ATANASIO ALEGRE
En España ya se comienza a notar sus presencias. Debe ser así porque se habla de 3 mil médicos venezolanos en ejercicio. Hay ya negocios venezolanos en ramas concretas y desde el punto de vista de la información, son dos los periódicos digitales que han arrancado con buen pie: Actualy.es y Al Navío

 

Eran cuatro los que ese martes sin otra calificación que la de segundo día de la semana se habían reunido a comer en uno de los restaurantes de moda en la madrileña calle Jorge Juan. Tres españoles y un venezolano.

Después de los entrantes y ya con la botella de vino italiano de la Toscana en el cubo, la camarera fue colocando los platos ordenados por los cuatro comensales. El venezolano había pedido ojo de bife y cuando otra de las muchachas colocó sobre la mesa las tres salsas para sazonar el plato: una peruana picante, una argentina, el chimichurri, y otra brasileña, éste preguntó si tenían guasacaca.

“Esa no la conozco, señor”, dijo la muchacha, inclinándose con el último de los botones desabrochado mostrando de esa manera lo que de haber estado el botón en su sitio, no hubiera permitido apreciar al comensal lo que vio.

Dos de los españoles que habían puesto cara de asombro cuando el hombre había pronunciado la palabra que la moza ignoraba, dijeron casi al unísono”:¿cómo es que has dicho guasa… qué?” “Guasacaca, explicó el venezolano, es algo parecido al guacamole mexicano que se hace a base de aguacate”. El hombre lo dijo en un tono que no admitía discusión mirando como dicen los jesuitas que hay que hacerlo, trazando mentalmente una cruz sobre la frente del interlocutor.

Uno de ellos contemporizó, “creo que la ponen como aliño –dijo- en un restaurante venezolano que acaban de abrir en una de las trasversales de La Castellana”. Pero la reunión para comer, según se desprendía de la conversación, tenía como finalidad previsible un negocio en el que el capital, o al menos la mayor parte del mismo, dependía del venezolano, el cual llamaba galpones a algo a lo que los españoles se referían como grandes superficies.

El venezolano era un hombre de elevada estatura, de piel blanca y a juzgar por el poco cabello que le quedaba había sido rubio, uno de esos catires venezolanos que contaba como segundo apellido con un Adler, tal como se pudo oír que lo nombraban. Sabía escuchar, mientras que los españoles, aunque hablaban susurrando como es de rigor dentro de los que arrastran una larga tradición de apellidos españoles, sin respetar –eso no- los tiempos en los que cada cual trataba de hacer explicitas las razones por las cuales el negocio prometía ser bueno, productivo y de fácil ejecución.

La reunión concluyó cuando la conversación giró en torno al Real Madrid y el bache insalvable, según alguno de ellos, en el que había caído. Lo del negocio, el venezolano lo había cerrado a la manera de los chinos que cuando tienen que decir que no, dicen mañana. “No hay que olvidar, caballeros, sentenció como punto final, antes de pedir la cuenta, que el Madrid se levanta siempre. Para eso tienen un presidente que, por lo visto, es uno de los de ustedes”, dijo sonriendo.

Trajeron la cuenta, hubo un leve forcejeo para pagar, pero fue el venezolano, al final, quien se hizo cargo de la nota. ¿Se trataba de cazar a alguien de dinero presente en España como lo habían hecho en París los años posteriores a la revolución soviética los llamados rusos blancos pertenecientes a la nobleza que habían logrado salvarse de las balas de la revolución y siguieron en París haciendo la vida de siempre –en aquel París cuyo idioma hablaban entre ellos en los palacios y palacetes- cambiado de nación pero no de hábitos?
Puede.

La cosa es que entre esos cuatro millones de que hablan las estadísticas de venezolanos que han emigrado hasta la fecha hay una buena parte de ellos que, como los rusos blancos, emigraron para salvar sus patrimonios, y otra parte importante de ellos, constituida por profesionales en todos los órdenes, por poner a salvo su vida de la revolución bolivariana y la de sus familiares.

LOS QUE TIENEN Y LOS QUE SABEN
En España -todo hay que decirlo- ya se comienza a notar sus presencias. Debe ser así porque se habla de tres mil médicos venezolanos en ejercicio. Hay ya negocios venezolanos en algunas ramas concretas y desde el punto de vista de la información, son dos los periódicos digitales –que es a lo que tiende mundialmente la prensa- que han arrancado con buen pie: Actualy.es a cargo del veterano periodista y hombre de letras Víctor Suárez, que se ocupa de la emigración y la cultura en general, y el otro Al Navío, dirigido por Juan Carlos Zapata, veterano también en cuestiones de información relacionadas con el negocio y novelista de éxito cuando se pone a ello. Eso, en Madrid.

Otro hecho importante lo constituye la puesta en marcha -ya con nueve títulos publicados- de la editorial Kalathos, con el fin de dar voz a escritores e intelectuales venezolanos. De ella es dueño el matrimonio David Malavé y Artemis Nader, señores ambos, sobre todo porque se necesita una gran dosis de señorío para montar en esta época de dificultades por las que atraviesa la industria editorial, la creación de una empresa de esa índole. Cuando a Luis XIII, el padre del Rey Sol, le recomendaron al Conde de Luynes para que dirigiera un ejército contra los hugonotes, el Rey dijo: “Como creéis que voy a poner al frente de un ejército a un hombre que no sabe lo que pesa una espada”.

David Malavé sabe muy bien cuál es el peso de la palabra como arma, y si no lo sabía, lo aprendió cuando fundó la librera Kalathos en Caracas en una época en la que cerraba un promedio de tres a cuatro librerías por mes. Y triunfó, porque Kalathos fue y sigue siendo uno de los centros, sino el más importante, de reunión intelectual de Caracas.

Hay también una asociación venezolana de periodistas y está en ciernes la creación de una federación de escritores venezolanos en el momento en que haya un número suficiente dispuestos a ello.

¿Llegarán a crearse centros culturales venezolanos como sucedió entre la emigración española en Venezuela que preservaron su tradiciones culturales al abrigo de entidades como las hermandades gallegas, los centro canarios, vascos y demás? ¿Llegaremos a contar con clubes como el del Country, el club Táchira, el de la Lagunita y tantos más, donde el entretenimiento y el deporte se conjuntaban con la cultura? La posibilidad de que ello acontezca depende de los que tienen, si se deciden ayudar a los que saben.

En México, tanto el Fondo de Cultura Económica como el Colegio de México llegaron a ser –y lo son en la actualidad- dos centros modelos para toda América creados por la emigración de quienes huyeron del desastre de la Guerra Civil española.

Esta nota, en todo caso, lleva esa intención, abrir el apetito para la creación de establecimientos de una o de otra índole para la preservación, al menos en territorio español, de la cultura venezolana. Promover la cultura venezolana de parte de los que tienen, a la manera como hicieron la Empresas Polar con la Fundación del mismo nombre, entre cuyas obras, figura el monumental Diccionario histórico venezolano y tantos otros apoyos culturales.

De manera que bien está lo de los negocios, pero no habrá que olvidar que al ocio (el ocio cultural) precede o sigue -es lo mismo en cuanto al orden- al negocio.

Atanasio Alegre, narrador y académico hispano-venezolano. Escribe desde Madrid.

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