SEBASTIÁN DE LA NUEZ –
Ahora que acaba de cerrar, al menos temporalmente, la edición impresa de los fines de semana, cabe esta pequeña crónica hecha desde la memoria y la nostalgia. A fin de cuentas, TalCual es un medio que no solo ha dado noticias y opinión para la construcción de un país mejor sino que, visto en su perspectiva, ocupa todo un capítulo en la Historia del Periodismo Venezolano
«Yo caí preso tres veces durante el periodo de la lucha armada», es una frase de Teodoro Petkoff atrapada para siempre en alguno de los libros que se han editado sobre su figura o en forma de diálogo. Ahora sabemos, transcurridos todos estos años, que ha habido formas alternas, para él, de caer preso en periodos de lucha desarmada, y que estar preso no significa necesariamente que te encierren en el cuartel San Carlos o en un calabozo de la Digepol.
Trabajé con Teodoro en aquel periodo de oro y plata entre 2001 y 2002. La plata era escasa, y el oro, escuchar sus editoriales a viva voz a las 8:00 am, él tecleando con furia las correcciones de última hora, nosotros sugiriendo matizar tal o cual frase o, al final, una foto de acompañamiento, un título… Aunque, por lo general, para resolver la parte gráfica buscaba a Kees Verkaik. Y Kees resolvía en un santiamén con su florida batería Prismacolor a través de la cual ejercía su punzopenetrante vena irónica e iconoclasta (pero quizás la ilustración ya se la había solicitado la noche anterior, previendo el tema editorial, de modo que el holandés pudiera pergeñar su imagen con suficiente calma). Debe recordarse que, en ese entonces, el diario debía cerrar temprano en la mañana para que estuviera en la calle más o menos a mediodía, como El Mundo.
Así que dos o tres personas de la Redacción escuchábamos el editorial justo antes de que pasara a corrección y diagramación. Entre quienes jamás se perdían ese momento, Oswaldo Barreto, siempre demorado con su columna de asuntos internacionales que entregaba a ultimísima hora. Todo un personaje, Barreto. Viejo amigo de Petkoff y protagonista de ciertos episodios rocambolescos en la etapa guerrillera. Como jefe de la sección Nación, yo debía estar atento, mientras escribía en mi cubículo la columna “Tempranito” a las 7:30 am, a los programas de entrevistas de la televisión: por si acaso. Estaba de moda la matrona del “periodismo de opinión” del lado adeco de la vida, siempre un tanto sobreactuada y venática, Marta Colomina. Nunca se le ha rendido tributo al papel que desempeñó en este periodo. Ella y el jesuita Mikel De Viana protagonizaron deliciosas tenidas escuálidas que ojalá no se las haya llevado la brisa: ¿estarán en YouTube?
Pues bien: tenía la TV en la sala de Redacción puesta a buen volumen, pero al parecer al señor Barreto la voz opositora de la Colomina le impedía concentrarse en su columna. Vino y bajó el volumen a cotas inaudibles. Y yo fui y lo subí. Y él volvió y protestó; y yo le dije que si nunca había estado en una sala de Redacción pues todas eran así, con ruido y gente gritando de un extremo a otro. Y él me dijo que sí, que por supuesto había estado en una, no faltaría más: en la de Tribuna Popular.
No le dije nada, pero pensé que la sala de Redacción de Tribuna Popular siempre debió haber sido una especie de cementerio.
TalCual nunca ha sido Teodoro íngrimo y solo, aun cuando Teodoro fuera el alma de la fiesta. Un día planteé, en esas reuniones de pauta semanal (si mal no recuerdo se hacían los lunes), pasar su editorial adentro para obligar a los lectores a hojear, al menos, el periódico. Pensaba que la gente lo compraba por leer la portada y, una vez hecho esto, lo botaba. Así pensaba y nadie demostró nunca que esto no fuera cierto. A Teodoro no le gustaba mucho mi propuesta, se le veía en la cara, pero estaba dispuesto a someterse a lo que decidiera aquella junta que se reunía los lunes. No recuerdo en qué paró la cosa pero sin duda los editoriales siguieron en portada. En todo caso, sí recuerdo que en ese momento pensé: “Vaina, qué tipo tan democrático”. Teodoro tenía su ego, como todos: ¿cómo no iba a pesarle que su editorial, que todo el mundo le comentaba en la calle, fuese adentro, como rebajándole el volumen al estilo Barreto con la TV aquella otra mañana?
