JOSÉ PULIDO –
Fotos: Emilio Kabchi

Si usted no ha visto ni ha escuchado el Salto Ángel, deseo que alguna vez pueda hacerlo. Si no ha subido al Ávila hasta donde los árboles se llenan de ardillas y pájaros, ruego para que un día se permita ese placer fundacional.

Si usted no ha leído a Lena Yau se ha perdido también varias satisfacciones y descubrimientos que le harían mirar distinto, que le prodigarían otros ángulos del sentir.

Déjeme decirle: no sé cómo es ella, no sé cómo habla ni he escuchado su voz. No la he visto sentarse o caminar. No sé si en persona es antipática o simpática, tierna o endiablada. Pero leyéndola he percibido la presencia de una imaginación pertinaz cuya existencia agradezco. Vaya. Es como tener sábila cuando uno se quema.

Es algo de otro nivel. Una especie de lenguaje con significados tormentosos y amorosos, irónicos y elegantes. Palabras milagrosas insertadas como joyas para lucir en la boca y entre ceja y ceja, en caso de que llegue el juicio final, inclusive para mucho antes.

Esa dama te hace leer como si estuvieras bebiendo whisky con agua de coco, mientras escuchas a Eydie Gormé cantando con Los Panchos; como si estuvieras bebiendo un vino hecho con el violeta de la tarde, cuando Julieta dijo te espero en tal parte. La lees sintiendo que algo tuyo existe dentro de sus tramas o en el cantar de sus poemas.

Sí: es algo de otro nivel; como diferenciar una guayaba de una estrella y agregar que las estrellas se las come el pensamiento, porque esa luz escrita es para leer y saborear con lo que haya de sensibilidad. Et cum spiritu tuo.

Cada vez hay que ser más sensible y menos rústico para leer esas palabras que surgen de ella, esos cuentos tan bien elaborados, esos poemas que te dejan frappé, que te arrancan el aliento como si el diálogo autor-lector se convirtiera en un asunto de montaña y bicicleta.

Y cuando ella usa las comidas, los platos, los sabores de la cocina y las integra a sus estructuras poéticas de mujer-femenina-interminable-deliberada, no solo te da hambre: te deja pasmado en medio de un almíbar como cuando el dulce de lechosa atrapa un listón de sol y no lo quiere soltar.

Lena Yau - Los libros de los inmigrantes se mojan en el marPARA CONOCER ALGO DE ELLA

En la página de Escritores.org se conservan sus datos. De ahí los traigo:

Lena Yau nació en Caracas, Venezuela, en 1968. Estudió Letras en la Universidad Católica Andrés Bello y realizó un máster en Comunicación Social en la misma institución. En 1997 emigró de Venezuela y se estableció en Madrid en el año 1999, donde realizó Doctorado en Filología Hispánica en la Universidad Autónoma de Madrid.

Yau es columnista del diario El Nacional, de la revista Clímax y del portal Dulcear. Colaboró en El sabor de la eñe, glosario que reúne los términos de gastronomía y literatura publicado por el Instituto Cervantes, en España.

Ha participado en Cien mujeres contra la violencia de género, editado por FUNDAVAG Ediciones en el año 2015. En el 2016 participó en la Feria Internacional del Libro de la Universidad de Carabobo, y publicó el poemario Lo que contó la mujer canalla. En el 2018 presentó su libro Bienmesabes.

Ha publicado: Hormigas en la lengua (2015); Trae tu espalda para hacer mi mesa (2015); Lo que contó la mujer canalla (2016) y Bienmesabes (2018).

Y he aquí unas breves muestras de lo que hay en sus libros:

BIENMESABES

“Para muchas personas los caracoles, las navajas, los percebes, los calamares y el pulpo son seres abyectos. Algunas de sus amigas le preguntaban cómo podía comer esos monstruos. Su hermana Carmela se sentía incapaz de entrar en la pescadería si esos bichejos estaban. Abstraída, afinaba la teoría de que los animalejos eran solo para gente selecta, para gente que rompe el molde. Estaba segura de que había una fuerza secreta dentro de ellos. Por eso el Bosco se atiborró con percebes y bígaros antes de pintar El jardín de las delicias”.

LO QUE CONTÓ LA MUJER CANALLA

La ola verde.
Los que están delante.
Los que están detrás.
Los que la saltan.
Los que la corren.
Los que se dejan revolcar por ella.
Su rugido es mi memoria.

TRAE TU ESPALDA PARA HACER MI MESA

Roberto Bolaño conquistó a su mujer con un plato de arroz blanco.
Eso es lo que ella le hizo creer.
La verdad es que le dio pena lo mal que comía.
(Si todo lo que cocina le queda como este arroz blanco le va muy mal)
Así que se quedó un día para enseñarle a cocinar.
Y otro.
Y otro.
HORMIGAS EN LA LENGUA

“Pino espera turno para que le sirvan. El olor de la comida aumenta la angustia. Hoy toca potaje de berros y lentejas con chorizo y arroz. ¿Qué voy hacer?, ¿qué voy hacer?, ¿qué voy hacer?, se pregunta agobiada mientras escucha los grititos de alegría de Jenny porque de postre hay mousse de guanábana. Encima, guanábana”.

