ATANASIO ALEGRE –

Cuando recomendaron a Luis XIII al conde de Luynes para dirigir un ejército contra los hugonotes, el rey respondió: ¿Cómo creen que voy a poner un ejército en manos de un hombre que no sabe lo que pesa una espada? Para escribir en 350 páginas una historia de amor –una más entre tantas-, es necesario conocer con exactitud el peso de las palabras. Edgar Paredes Pisani lo ha hecho, combinándolas de tal forma que con ellas ha conseguido construir una buena novela bajo el título de El sueño de Erasmo (Editorial Círculo Rojo. Almería, España, 2017). Lo ha llevado cabo, además, de manera lineal, de modo que Erasmo y Telma, los protagonistas de esta novela se encuentran por vez primera en uno de esos campus universitarios –el de la Universidad Central de Venezuela, previsiblemente– una de esas luminosas mañanas en las que ya el sol hacía rato que se había descolgado por los balcones del Oriente sobre la verde alfombra del césped, desentumeciendo con sus rayos a los estudiantes madrugadores entre clase y clase. Con la particularidad de que fue en uno de esos momentos cuando se cruzaron por primera vez sus miradas: la de ella, Telma, de paso; y la de él, Erasmo, de tertulia con otros condiscípulos.

Erasmo se enteraría más tarde de que la muchacha a la que, sin un nombre a mano, calificaría como una valquiria, procedía del Interior. De ese Interior de la Venezuela de otras épocas que no solía pagar dividendos y si lo hacía, era con retraso. Erasmo, el estudiante interesado por la muchacha en passant, es el hijo de una familia con asiento de toda la vida en la metrópolis.

¿Hace eso alguna diferencia? No debería, pero la cosa es que, más adelante, una vez que llegaron a la conclusión de que el uno estaba hecho para el otro, esa diferencia iba a tomar cuerpo en la capacidad de Telma para adaptarse a las nuevas circunstancias y en la dificultad de Erasmo para asimilar cada una de las situaciones que fueron apareciendo, una vez que la vida entre ellos comenzó a ser un asunto proyectado a larga duración para ella y con cierto sentido de eternidad para él.


Atanasio Alegre presenta El sueño de Erasmo.

Se vivía entonces la vida en unas condiciones, según se deja entrever en la novela, en las que la clase media caraqueña había emprendido el ascenso hacia lo que se entendía por bonanza –una palabra de entonces- ya que aquella ciudad y aquel ambiente resultaban tan cómodos como llevar, sin notarlo, el brazo derecho. Algo que suele ser una buena razón de salud, al menos para el brazo mismo.

Sacar la vida adelante con aquella levedad era algo que practicaba con entusiasmo la ola de inmigrantes europeos que habían escogido a Venezuela como uno de los lugares en los que estaban ocurriendo cosas importantes. Y lo que estaba pasando es que el progreso había tomado el camino que conduce hacia la estabilidad social.

Era la calibrada homeostasis entre la productividad y los beneficios del trabajo, muy difícil de encontrar en cualquier otra parte del mundo en la que se hablara en español. Esta de la homeostasis social va a convertirse, a la larga, en la aspiración principal de esta pareja formada por Erasmo y Telma de cara hacia la felicidad conyugal, una vez que se consolida dicha vinculación con el que “hasta la muerte os separe,” refrendada por la ceremonia eclesiástica del matrimonio.

Una vez que se ha conocido el amor, es el miedo el que separa a quienes lo han conocido y a los que no han llegado a tener esa experiencia. De modo que establecido cada uno en las funciones a las que les ha destinado la carrera que les ha convertido en dos profesionales de éxito, Erasmo va a encontrarse en su trabajo con una mujer, emblemáticamente llamada Verónica, que estando casada no duda en seducir a Erasmo con el fin de indicarle los nuevos senderos que acortan el camino hacia la otra felicidad: la de la trasgresión. Y es entonces cuando entra en juego el miedo de que se rompa esa equilibrio entre él y Telma. Verónica, consciente o inconscientemente, actúa bajo un antiguo mandato: las mujeres de conducta intachable, raramente entran en la historia, ni en la grande ni en esa petitte histoire de la que cada cual viene siendo su protagonista o agonista, según los casos.

De modo que la única manifestación amorosa entre Verónica y Erasmo va a quedar reducida a un único y apasionado beso, el de la despedida. Posteriormente, ¡faltaba más!, sería un asunto de inquietud sobrevenida, por épocas, en la pareja formalmente constituida, pero nada más. En todo caso, éste es uno de los trópicos que necesariamente van a tener que dejar atrás los que no han sido víctimas de esa división entre quienes han conocido el amor y quienes no lo han conocido.