TalCual era la libertad luminosa y estimulante, una empresa familiar aun cuando cada quien llevase un apellido diferente al del otro; ese talante democrático de Teodoro privaba en la sala de Redacción y por eso mismo se cometieron exabruptos y errores. No había nadie dedicado, en rigor, a romperles las cuartillas a los redactores. Eso es una práctica ancestral en las redacciones de los más prestigiosos medios y no hay que perderla de vista. Romper cuartillas (o enviar a la papelera de la computadora el archivo virtual) es una excelente terapia y un recurso pedagógico de primera magnitud. El exceso de libertad en TalCual (sé que no puede hablarse en esos términos de una sala de Redacción: la libertad nunca es excesiva) no atañía solo a los redactores. Cierta vez vi a Teodoro lamentarse de una columna publicada. La traía en su mano, subrayada a mano. Entre las quejas de personas dignas de su confianza que había recibido desde temprano más lo que él sabía por propia cuenta, contabilizaba al menos siete inventos. Era una colaboradora; ese tipo de columna que se llenan con “tips”, cada uno separado del otro por un espacio. Bien: eran doce tips y siete bulos, rotundos inventos de una pluma tan antichavista como irresponsable. Para tranquilidad de Teodoro, fue reclutada por otro periódico.
Cierto, jamás puede hablarse de libertad excesiva en una sala de Redacción. Pero también es cierto que la libertad sin alcabalas móviles abre las puertas del caos, sobre todo si hay muchos novatos olisqueando noticias de un lado al otro.
TalCual no era el caos. Que se cometieran errores no quiere decir que reinara la anarquía. La maquinaria funcionaba. Para que estas cosas funcionen desde ese plano de libertad riesgoso (el plano, no la libertad) hace falta un liderazgo como el de Teodoro. Porque las cosas se aprenden por emulación, no porque te las cacarean en una escuela de Periodismo. Algún comentario dicho casi de pasada o incluso entre dientes, como para sí mismo, bastaba. En especial recuerdo algo sobre la incapacidad del régimen chavista para la conciliación. No les interesaba y él vio eso claramente, todo el tiempo. Pero no dejaba de asombrarle.
En estos días, desde Madrid, exclamó la incombustible Maruja Torres a una pregunta del presentador Buenafuente: “¡Cómo va a estar el periodismo en crisis, con la cantidad de cosas que hay que contar!”. Es cierto. Lo que cambian son las plataformas sobre las cuales viaja, pero esa posibilidad de contar el presente desde diversas herramientas y modos sigue vigente. No lo pueden hacer los no periodistas, los no convencidos; los que solo estuvieron allí, a la hora indicada, por casualidad, con un celular en la mano pero sin la mirada apropiada. Aquella que no es cínica ni escéptica pero tampoco ingenua ni temerosa. La que alberga un profesional.
Tal Cual son sus fotógrafos, redactores, columnistas, diagramadores, caricaturistas, el personal administrativo y la señora del café. Tal Cual es Azucena y es, incluso, Eliezer Otaiza llegando a la oficina de Teodoro para quejarse por un perfil que yo había escrito y que no le gustó para nada. Teodoro me llamó y a Otaiza como que le dio como pena. ¡Él venía a quejarse con Teodoro, no conmigo! Por lo que yo había escrito, sabía muy bien que sería inútil hablar conmigo, imposible volver atrás de alguna forma.
Tal Cual era la oportunidad de observar el país que se derrumbaba y hacerlo desde una atalaya de preferencia. Tal Cual es aquel sábado que viajamos, en su Corolla, Teodoro, el fotógrafo Felipe Amilibia (fallecido prematuramente) y yo a la ciudad vacacional Los Caracas para constatar los desastres dejados y jamás subsanados de la avalancha de 1999. Teodoro tenía una especial curiosidad por saber qué despojos quedaban de la maravilla construida en democracia para los trabajadores venezolanos.
En efecto, aquello era un desastre. Cuando nos asomamos al pequeño río que atraviesa el antiguo complejo vacacional, vimos una casa flotando en las aguas, a la deriva, inclinada y semihundida como un buque venido a pique que jamás termina por ser tragado. Se me quedó la imagen. No hicimos ningún comentario en el momento. Después no me han quedado dudas: compartimos la metáfora del país representado en aquella casa todavía con su techo a dos aguas rojo intacto, abandonada a su destino, eternamente a punto de hundirse.
Sebastián de la Nuez, periodista venezolano. Escribe desde Madrid.
Sr. de La Nuez. La ciudad vacacional Los Caracas fue construida durante el gobierno del Gral. Marcos Perez Jimenez…la maravilla construida en democracia