MAX RÖMER –
Del lat. marcescens, -entis ‘que se marchita’.
Bot. Dicho de un cáliz, de una corola o de una hoja: Que, después de marchitarse, permanece seco en la planta.
La palabra les sonará a muchos como extraña, inclusive, hasta esnob. Pero, en esa búsqueda de adjetivos que describan al gobierno revolucionario, bolivariano, chavista y madurado, la palabra marcescente le viene como anillo al dedo a las altisonancias del presidente Nicolás Maduro. Se marchita a toda velocidad y se queda ahí, seco, pegado por el pedúnculo a la mata de dinero que todavía lo sostiene.
Esa condición del gerundio de yermar, yermando, que tiene el gobierno con todo el aparato productivo expropiado, esas maneras adustas, quebrantadas de querer descalificar y, a la vez, de mantener a la economía venezolana lo mantienen en la silla de Miraflores malhumorado, maltrecho, harto de sí mismo y, a la vez, repleto de tantas ansias insaciables de satisfacer su poder, esa fuerza de querer parecerse al padre que ha terminado siendo una morisqueta, una patraña que deja ver exactamente que todo el escenario es de cartón.
El diario El Mundo de España destacaba esta semana en un reportaje la fuga de intelectos de Venezuela. Un espectáculo triste y desesperanzador, pero a la vez, una muestra de la crueldad que se vive en las calles del país: el hambre ha podido con los cuerpos de los venezolanos, se ha apoderado a una necesidad de supervivencia, de tratar de que lo seco de sus almas pueda florecer en algún otro terreno.
En la página siguiente, Maduro empuña en su mano izquierda un contrabajo y con la derecha pulsa las cuerdas, como si de un músico de salsa se tratara. Más show mediático para tratar de paliar al hambre, al menos con un poco de risas o de cercanía musical.
Marcescente. Esa es la condición del gobierno de Maduro. Ni más, ni menos que eso. Una posición seca, pegada a una rama por el pedúnculo. Sin vida, sin resplandor, sin otro legado que la tristeza, la huida de muchos, la insatisfacción del resto, el hambre que campea, la insalubridad que hace de las suyas.
La oposición no se libra de estar en la misma condición. Tiene mucho qué hacer. Con ese panorama tan poco fértil, las alianzas internacionales deben ser cuidadosamente escogidas. Los retratos con líderes recién llegados y de dudosa reputación pueden ser bumeranes peligrosos. La consolidación de los respaldos tiene que ser precisa, amparada en las libertades y los derechos humanos, de raíces profundas en el respeto por lo ciudadano. Los autorretratos que inundan las redes sociales y que pueden llamar la atención del marcescente y sus vociferantes formas, son pliegos que después, sí, después, tendrán consecuencias imborrables.
La oposición debe cuidar sus ingresos, ser transparente en sus manejos monetarios, alejarse de corruptelas y, de estar incurso alguno de sus líderes en ellas, salir con paso airoso y firme a declararse culpable, a devolver lo sustraído, a ponerse a derecho con las multas correspondientes. Los venezolanos no podrían resistir más faltas de moral en ese mundo apócrifo que han creado los gobiernos chavistas tras dieciocho años en el poder.
Atención. Mucha atención. Concentración y respeto por las formas, los líderes y sus acciones que lo que viene, al decir de los venezolanos, es joropo y hay que ponerse las alpargatas para bailarlo.