ROBERTO GIUSTI –
Describir lo que ocurre en el país sin estar allá se ha convertido en una tragedia permanente para quien esto escribe. Primero porque el destierro es una prueba exigente que demanda la superación de toda clase de barreras, desde la sicológica y cultural (adaptación, integración y reconocimiento de una realidad extraña), hasta las más apremiantes de manutención y sobrevivencia. Segundo porque lo hemos dejado todo y no me refiero solo a la familia y a los amigos, sino a 30 millones de personas sometidas a un cautiverio forzoso, con la carga de remordimiento y angustia que eso implica. Y tercero porque el hecho mismo de haberse escapado de tal fatalidad te inhabilita para opinar sobre desgracias como la ocurrida el 15 de octubre.
Pareciera, según unos cuantos tuiteros intolerantes, que solo aquellos que permanecen en Venezuela y sufren las consecuencias, tienen el privilegio de fijar posición sobre el encarnizado debate que mantiene escindida a la oposición democrática. Pero no se trata en estas líneas de hacer el análisis crítico de las diferencias que nos llevaron a la ignominiosa derrota del domingo 15 de octubre, no precisamente de carácter electoral, porque nadie gana, cuando lo hace con trampa. Buscamos sí verificar un fenómeno que afecta por igual, aunque de manera diferente, a quienes están afuera y a los que permanecen adentro.
POR EL CAMINO LARGO
Descartada la vía electoral, dividida la oposición y ya liberado el gobierno de la máscara democrática, lo que se plantea es una escenario de largo plazo, a no ser que se produzca un estallido social o una intervención, desde afuera, tipo Bahía de Cochinos.
Tanto afuera como adentro del país existía desde el seis de diciembre del 2015, en un extenso segmento de la población, la sensación de que un gobierno como el de Maduro tenía los días contados y que su salida era cuestión de meses.
Ahora, a pesar de que la situación está peor y el país se hunde sin remedio, paradójicamente el gobierno tiene mayor control, luego de haber soportado cuatro intensos y sangrientos meses de rebelión popular y de haber sorteado unas elecciones fraudulentas de las cuales, se suponía, saldría una oposición fortalecida.
Ocurrió todo lo contrario porque el chavismo ha mantenido, pese al costo político que eso significa, el desarrollo y profundización de un régimen totalitario cada vez más hostil en contra de la población. Y esto significa, para la diáspora, que muchos de los expatriados que no terminaban de mudarse, tanto en lo mental como en lo material, porque consideraban inminente el regreso, tendrán que ajustar sus tiempos, reacomodarse y prepararse para el largo plazo. Algo que inevitablemente nos retrotrae a aquellos exiliados cubanos que llegaron a Estados Unidos con las primeras olas de inmigrantes, esperanzados en que volverían en un par de meses y murieron de viejos sin volver más nunca a la isla.
¿Sufrirán los venezolanos la misma suerte?
Lo más probable es que no porque los venezolanos, a pesar de las contradicciones y falta de consistencia de la dirigencia política, han votado cuando se les pide votar y han salido a la calle cuando esa fue la consigna. Jamás han abandonado la lucha y hasta ahora, después de casi dos décadas de chavismo, constituyen una inmensa mayoría que no se ha rendido ni resignado aun en los peores momentos.
Roberto Giusti, periodista venezolano. Escribe desde Oklahoma, EEUU.
Muy buena tu reflexion y punto de vista, es una realidad que sufren todos los que estan fuera .Porque hablas de bahia de cochinos donde gano Fidel y apreso a los cubanos que invadian por libertad, veamos la intervencion de Panama donde los norteamericanos invadieron se llevaron al malandro y secuaces , luego dejaron a los panameños que resolvieran su situacion politica y economica. Ahora alli esta Panama prospera , amplio su canal y tiene futuro , ….sin petroleo.
No hay comparacion entre Cuba y la actual Venezuela. Semejanzas, pero abismos de difererencias