OMAR PINEDA

Algún asiduo de Miraflores debería sugerirle a Nicolás que cuando un mandatario se aferra al poder y dispara contra su propio pueblo, lo mejor es preparar las maletas. Lo dice el sentido común: el destino de los dictadores es caer.

 

Villa del Rosario ha sido un sector tradicionalmente chavista

La noticia y la ira llegaron juntas. Miguel Medina, el joven de 20 años que había recibido un balazo en el abdomen cuando protestaba el pasado jueves en Maracaibo, no aguantó la operación de urgencia y falleció de un shock hemorrágico.

De inmediato la marcha por la paz que habían planeado para ese viernes los estudiantes de Villa del Rosario se volvió un torbellino de rabia y un grupo arremetió contra la estatua de Hugo Chávez, tal y como en abril de 2003 los iraquíes tumbaron la efigie del dictador Saddam Hussein.

El simbolismo de ese instante, eternizado en un video que ha dado la vuelta al mundo, debería sonarle a preaviso a Maduro. Pero, dada su dificultad para entender la realidad, tomó dos medidas: llamar al gobernador del Zulia Francisco Arias Cárdenas para erigir otro monumento del “comandante eterno” y multiplicar la custodia de las estatuas de Margarita, Caracas y Guárico.

Ignoro si este acto aislado de furia envía algún mensaje, pero cualquier asiduo de Miraflores debería sugerirle a Nicolás que cuando un mandatario se aferra al poder y dispara contra su propio pueblo, lo mejor es preparar las maletas. Lo dice el sentido común: el destino de los dictadores es caer.

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