OMARELIZ PINEDA ARAUJO
El fenómeno de la salida de venezolanos que abandonan el país no se limita a estudiantes y profesionales calificados. Una insospechada generación de “viajeros para no volver” se suma ahora a la diáspora: los padres y otros familiares de quienes intentan establecerse en el exterior.
No es fácil lidiar y poner en marcha un nuevo hogar” fuera de su país, en una edad madura

“Qué vaina, chama… mi mamá se viene a vivir aquí”. La frase no es un desdén. Tampoco suena a grito triunfal. A la ligera, podría traducirse como “tengo que salir de mi burbuja, y ayudar a quienes me ayudaron”. Más o menos así, se lo cuenta Aymara González a su amiga, con una expresión ambivalente que se pasea de la incomodidad al cumplimiento del deber.

No es para menos, la madre de esta ingeniera química, de 28 años, hoy con empleo de promotora inmobiliaria en Ciudad de Panamá, acaba de telefonearle para darle la mala nueva: se metieron otra vez en el apartamento y robaron hasta el router, dejándola sin conexión en internet. “Así que adiós a nuestras conversaciones por Skype”, se lamenta Carmen Elena Puig, divorciada, docente jubilada, 54 años y hasta ahora –lo creía ella– “protegida” en su apartamento en Macaracuay.

Desde sus respectivos lugares, Carmen Elena y su hija leen a diario las noticias sobre Venezuela, y han reparado con estupor –como quizás lo ha hecho parte de la población– la aparición de la modalidad hamponil que parece ensañarse contra las urbanizaciones de lo que antes se llamó la clase media caraqueña: los robos en apartamentos ocupados por mujeres solitarias o parejas de ancianos, como lo indican homicidios ocurridos entre julio y septiembre del pasado año en diferentes partes del país, pero que aumentaron en Caracas, en zonas como El Hatillo, Macaracuay, El Cafetal y Los Naranjos.

Para el Observatorio Venezolano de Violencia, coordinado por el sociólogo Roberto Briceño León, si se suman las víctimas de la violencia en los últimos 18 años, se obtiene la escalofriante cifras de 283.000 venezolanos asesinados. “Los datos que existen, censurados, son solo casos conocidos por la policía. Intentamos trabajar en lo que no se sabe”, informó Briceño León al diario El Nacional.

Para este investigador es triste constatar que Venezuela haya superado a El Salvador en 2016, convirtiéndose en el país más violento del mundo. “En los estados menos violentos del país, la tasa de muertes supera a la de Colombia, México y Brasil”, manifestó.

Briceño León asegura que 6 de cada 10 delitos no son denunciados por miedo “a la corrupción del sistema de justicia en el país”.

“ESTOY EN LA COLA DE FARMATODO”

Una situación cada vez más difícil impulsa a los padres a seguir el camino de los hijos

No es fácil recabar cifras exactas de personas -ubicadas en la franja de la tercera edad- que han seguido los pasos de sus hijos, sobrinos u otros familiares, para vender sus inmuebles y demás pertenencias y pasar el resto de sus vidas en otro país.

Para el sociólogo Tomás Páez, profesor de la Universidad Central de Venezuela, y asesor en planificación del Instituto Internacional de Formación Empresarial, autor del libro La voz de la diáspora venezolana, “desde que llegó el chavismo al poder, ha crecido exponencialmente la emigración, llegando a un grado de un millón 600 mil venezolanos regados en el mundo”.

-En EEUU residen, según cifras oficiales, unos 270 mil venezolanos, sin contar quienes viven en forma irregular, lo que te da una cifra adicional de 300 mil venezolanos. En España hay 200 mil personas, más los 40 mil que están en Colombia, otros 40 mil en Argentina, más 40 mil en Francia. En Panamá también hay una cifra considerable, y unos 100 mil en Italia. En Europa hay aproximadamente 600 mil venezolanos. Esto se observa con cierta tristeza porque nuestro país era un país que acogía emigrantes. En estos 16 años, todo se ha invertido”.

“YO NO PENSABA EN SALIR”
No se trata ahora de médicos, científicos, profesores universitarios, odontólogos o administradores de empresas, que aceptaron ofertas laborales en Chile, México, España, Panamá o Estados Unidos, donde les pagan en dólares y les alivian, de paso, los tormentos de la inseguridad o el martirio de hacer colas para comprar papel tualé o un medicamento, cuando los hay.