Lena Yau - Los libros de los inmigrantes se mojan en el mar

Y AHORA LA ENTREVISTA

-Hay una ironía tan propia, tan humana, tan deliciosa en tus escritos y en tus poemas, que siento deseos de saber si has meditado en su origen.

-No había pensado en eso hasta que leí tu pregunta. Supongo que es algo involuntario, un giro relacionado con mi manera de ver al mundo y de asumir la vida. El sentido del humor es uno de mis lentes. Cuando observo situaciones, mi percepción las abre en fibras. El ojo escoge y enfoca algunos filamentos. Desde allí escribo. Quizás lo que siempre he pensado como humor es la ironía que describes.

-La comida y sus placeres, la comida y su importancia en todo lo que somos, ¿siempre ha estado en tu modo de crear, de ver la vida?

-Más que en mi modo de crear, está en mis filtros. Traduzco todo desde la mesa: el habla, el pensar, las relaciones interpersonales, las conductas, las reacciones, los hábitos, el poder, las modas, las ideologías, la condición humana. Allí el placer, sí, y el derecho a ejercerlo; pero también la relación con la madre y el padre, los traumas, las compulsiones, las filias y fobias, las perversiones, los sentires, el arraigo, la extranjería, el sexo, la vida, la muerte.

La mesa, en su silencio de madera, entraña todo.
Cuando leo, detecto la comida en todas sus formas: el antes durante y después; el diván que faltó, la madre que no amamantó, el placer objetado, el nostos frustrado, la salvación y la condena.
Esas señales, que están dentro del texto, revelan la relación del autor con la ingesta.
Todos tenemos una relación compleja con los alimentos que se refleja en lo que hacemos.
Mis sueños siempre tienen elementos asociados a la mesa, al comer.
En mi escritura a veces cuento el comer y a veces lo esquivo.
No siempre está de manera evidente.
En el caso de Hormigas en la lengua, Trae tu espalda para hacer mi mesa y Bienmesabes, el alimento es vertebral.
En Lo que contó la mujer canalla, no.

-Escribir, en el fondo de todo, ¿es encontrarte con cierta felicidad de ser tú?

-Escribir es ser.
Si lo mido por número de libros publicados, podría parecer que no soy.
Pero no hago otra cosa que leer y escribir.
Soy lenta, doy vueltas, corrijo mucho, me cuesta poner el punto final.
Trabajo en cambiar eso, sé que debo hacerlo.
Escribo todo los días en el mismo horario.
Leo del mismo modo.
Mi mejor momento del día es el lapso que dedico a la creación.
No sé si es la felicidad de ser yo, sé que el ejercicio en las teclas me hace feliz.
Hay jornadas tercas y hay jornadas en las que el texto crece espléndido.
Frente a un hallazgo siento que estoy viva de un modo más intenso.
Me desconecto del cuerpo, todo lo que me rodea desaparece.
Las interrupciones muestran mi yo feo, antipático, neurótico.

Me levanto de madrugada para burlar los ruidos: el timbre del intercomunicador, los pasos de los vecinos sobre mi cabeza, la voz del conserje que pide los números de consumo de agua.

Lo peor de morir, pienso, es no poder leer, escribir, comer queso comté.

-¿Qué determinó en tu infancia el camino que seguirías?

-Ser hija de inmigrantes, crecer en una familia multicultural, ser lectora precoz, tener una inmensa curiosidad por todo, cuestionar las respuestas y las explicaciones que me daban los adultos, mi apego al silencio, entender que la soledad sirve para inventar tus propios juegos e historias, saber dosificar la rebeldía.

Lo sé ahora, claro.
Soy la hija mayor de un matrimonio joven.
Eso también contribuyó, cuidaba de mi hermana y de mi hermano, les contaba historias.
No fui una niña física, eso tampoco ha cambiado.
Prefería leer a jugar a la ere.
Me aturdía rápido con los gritos.
Detestaba las piñatas.
Mi lugar era otro.
En mi casa no había una gran biblioteca, los libros de los inmigrantes se mojan en el mar, pero todos mis familiares eran lectores voraces.
Mi abuela paterna era una apasionada de la tragedia griega, mi papá de la historia, mi mamá de la narrativa.
Todos se ocuparon de que tuviera los libros que quería leer.
Nunca cribaron mis lecturas.

Recuerdo que era muy pequeña cuando leí Yerma de García Lorca. Un amigo de la familia se escandalizó, no son lecturas para una niña de su edad, dijo. Escuché a mi mamá contestarle que las lecturas son lecturas, que los libros infantiles me aburrían, que quitarme el libro no tenía sentido.

