CARLOS M. MONTENEGRO
Era normal citarse para tomar y comerse algo en El Faro, El Troley, el Cubanito y El Tolón; los domingos en la tarde se podía ir a bailar en la carretera vieja de Baruta a la Naya o Mi Vaca y Yo, con Los Claners y Los Impala, por mencionar solo un par lugares
Llegué a Venezuela recién caído Pérez Jiménez, o sea, hace más de medio siglo, que no es poco. Caracas, para un muchacho español provinciano era la “américa” de las películas. Todos esos años me permitieron conocer la ciudad de cabo a rabo, y por cuestiones de la vida y buena dosis de curiosidad, el país casi completamente por sus “cinco puntos cardinales”.
Vamos, que sin exagerar puedo decir que conozco bien Venezuela sus ciudades y sus ciudadanos, aborígenes, extranjeros reencauchados o no, de todos los colores y plumajes, niveles sociales, diversos en religiones, educación y talante. Y así lo digo porque es cierto; tengo echadas raíces muy profundas en esta tierra, familiares, profesionales y sentimentales y les aseguro que no me parece nada especial, ni mucho menos digno de vanagloria. Otra cosa es que me quieran comer el coco una pandilla de impresentables, que porque se mantienen en el poder, eso sí a la fuerza, creen estar de vuelta de todo sin haber ido. Como con el manual goebbeliano de bolsillo y mucho billete pudieron embaucar a buena parte del país, especialmente al de escasas luces, que desgraciadamente y en honor a la verdad heredaron de la “cuarta”, pues no se cortan y sin freno alguno, mienten de tal forma que ofende la inteligencia de cualquier persona normal.
Todo empezó cuando aquél prometió llevarnos al “mar de la felicidad” ¿se acuerdan?, y ahora éstos nos quieren convencer de que casi hemos llegado, y que si no hemos llegado aún es por culpa de ustedes ya saben quién, no de ellos. Y es que no le dicen la verdad ni a su médico
Así que tratando de buscar, sin resultados, ese mundo feliz que esta gente pregona que está ahí mismo, me han asaltado recuerdos de los tiempos cuando, según ellos, pelábamos tanta bola que comíamos cable o nos poníamos morados de Perrarina, ¿se acuerdan? Yo no recuerdo eso, pero sí aquellos tiempos en que comíamos hasta hartarnos bombas con Orange Crush, uvita Grapette o Green Sport, la de la boca grande. También cuando se iba a los Crema Paraíso a comer sus fabulosos Banana Split, Peach Melba o Caramel Pecan; un clásico era “nos vemos en Tomaselli” en Caraballeda los fines de semana Y nadie se arruinaba por eso.
Había cines de estreno por 4 bolívares como el Teatro del Este, Caroní, Olimpo, Lido, Castellana o El Canaima con Cinerama, pudiendo salir de la última función sin arriesgar la vida; también se podía ir, por un fuerte, al autocine de los Dos Caminos, los Chaguaramos, Los Cortijos, Santafé o el enorme de Los Ruices, entre otros, con estupendas fuentes de soda.
Nos preguntábamos qué nombre de animal se pondría al siguiente distribuidor de autopista después del Pulpo, La Araña o el Ciempiés; aún no se sabe porque en dos décadas aún no han construido nada (excepto el puente a “ninguna parte” de La Carlota). Cuando las calles, carreteras y autopistas estaban en reparación, había letreros del MOP, antes de ser del PP, que te advertían por anticipado del peligro. Te paraban por llevar un stop quemado y te multaban por quedarte sin gasolina en la autopista. ¿Se acuerdan?
Era normal citarse para tomar y comerse algo en El Faro, El Troley, el Cubanito o El Tolón; y los domingos en la tarde los jóvenes podían ir a bailar a La Naya o a Mi Vaca y Yo, en la carretera vieja de Baruta, con Los Claners y Los Impala, por mencionar solo un par lugares. Por pocos bolívares nos poníamos morados de “mediajarras” o “lisas” de cerveza Caracas, Polar o Zulia en la Maracaibo y muchas cervecerías más sin rascarnos, pues los aperitivos con cada ronda eran variados, abundantes y gratis.
Vivíamos en la capital de Latinoamérica con mayor oferta de restaurantes altamente cosmopolitas; los había criollos, portugueses, franceses, chinos, japoneses, italianos, mexicanos, argentinos, colombianos, brasileños, norteamericanos… se podría nombrar por docenas restaurantes de nivel internacional, con chefs y personal de alto rango, nacionales y traídos del exterior, siempre llenos de gente comiendo, bebiendo y charlando tranquilamente; no podría calcular los centenares de bares, pubs y tascas con excelentes menús. Y eso era en días laborables, fines de semana y fiestas de guardar. Entre mis recuerdos no está escuchar lamentos por no poder pagar, más bien te bridaban cuando andabas algo corto de efectivo.