“En mi caso, enviudé hace dos años y tengo los tres hijos afuera (dos en Miami y otro en Bogotá), razón por la cual no le vi sentido quedarme en un país que cada día que pasa se deteriora, no solamente por la delincuencia”, explica Zoila Guerrero, 72 años y residente en Valencia. Guerrero dice ser consciente de que “estorba” al mudarse al apartamento de su hija en Miami, pero en Venezuela “cada día me levanto con la sensación de que estoy en medio de una guerra y he sobrevivido”, dice, subrayando que “no es muy agradable cambiar una casa amplia, como la que tengo en Valencia, por una habitación, en una ciudad que ya conozco pero que en nada me parece divertida”.

Un caso similar, el de Ghely, 57 años de edad y residente en Alicante, España. Madre de dos varones de 28 y 25 años de edad, esta arquitecta aprovechó la doble nacionalidad del esposo para facilitar la ocasión de rehacer su vida familiar lejos de Venezuela.

“En 2007, el mayor fue llamado por un equipo de beisbol profesional en España, con la idea de que a los 6 meses regresaría a Venezuela, pero nuestra sorpresa fue mayor cuando al año siguiente llamaron también al menor. De manera que en enero de 2008 despedimos en Maiquetía a nuestros hijos hacia un destino a 7.000 km de nuestras vidas. Ese mismo año y producto del “guayabo” en noviembre decidimos visitarles, lo que definió nuestros destinos”.

– ¿Desde cuándo asumió que debía irse del país?
-En realidad, yo lo tenía claro desde la fallida huelga petrolera del 2003. El destino nos hizo esperar y el gran empujón lo dieron nuestros hijos al venirse y quedarse.

-¿Cómo se sentían en Venezuela?
-Yo, sin mis hijos, me sentía vacía y sin rumbo. Tomando en cuenta que eran muy jóvenes aun y era como tratar de vivir en vidas paralelas. Para nosotros, la situación definitoria fue la partida de los muchachos. Ellos, a su vez, planificaban e imaginaban una vida junto a nosotros. Al venir a verles y percatarnos de “su libertad”, sus logros, y quizás lo más importante: respiramos vida. Fue en ese momento cuando se activó el instinto de conservación y dejamos el país, siempre con una puerta medio abierta y que parece estar a punto de cerrarse.

Desde luego, para Ghely el mayor temor fue el empleo de su esposo, y adaptarse a una sociedad diferente, desde lo cultural hasta el clima. Hoy, esta caraqueña sabe que empezar de cero en otra tierra no es fácil. “La situación, el estatus, es muy diferente al que teníamos en Venezuela… me ha tocado hacer de todo, tanto como ama de casa y motor familiar, producto de mi optimismo… No es fácil lidiar y poner en marcha un nuevo hogar”.

En su contra, está el hecho de tener que aceptar pérdidas muy dolorosas a distancia. La incertidumbre laboral de su esposo y “admitir que mi mapa familiar cambió por cambiar el tablero…”.

OPORTUNIDADES QUE NO SE PIERDEN

El problema es que, a medida que pasa el tiempo, el retorno es más difícil.

Con 57 años, Yara Maldonado vive actualmente en México. Madre de dos varones, ambos universitarios, esta ingeniera en computación aprovechó la oferta de empleo en una empresa de Telecomunicaciones en Ciudad de México, en donde reside desde el 29 de septiembre del 2009.

“Hace 6 años yo no estaba pensando en que debía irme del país. No era algo que estuviese planeando, o que hubiese pensado. Se me presentó la oportunidad y lo consulté a mis hijos para tomar la decisión. Ellos me dijeron: Vete… O te vas primero tú o nos vamos primero nosotros, porque nosotros nos vamos”, resume Maldonado al entender ahora que sus hijos, hoy de 32 y 30 años, tenían claro que iban a continuar sus estudios de ingeniería afuera. “La decisión estaba fácil pues me iba a permitir darles más apoyo a mis hijos en su futura migración”.

