JUAN THOMAS ORDÓÑEZ –
No hay una única experiencia migratoria en Colombia. Necesitamos entender mejor las dinámicas de la migración venezolana al interior del país para diseñar respuestas efectivas que realmente atiendan las necesidades de miles de personas que han llegado a las diferentes ciudades y regiones
Con cada día que pasa, los problemas de los migrantes venezolanos en Colombia aumentan, aun cuando sólo parecen surgir en momentos específicos de crisis: la frontera, las elecciones, la sobrecarga al sistema de salud en tal ciudad, etc. Sin embargo, el que incremente el flujo de personas en algunas instancias, o que su situación se discuta en otras, no implica que el vaivén de la visibilidad en los medios represente una realidad que vivan los venezolanos en nuestro país. Para ellos los problemas son diarios, parte de una cotidianidad que el Estado, las organizaciones que ofrecen ayuda y el público en general no entienden claramente.
Partamos del hecho de que no hay una única experiencia migratoria en el país. Hay un sinnúmero de factores que afectan la vida de diferentes tipos de personas y estos factores van cambiando con el tiempo. Creo que podemos asumir que los migrantes, que han llegado y que siguen llegando, cubren un espectro amplio de la población venezolana y que están escogiendo diferentes ciudades y regiones como destino.
Estas personas a veces están solas, otras vienen acompañadas de sus familias y buscan diferentes cosas en Colombia. Para unos se trata de establecerse y encontrar “mejores oportunidades”, otros entran de paso y en algunas regiones hay quienes entran para trabajar temporalmente y se devuelven a su lugar de origen. Cada caso implica problemas muy diferentes. ¿Cuál es la composición de las familias y grupos que están migrando? ¿Qué problemas afrontan diferentes tipos de migrantes en Colombia? ¿Qué los obliga a migrar y qué determina cómo y a dónde se mueven?
Pero la heterogeneidad de la experiencia migratoria no se limita a estos factores. No sabemos cómo el género, la edad, la educación, la afluencia económica, la composición familiar y la salud están marcando las estrategias migratorias y mucho menos cómo afectan las necesidades y problemas que afrontan los venezolanos en Colombia. No tenemos nociones claras de los itinerarios que los llevan a diferentes partes del país, ni si los destinos finales eran sus destinos originales. Todos estos elementos tienen efectos sobre la política pública que surja como respuesta a este fenómeno.
¿Cuáles son las diferencias entre las experiencias migratorias de hombres y mujeres, adultos y niños, personas mayores, personas LGBT? ¿Cuáles son sus problemas y necesidades particulares y qué respuesta han tenido a ellas?
La falta de información no es sólo por desconocimiento o desinterés general. Colombia no tiene sistemas de información que nos permitan empezar a desentramar la problemática como se viene desarrollando. Países que nos llevan décadas de experiencia entendiendo la migración a su interior, por ejemplo, han diseñado formas estadísticas de estimar cuántas personas entran a su territorio sin pasar los canales oficiales. En otros casos existen estudios puntuales sobre menores migrantes, la composición familiar, problemáticas de la población LGBT migrante etc. Y esto tanto de las personas en movimiento como quienes se asientan o establecen en un lugar particular. Pero acá todo esto es nuevo.
La pregunta es cómo responder a una crisis migratoria (que por más que tratemos de bajar las cifras, es una crisis) que está ocurriendo en caliente, y que aunque tiene una historia más larga de la que nos imaginamos, tiene el potencial de exacerbar el precario sistema de respuesta que tenemos, especialmente al interior del país donde no han habido flujos migratorios extensos de ésta índole. Toda nuestra experiencia está orientada hacia la migración interna, algo que es parte de la historia de la violencia en Colombia desde sus inicios.
Y aunque en muchos sentidos el desplazamiento interno (forzado y económico) tiene efectos similares a la situación actual de muchos venezolanos, también difieren en factores importantes. El más obvio es que la situación documental (el estatus migratorio) determina el acceso que las personas tienen a ciertas instancias del Estado y de la sociedad en general, especialmente a la salud y la educación. Por más servicios que se ofrezcan a la población sin importar su “estatus”, en Colombia, sin cédula, uno se topa con barreras por todas partes. De moverse en las ciudades donde la policía pide los documentos de transeúntes para revisar sus antecedentes, a inscribirse en colegios, universidades o en el sistema de salud, hasta para registrar la tarjeta personalizada del sistema de transporte público en Bogotá, la cédula (tanto el pedazo de plástico como el número) es indispensable.
Por otro lado la xenofobia y la discriminación hacia venezolanos son latentes en múltiples esferas de la sociedad colombiana, desde las redes sociales, pasando por los pasillos de consultorios y empresas, hasta los políticos que ya van calentando motores para la contienda del 2018. Los efectos de estas actitudes no están en los mapas de atención, ni hacen parte de políticas públicas dirigidas a extranjeros en el país.
Así las cosas, las preguntas que no estamos haciendo sobre la experiencia de los migrantes en Colombia deben hacerse y deben empezar a regir las respuestas que se implementen en los meses y años que vienen. Ignorarlas sólo contribuirá a empeorar la situación y a plantear respuestas superficiales a un problema que no va a desaparecer.
Publicado en www.lasillavacia.com.co
Juan Thomas Ordóñez es profesor de la Escuela de Ciencias Humanas, Universidad del Rosario, Colombia