman imaginación y pasión”.

Octavio Paz definió la pintura y el arte de Remedios Varo escribiendo un poema que dice así en sus primeros versos:

“Con la misma violencia invisible del viento al dispersar las nubes

pero con mayor delicadeza, como si pintase con la mirada y no con las manos, Remedios despeja la tela y sobre su superficie transparente acumula claridades.

En su lucha con la realidad, algunos pintores la violan o la cubren de signos, la hacen estallar o la entierran, la desuellan, la adoran o la niegan. Remedios la volatiliza: por su cuerpo ya no circula sangre sino luz.

Pinta lentamente las rápidas apariciones.

Las apariencias son las sombras de los arquetipos: Remedios no inventa, recuerda. Sólo que esas apariencias no se parecen a nada ni a nadie.

Navegaciones en el interior de una piedra preciosa”

Octavio Paz escribió varias veces sobre Leonora Carrington y Remedios Varo. El poema de Octavio fue publicado en 1967. Ya Remedios Varo había fallecido a los 55 años de edad. Ese poema ha sido un reconocimiento justo, grandioso, inimitable.

En el mismo año 1967, cuando aparece la maravillosa novela Cien años de soledad de Gabriel García Márquez, los lectores se dan cuenta de que el Gabo también le ha rendido homenaje a la mujer creadora: en el ámbito mágico de Macondo surge con gran fuerza un personaje, Remedios la bella, inspirado en la pintora.

Esa artista impresionante, pasó por Maracay, por Caracas, por Ciudad Bolívar, por todas partes donde había zancudos, mosquitos. Y como no se percataron de su grandeza, ella nos dejó una muestra que podemos seguir como un hilo de Ariadna para entender la fuerza del arte.

Cada vez que aplasto un mosquito intuyo algo más. La muerte de millones a causa del paludismo, lo sé. Pero también la belleza salvadora que generaba el talento de Remedios Varo. Y cuando siento deseos de expresar que ella me inspira profundamente con sus obras, me detengo en seco, porque recuerdo que Remedios Varo y Leonora Carrington, amigas por siempre, replicaban invariablemente, si les alborotaban la lengua: “nosotras no somos musas de nadie”.

José Pulido, poeta y periodista venezolano, residente en Génova, ciudad de Italia.

 

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.