MAX RÖMER –
Si Chávez tuvo el favor de unos precios del petróleo impresionantes, Maduro no corrió con la misma suerte. Mermadas las entradas de recursos y sabiendo que las dádivas a la población era la principal forma de mantener el ánimo de los seguidores en alto, los recortes se fueron sucediendo.
La importación de alimentos y medicinas empezó a sentirse en los anaqueles de los comercios. Colas, inmensas colas llenaron el paisaje de las ciudades. Todas ellas, sin excepción. La desesperanza corre por las calles. Sumada esta situación de inanición a la de inseguridad, la sensación de vacío en la ciudadanía empezó a crecer y con ella los desafectos al régimen de Maduro.
La institucionalidad se dividió en dos bloques. Por una parte, la Asamblea Nacional anteriormente favorable a Chávez se hizo opositora después de las elecciones de diciembre de 2015. La oposición por primera vez ocupaba un ámbito en uno de los poderes desde 1998, un foro necesario para la denuncia de las condiciones a las que se había llegado en Venezuela en tan largo período de sucesivos desmanes contra parte del pueblo, aquel que no lucía las rojas camisetas.
Para paliar la situación de desabastecimiento del pueblo chavista, Maduro se inventó un recurso de distribución de alimentos: los CLAP (Comité Local de Abastecimiento y Producción). A la mejor manera de los soviets o de las cartillas de racionamiento cubanas, los CLAP entregan alimentos a aquellos que manifiesten y demuestren su apego al régimen. Una forma más de exclusión de los opositores a la más elemental de las necesidades: la alimentación.
Maduro decide armar a un millón de milicianos para incrementar el número de armas en la calle y, por supuesto, las posibilidades de una explosión social en la que saldrán las armas que están en manos del pueblo
El descontento se exacerbó. Empezaron nuevamente las protestas, la gente decidió tomar nuevamente las calles para exigir la salida del presidente. Los esfuerzos de la comunidad internacional por la existencia de un diálogo entre la oposición (bastante atomizada y representada por diferentes líderes) fueron infructuosos.El presidente decidió que el Tribunal Superior de Justicia adoptase medidas similares a las de la Asamblea Nacional, aun con la advertencia de la Fiscal General de la República por los excesos que suponía esa medida.
Los diputados de la oposición se levantaron de sus curules y sí llamaron al pueblo a la defensa de sus instituciones políticas. Se acusó a Maduro de hacerse un autogolpe al estilo de Fujimori. Las instituciones internacionales levantaron la mirada hacia Venezuela, una vez más, sugieren un diálogo inmediato entre los diferentes actores políticos.
Mientras tanto, entre tanta confusión política, con la economía sumergida en deudas y el ámbito social encendido, Maduro decide armar a un millón de milicianos para incrementar el número de armas en la calle y, por supuesto, las posibilidades de una explosión social en la que saldrán las armas que están en manos del pueblo, las muchas armas compradas a lo largo de estos años para disparar a todo aquel que se atreva a cruzar el umbral de una puerta.
El panorama no es nada halagüeño. Al contrario, es un terreno para que cualquier cosa pueda ocurrir. Cualquiera.Eso pasa en Venezuela.