OMAR PINEDA

Nicolás no sabe leer la realidad. Se siente seguro, protegido en Miraflores, rodeado de la banda de ineptos –civiles y militares– que integran su gabinete, y que se muestran insensibles e indiferentes al clamor de la población que les dice de mil formas posibles que se les agotó el tiempo para seguir jodiendo el país.

No sabemos cuántas madres advierten a sus hijos con ese “mira que te pueden matar”, que a veces suena más a despedida que a consejo, cuando ellos salen a las protestas pacíficas que Maduro debería haber leído y evitar la carnicería en la que se ha vuelto un experto.

Pero Nicolás no sabe leer la realidad. Se siente seguro, protegido en Miraflores, rodeado de la banda de ineptos –civiles y militares– que integran su gabinete, y que se muestran insensibles e indiferentes al clamor de la población que les dice de mil formas posibles que se les agotó el tiempo para seguir jodiendo el país.

Escribo esta obviedad impulsado por el temor de que un nuevo nombre se sume a la lista de compatriotas asesinados por balas de militares o de hampones que se hacen llamar colectivos. Como todos, me pregunto quién será la nueva víctima de esta saña criminal con la que se aferra al poder Nicolás Maduro, ya en total orfandad porque ni Rafael Correa, ni Lula, ni Daniel Ortega, ni Raúl Castro, ni Pepe Mujica se atreven a respaldarlo.

Sencillamente se ha convertido en dictador, y la excusa de que tales protestas son parte de un golpe no la cree ni siquiera su incondicional amigo Ernesto Samper.

“Mira que te pueden matar”, le dijo la mamá al joven que recibió un balazo en la espalda y que el narcoministro Reverol hizo creer sin éxito que fue un disparo “que provino del bando de la oposición”. Así sería de imperiosa la necesidad de ese chico para salir a protestar –lógico, nació en una revolución que se vendió como humanista y fue incapaz de asegurarle un pan–, y correr el riesgo de no llegar a cumplir sus sueños, si alguna vez los tuvo.

Por eso, cuando circulan las fotos por instagram de las hijas del general Padrino gozando en Madrid, con dinero que su papi les roba a los venezolanos; del mismo modo en que sonríen en fotos la hija de Jorge Rodríguez, desde Australia o las hijas de Jaqueline Faría en Buenos Aires, los jóvenes que alguna vez anhelaron subir a un avión y no pueden hacerlo porque no tienen ni para comer, reaccionan con más rabia. Esos corruptos les arrebataron también su derecho a sonreír. Ellos, también aparecen en fotos, pero inertes, en medio de un charco de sangre.

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