DANIEL SHOER ROTH

La venezolanidad, la identidad cultural de los venezolanos, nació en 1826. Aquel año, estalló el movimiento “La Cosiata”, acaudillado por el general José Antonio Páez, cuya consecución devendría en el desmembramiento de la Gran Colombia ideada por Simón Bolívar, el Libertador que nació en colonia española, dio vida a Venezuela y murió expatriado.

A partir de la separación en 1830, se planteó el reto de dar contenido y sentido a esa nueva nación, un proyecto inconcluso y en continua evolución a través de los siglos. La etiqueta “venezolano” pasó a identificar a quien nace en ese espléndido suelo, a sus hijos y a aquellos que adoptan la nacionalidad por querencia y méritos. La venezolanidad hoy amalgama un abanico de pluralidades –étnicas, ideológicas, religiosas y culturales– y en los documentos de identidad personal se acredita.

El régimen bolivariano de Nicolás Maduro, que en su doctrina es “anti-bolivariano” si se aprecia con los ojos de la historia emancipadora del siglo XIX, pretende ultrajar esos rasgos propios ancestrales y mancillar nuestro orgullo de pueblo, herido y degradado sí, pero despierto también por el esfuerzo individual, la voluntad y la imaginación. Maniobra de mil viles maneras para lograrlo, entre estas, el sistemático atropello a los derechos ciudadanos de los venezolanos en el exterior.

En la capital de la colosal diáspora venezolana –Miami– ya hace cinco años del arbitrario cierre del Consulado de Venezuela, un zarpazo del chavismo que inflige angustia y zozobra a la creciente comunidad. En otros rincones del globo donde sí existe oficina consular, las trabas burocráticas son infernales, y los trámites de servicio avanzan, si abunda la suerte, a paso de tortuga. Pero lo más cruel y tirano, que sin remordimiento alguno predispone el desamparo de los más débiles, es la negación de documentos a los niños, a esos angelitos a quienes fue hurtado el futuro en la patria de su sangre.

Para obtener o renovar sus pasaportes –indispensables para los trámites de extranjería, como la autorización de residencia legal o emisión de visados, en sus respectivos países– deben sacar primero la cédula de identidad, una hazaña humanamente imposible, pues estos carnets laminados solo se gestionan en territorio venezolano a partir de los nueve años de edad. ¿Cómo viajan a Venezuela sin pasaporte? Sin el reconocimiento jurídico de su país natal, los párvulos pierden la libertad de tránsito.

Días atrás, este diario recogió ese drama de los jóvenes que emigraron de Venezuela antes de los nueve años y corren el riesgo de la deportación. Los costos de viaje para los padres, por otra parte, son prohibitivos, e ir no garantiza llevar a fruición la diligencia debido a la carestía de material para expedir documentos.

Mientras que el derecho a la identificación se ve absolutamente denegado a los venezolanos de pura cepa, apegados a las normas y buenas costumbres, se acentúan denuncias sobre la venta de visas y pasaportes venezolanos a extranjeros, algunos vinculados a grupos extremistas islámicos. Esta semana, el régimen de Maduro, notorio por imponer controles férreos a los flujos de información, sacó del aire a CNN en Español tras una investigación periodística sobre presunto fraude de pasaportes en la sede diplomática en Irak.

Un exfuncionario consular entrevistado descubrió una lista de 21 individuos con nombres árabes a quienes se adjudicó números de cédula correspondientes a nombres hispanos en un registro público de Venezuela, informó la cadena, al citar un ejemplo de un narcotraficante aparentemente nacido en Irak cuyo pasaporte venezolano señalaba la ciudad de Maracaibo como lugar de nacimiento. En el pasado, también se han consignado pruebas de cedulación ilícita dentro de Venezuela a fin de impulsar el voto a favor del oficialismo.

A los venezolanos fidedignos que salieron de su tierra no se les permite demostrar su venezolanidad en el papel, y a los que no lo son, se les regala ese don precioso de serlo, experimentarlo y degustarlo. Claro que la venezolanidad, en su esencia, se lleva en el pecho como antorcha ardiente y es inextinguible –téngase o no cédula. Alegría de la que jamás nos pueden despojar.

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Daniel Shoer Roth: Periodista egresado de la UCV, escritor, biógrafo, ensayista y cronista.
Publicado originalmente en El Nuevo Herald, Miami.

 

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