Cualquier trabajador podía ir con su familia, por ejemplo, a la Colonia de Los Caracas donde se alquilaba una cabaña del INCRET, (Instituto Nacional de Capacitación y Recreación de los Trabajadores), por días o semanas, con todo el menaje de cocina con sábanas, almohadas con sus fundas, y todas las mañanas una señora iba a limpiar y arreglar la casa.
Las personas enfermas, aunque sin tirar cohetes, estaban razonablemente satisfechas con el funcionamiento y trato recibido en los hospitales públicos del Seguro Social. Se votaba con tarjetas impresas en color con los logos de cada partido que se introducían en las urnas; el escrutinio era manual, y excepto raras ocasiones los resultados “irreversibles” se daban en unas cuantas horas, siendo aceptados por los partidos contendientes.
Por un bolívar sabíamos cuál era la consigna, y también teníamos Alas, Fortuna, Royal, Belmont King Size, Negro Primero (al mismo precio durante más de 20 años). Había un paseo fantástico hasta Catia para degustar las famosas “guarapitas” del Medico Asesino (y sin peleas con colectivos).
Entre junio y agosto de 1974, Caracas fue la espléndida anfitriona de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar. El Centro Simón Bolívar aportó en el monumental Parque Central* el hotel Anauco Suites para hospedar a los conferencistas durante los tres meses que duró la conferencia y quedaron maravillados de aquel espectacular complejo de modernos edificios, rascacielos, museos, teatros y zonas comerciales ¿Se acuerdan?
Al alcalde Diego Arria, además de los pasos elevados provisionales, que todavía están, se le ocurrió y decretó, que se usaran aquellas bolsas enormes para basura que hasta entonces se echaba en pipotes; además logró regularizar la recogida, con lo que la ciudad se veía mucho mejor. Podíamos viajar en VIASA, con tarifa excursión, 30 ó 45 días a Londres, Paris, Frankfurt, Roma Atenas o Madrid con unos 5 mil bolívares, (claro que eran más de mil dólares), o también con docenas de aerolíneas internacionales que entonces venían a Venezuela, entre ellas Air France con el Concorde. ¿Se acuerdan?
Se podía bajar a la playa por la autopista o por la carretera vieja, sin mayor contratiempo, también se hacían parrillas y picnics familiares en los laterales de la carretera al Junquito sin peligro, o ir vía Maracay o Valencia por la vieja Panamericana para pararse en la Encrucijada, comerse el consabido “sangüiche” de pernil y pagarlo sin dolor en la cartera.
En Navidad, en mayor o menor grado en la mayoría de los hogares, además de las hallacas de mamá, el pernil, y la ensalada de gallina infaltable, solía haber pan de jamón, panetone italiano, turrones tipo español, mazapanes y un plato en el centro con nueces, almendras y avellanas. Para beber la clase trabajadora se abastecía de ron y whisky (de corta edad), sidra y mucha cerveza, mientras la clase media solía surtirse de vinos, whiskies, algunos hasta mayores de edad (de 12, 18 o más) y licores generosos para las señoras, sin olvidar el Ponche Crema eso sí, de Heliodoro González P. para las más tradicionales. Y los refrescos de a litro, siempre 1 bolívar.
Entre familias amigas se competía regalándose hallacas y se cruzaban cestas navideñas. Los 31 de diciembre, las fiestas de fin de año solían ser con la Billo’s Caracas Boys, Porfi Jiménez, Chucho Sanoja, Los Melódicos o Pedro J Belisario con el gran Víctor Piñero. ¡Ah! se me olvidaba, para brindar a las 12, la champaña francesa y los menos pudientes el cava español y a precios posibles. ¿Se acuerdan?
Muchos pensará que estoy delirando, pero no. Entonces por un bolívar te llenaban una bolsa con ocho panes de a “locha”; por un bolívar también, se compraba un litro de leche Silsa o Carabobo y si no, por cinco o seis bolívares un kilo de leche en polvo, (con 1000 gramos), de Klim o Nido, y por un bolo te daban 20 Torontos.
Todo lo que les he contado durante décadas los precios no subieron. Y sí recuerdo vagamente, que a veces al salir de madrugada de los sitios, aunque no era frecuente, se veían perros revolviendo en la basura. Cuánta bola pelábamos entonces… ¿Se acuerdan?
* Lean en este link una muestra de lo que digo. https://es.wikipedia.org/wiki/Parque_Central_(Caracas)