Fausto, por ejemplo, amigo de Erasmo que se comporta en la vida como un pequeño fauno criollo, un guindilla dispuesto para cualquier guiso, una especie, por cierto, cuya proliferación, años más tarde, haría estragos en el terreno de la política, pero que en relación al amor, creía que la pasión como un atributo sobresaliente del mismo, es lo que vincula entre sí a la raza humana. Pero esto por delante, el tal Fausto va a tener un papel importante como amigo de Erasmo.

El otro personaje al que va a acudir en busca de consejo Erasmo, lo hará con la eficacia de quien ha llegado ser un maestro en dar consejos para compensarse, en parte, de lo mucho que no ha podido hacer él mismo. No obstante, ambos van a ser igualmente de gran ayuda para Erasmo, no solo en la coyuntura con Verónica, sino en las que sucederán posteriormente que apuntan al núcleo de lo que es la novela de Paredes Pisani.

Un crítico queda desbordado si trata de dar lecciones a un autor sobre su obra, por dos razones: si lo intenta, está perdiendo el tiempo, ya que los autores no suelen prestar, desde que el mundo es mundo, atención alguna a los críticos. Si lo hicieran, si el autor está dispuesto a prestar atención al crítico, hay que desconfiar de su condición de escritor.
El crítico y quien escribe reseñas literarias, lo hacen para servir de intermediarios entre el libro y el lector. Y en tal sentido debo decir que esta novela de Paredes Pisani en su forma y argumento constituye para el lector una buena ocasión de emprender una travesía por demás agradable a lo largo de una historia construida de manera análoga a como lo hacen los compositores musicales, tanto si producen sonatas, rapsodias o la coda que cierre la pieza, tres imágenes a las que recurre, por cierto, el autor en la organización de su obra.

Hablé antes de los diferentes niveles de adaptación entre Telma y Erasmo –en este orden-. Telma tuvo que adaptarse dejando cosas detrás de las que formaban parte aquello que llevó a Rainer María Rilke a sugerir que la infancia es la verdadera patria del hombre. Tal vez la ciudad de donde provenía tenia un mar, usos y costumbres distintos con sus correspondientes modalidades de lenguaje con el que se nombran las cosas y todo ello iba a quedar subsumido en el nuevo tono metropolitano adoptado. Erasmo, no. Era un hombre que miraba hacia atrás. Tenía a los suyos y estos a sus antepasados a quienes identificaban en una historia antigua. Mirar hacia atrás puede ser una obsesión, una pulsión, incluso. En el caso de Erasmo lo fue.

El perfume de lo que ofrecía aquella sociedad impregna el ambiente, aún después del nacimiento del primer hijo de Erasmo y Telma, por el ansia de movilidad. Tanto dentro de la ciudad hacia zonas que se iban poniendo de moda, como fuera de ella. Una de las necesidades del venezolano de clase alta y media de aquella época era la de ver mundo. La de poner la planta del pie en los rincones más exóticos del planeta. Erasmo y Telma lo harán por ciudades como París –en esta ciudad por segunda o tercera vez- Venecia y San Sebastián.

Este de los viajes suele abonar, razonablemente, el material de que están hechos los sueños. ¿Hubo alguno de aquellos aventureros perdido en la peripecia americana hacia cuyos lugares, nombres y hazañas retrocedió Erasmo en su marcha hacia el pasado que va a llevarle a un mundo en el que algunos de sus ancestros tuvieron un papel relevante?¿Alguien con el nombre de Santiago?

Dejo al posible lector que sea él mismo quien se dé el gusto de desentrañar, después de una larga travesía, lo que constituye el desenlace y meollo de la novela El sueño de Erasmo, a lo largo de ese entramado lingüístico que Paredes Pisani ha ido colocando, como dije, al modo del artesano que va dando el puesto que corresponde a cada pieza para un ensamblaje definitivo, como recompensa a la lectura de esta primera salida literaria de Edgar Paredes Pisani

La cosa es que Paredes Pisani -culminada su labor como ingeniero- acaba de lanzarse a ese amplio campo quijotesco de Criptana en el que pronto comenzara a darse cuenta de que la línea del horizonte no es más que un señuelo, ya que mientras más cerca está de conquistarla –o eso es lo que cree- ésta más se aleja.

Cuando se juntan dos cosas que nunca antes habían estado juntas, el mundo cambia, cambia aunque no lo notemos, ha dicho Julián Barnes, el autor de Niveles de Vida. Pues bien, ese es uno de los peligros a los que se expone el novelista: tratar de proyectar en ellas las vidas que no le han sido dadas vivir.

Atanasio Alegre, novelista y académico hispano-venezolano. Escribe desde Madrid.

 

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