SEBASTIÁN DE LA NUEZ –
Hay un clásico de Hollywood, La pandilla salvaje, que relata el periplo suicida de una banda de delincuentes sin escrúpulos en el oeste americano de finales del XIX, una época en la que incluso los niños torturaban por diversión a los escarabajos. Los bandoleros deberán huir hacia México al encontrarse con el ejército federal, pero allí les esperan las hordas de Pancho Villa. El crimen no paga, primera lección; segunda: no te metas en las fauces de las hordas de Pancho Villa porque te van a triturar
Claudio Fermín, Timoteo Zambrano, Felipe Mujica, Henri Falcón, Leopoldo Puchi: ¿qué tienen en común? ¿De qué madera están hechos? O quizás sería mejor preguntar ¿con qué fueron amasados? Todos ellos, como sugirió alguien en Twitter, han sido designados directivos del Ministerio del Poder Popular para la Oposición.
Hay una tradición en Venezuela, una de tantas. Es simplemente una burla del pícaro, esa especie tan común del arribista y vivaracho, el que se cuela por el arcén para adelantar la cola de carros; ese a quien se considera, sin embargo, un mal menor dentro del retablo de personajes que ofrece la política, el individuo de quien solemos comentar (o solíamos) en tono de considerada jocosidad:
—A ese lo que le gusta es que lo pongan donde «haiga».
Un poco jocosamente, entre una jaquetonería y una viveza, la del temerario que busca el poder por la vía más expedita, llegó Chávez a Miraflores una vez y allí se enquistó como una larva purulenta hasta el día de hoy, adoptando diferentes nombres, bajo diferentes formas.
Han copado las redes sociales, durante los últimos días, varios personajes de la política nacional con sus historietas a cuestas. Fermín, Zambrano, Mujica, Puchi, Falcón y otros de menor rango: la mayoría con su camino andado y bien andado. Siendo benignos, uno podría decir que se han mantenido en segundo plano durante los últimos años, como caimán en boca de caño, esperando por una segunda oportunidad, ya que la primera se las dio la democracia al ofrecerles educación, una tribuna y un partido desde los cuales hacer su carrera política. Les dio, además del voto, voz a través de los medios en democracia para que el pueblo escuchara sus propuestas y supiera de sus logros, que los tuvieron en mayor o menor grado. Ahora, en teoría, tienen derecho a buscar su regreso, a reconquistar la palestra pública que una vez tuvieron… o el pedazo que alcanzaron a tener. El general Douglas MacArthur vive en ellos, y con la frase del general, la esencia del Rómulo Betancourt cuyo partido había perdido las elecciones con Luis Piñerúa: «We will come back!»
Todos estos años se mantuvieron a la sombra bajo diferentes conchas o paraguas, aunque esporádicamente los iluminara el foco de una designación diplomática, un ministerio o una gobernación. Y uno sabía de ellos pero jamás les hizo mucho caso. La escena pública estaba demasiado alborotada para reparar en segundones. Alguno colaboraba con entusiasmo directamente con el gobierno de Chávez, y luego se asoció a Maduro. Todos han manteniendo distancia ante las estructuras desarrolladas por la oposición organizada como Coordinadora Democrática, MUD o Plan País. Algún otro ha sido un verdadero saltimbanqui: TZ salió de AD en 2004 para irse con Antonio Ledezma; luego se fue a Un Nuevo Tiempo, luego apoyó la candidatura de Leocenis García, luego se quedó con los crespos hechos y hace poco fundó un partido que fue legalizado prontamente, mientras que otros eran ilegalizados.
Pues bien, Zambrano y sus compinches han llegado a un acuerdo flash, sin trabas, sin precedentes, con el gobierno de Nicolás Maduro. Quien firma el acuerdo, por parte del Poder Ejecutivo, es el ministro de Información y Comunicaciones, Jorge Rodríguez. No importan las claves de ese entendimiento, aunque probablemente haya dólares de por medio. No importan, tampoco, los términos y promesas implícitos en el acuerdo: pura paja para alargar tiempos. Lo que importa es qué jirones del país superado, desechado ya por las mayorías ojalá que para siempre, subsisten en este tipo de noticias.
Porque a fin de cuentas es solo eso, una noticia. Le falta un segundo día.
Rodríguez lleva su sambenito encima, esa marca indeleble del resentido irredento dispuesto a todo en su venganza. Es el hijo traumatizado por la muerte bestial de su padre a manos de una policía que dependía de un gobierno adeco, una de las dos patas de la democracia bipartidista a la que odió. En realidad, odia al país completo aun cuando él, siendo psiquiatra, no llegue a entender eso, o no quiera admitirlo de sí mismo. En todo caso, con JR no hay entendimiento posible. Ni acuerdo. Ni paz. Ni nada.
Pero se ha encontrado con La Pandilla Salvaje en el resentimiento. Todo esto es como para una historia del resentimiento, algo que se ha estudiado desde la teoría política. En algún punto se encuentran psicología, política y crimen. En otro punto coincide el resentimiento con una merengada de oportunismo, cinismo, desvergüenza y tozudez. Es el caso de Fermín, por ejemplo. Ha buscado apoyo popular por la vía de la retórica populista y quizás eso le dio, en otra época, alguna respuesta. Pero eso era en otro país. Hay algo en ellos equívoco, falso, impostado. Antes, el venezolano compraba todas esas cosas juntas y por eso ellos llegaron adonde llegaron. Incluso podrían haber llegado más lejos pero tampoco tuvieron suficiente astucia ni suficiente cinismo.
Ahora, a La Pandilla se le ve el tumbao al caminar. Primero porque el país está escarmentado. Se le ve de cerca y se le ve de lejos, desde el otro lado del océano. El tumbaíto es como la tos, que no se puede ocultar, y huele a rancio. Es la otra Venezuela con sus patadas de ahogado. ¿De qué pasta estarán hechos? No se sabrá nunca. Pero es una pasta vencida.
Sebastián de la Nuez, periodista venezolano, residente en Madrid, España.
Nota: En una primera edición de este artículo fue mencionado el político venezolano Eduardo Fernández, cuya imagen también fue incluida en la ilustración. El señor Fernández no aparece entre los firmantes del referido acuerdo “Gobierno-Oposición”. Por tanto, hemos retirado su nombre y su figura. Pedimos excusas.