Es algo que agradezco, mis padres eran estrictos en todo, menos en eso.
No me dejaban ver telenovelas, pero para la lectura no había restricciones.
Escribía intentos de poemas y de cuentos, se los enseñaba y ellos lo leían con respeto.
No me aplaudían ni me hablaban con diminutivos.
No hubo excesos.
Fui una especie de niña adulta.

Lena Yau - Los libros de los inmigrantes se mojan en el mar-¿Cuál es tu sueño más preciado en este tiempo?

-Publicar, ver crecer a mi hijo feliz, superar escollos que me sorprendieron de una manera cruel.
Lanzarote.
Caracas.

-¿Cuándo sentiste que eras narradora, escritora, poeta?

-Cuando me di cuenta de que todo lo que no podía decir hablando, lo podía decir escribiendo.
Cuando terminé un texto y al revisarlo, sentí vértigo bonito.
Cuando entendí que la escritura es mi lengua.

-¿Cómo te ha ayudado la escritura?

-Me ha ayudado a sublimar.
A convertir mis bacterias en queso.
A conocer a las personas.
A resguardarme.
A encontrarme con almas a las que me une un hilo de plata.

¿Qué parte de la vida no puedes explicar, qué se te escapa?

-Los malos haceres, la mala intención, la torcedura, el bifrontismo, lo injusto.

-¿Cuál es tu gran pasión?

-Soy aburridísima.

Me encantaría decirte: saltar en paracaídas, patinar sobre hielo, cantar rap, el cine de los 50, los ofidios no clasificados, el montañismo.

La verdad es que siento un amor muy hondo por los libros, por la mesa, por algunos mapas, por el mar, por los volcanes, por los veleros y por los caballos.

Me gusta leer ediciones bilingües y me gusta leer un mismo libro traducido por españoles, argentinos, mexicanos, hijos de latinoamericanos nacidos en otros países.

Luego hay materias en las que me pierdo feliz. La semiología, por ejemplo. Los estudios de comunicación. La fotografía. Las artes visuales. Hace unas semanas escuché a Massimo Leone hablar de todo lo que acabo de enumerar. Pensé: yo podría quedarme a vivir en lo que está diciendo. Eso me pasa también con los libros.

-¿Estás muy cerca de ti o te mueves como si estuvieras en un lugar que no te corresponde?

-Estoy cerca de mí sabiendo que el lugar no me corresponde.
Siempre ha sido así.
Tiene que ver con la bilocación, con ser de dos lugares que no funcionan como un uno sino como un todo.

-¿Qué lugar ocupa la religión en tu vida?

-Mi origen es católico.
Elisa Lerner dice que soy judía por elección.
Lo cierto es que soy agnóstica.
Para mí lo más cercano a la religión está asociado al paisaje.
Romperse en el paisaje es creer.

-¿Dónde vives? ¿casa? ¿apartamento? ¿perros? ¿gatos?

-Vivo en un apartamento.
Desarmé mi casa en Caracas, la metí en la panza de un barco, la rearmé en Madrid.
Busqué un apartamento para mis muebles.
Un lugar con vista verde.
Allí vivo desde el 99.
Tengo un perro, un schnauzer de 7 años que se cree cachorro.
Tuc se despierta de madrugada y me acompaña a escribir.
Habla dormido, es miedoso, sabe nadar con salvavidas, se esconde cuando hace frio y cuando le toca baño.
Reconozco que somos dependientes.
No me importa, lo quiero mucho.

-¿Qué haces en esta etapa de peste y dramas?

-Intento no sucumbir. Leo. Escribo. Asisto a talleres y conferencias. Coordino los talleres de Literatura y gastronomía y de Escritura culinaria. Escribo las pautas de colaboración. Investigo. Tengo pendiente hacer un zoom de brindis con tres amigas escritoras, pero no encuentro el tiempo. No he puesto mi correo al día, no me presiono porque siento que el momento me pide silencio. Antes de dormir veo películas tontas.

-¿Hacia dónde conduces tu escritura?

-A buen puerto, espero. Busco ser menos necia con las correcciones. También busco perder el miedo a enfrentar mis fantasmas dentro del texto.

-¿Cómo ha cambiado dentro de ti la ciudadanía, en un país que ha cambiado tanto?

-No ha cambiado.
Amo a mi país como siempre.
Creo en Venezuela.
Hablo de los horrores de un régimen asesino, denuncio y no dejaré de hacerlo.
Vivo el gentilicio entre el dolor, la rabia y el deseo de justicia.

-¿Se ha dispersado la familia?

-Sí. Mi mamá y mi hermano están en Venezuela, mi hermana en Estados Unidos, mis primos en Alemania, mi tía en España. La lista de parentela y países es larga.

José Pulido, poeta y periodista venezolano. Reside en Génova, ciudad de Italia.

 

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