Esta venezolana que cambió su rol de ama de casa a profesional independiente confiesa ahora que no lo pensó mucho, “pues si uno lo piensa, no se va”.  “Con frecuencia recuerdo la última noche empacando con mi prima y mi hermana, y me parece mentira”, indica y añade que hace 6 años ya se veía que la situación en Venezuela se iba a poner más difícil.

“La inseguridad era lo que más me preocupaba, así como la falta de división entre los poderes públicos, la inseguridad jurídica. Creo que ni en nuestra peor pesadilla pensamos que la situación iba a llegar a los extremos en los que está en estos momentos”.

Pero, a pesar de sentirse afortunada y no tener que tocar puertas para hallar empleo, Yara Maldonado admite que salir del país no es un acto que se asume con facilidad. “Hay muchos miedos, pues te sales de tu zona de confort, que es tu país donde ya, a esta edad generalmente, tienes casa, carro, casa en la playa y te vas a otro sitio donde vas a volver a comenzar. Creo que lo importante es ver esto como una aventura, como la posibilidad de renovarte, de hacer cambios. Si no lo ves así, el proceso de adaptación va a ser mucho más duro”.

Hoy Maldonado es residente mexicana y forma parte de una compañía “en un bello país, con gente maravillosa que me ha abierto sus puertas… un país de oportunidades a quien le tengo cariño y agradecimiento”.

Desde luego que, para superar la prueba, ella debió afrontar la sensación de soledad, “y eso que yo soy una persona muy sociable y adaptable”.

“Una cosa importante que pierdes al irte de tu país es tu capital social o capital relacional, lo cual para mí es muy importante a nivel personal y profesional. Llegas y no conoces a nadie; sales y no saludas a nadie. La primera vez que yo me encontré a una persona que conocía en un cine o un restaurante fue emocionante. Por supuesto que tienes que aprender de la cultura, de su forma de hacer las cosas, la forma de hablar (no el acento, sino la forma cómo se dialoga). En México, cuando una persona habla los demás escuchan y luego respondes. En Venezuela, todos hablamos a la vez, escuchamos, respondemos y eso es lo esperado allá. En México eso no está bien, y debemos cambiar pues hay que tomar sus costumbres”.

-¿Qué extraña de Venezuela?
-Todo! Además de mi familia y amigos, por supuesto, extraño el aire, la vista del Ávila desde la ventana de mi cocina, los loros cruzando la autopista, la playa…

-¿Piensa regresar en algún momento?
-Quisiera volver para ayudar en la reconstrucción del país, incluso ad honorem. El problema es que, a medida que pasa el tiempo, el retorno es más difícil. Eso en particular es lo que me preocupa de toda esta generación, como mis hijos, que se fue. La cantidad de talento venezolano joven que hay fuera de nuestras fronteras es inmenso. Eso va a ser lo más difícil de recuperar y realmente lo lamento.

PROFESIONALES EN FUGA
José Tomás Belandria no piensa por los momentos en volver. Con una maestría en Finanzas y jubilado de profesor en la Escuela de Administración de la Universidad Central de Venezuela, este yaracuyano de 61 años dice sentirse cansado de capear la crisis económica, más la inflación “salvaje”, los problemas de escasez de alimentos, y por efecto de ello, una contracción del aparato productivo que tiende agravarse.

Un diagnóstico nada optimista donde son precisamente los profesores universitarios, sobre todo los más calificados, quienes toman como argumentos para sumarse a esa fuga de talento que ha puesto a correr a los jóvenes.

Incómodos por percibir ingresos cercanos al salario mínimo, debido a los presupuestos deficitarios, muchos docentes e investigadores universitarios deciden retirarse e irse al exterior para trabajar y ganar en dólares. Una deserción que pone en riesgo la calidad de la educación superior y es una amenaza para el óptimo funcionamiento de las Universidades del país.

“En mi caso, nunca pensé en emigrar, porque uno conquista su zona de confort, y lo menos que piensa es dejar su vivienda, autos, relaciones familiares y personales y, muy importante: el deseo de continuar viviendo en la tierra donde nació”.

Pero ¿qué cambió? Un asalto a mano armada para robarle el carro, ocurrido el año pasado, y ahora la muerte de un sobrino de 26 años en otro asalto, fueron suficientes para que este profesional le pidiera “asilo” a un hijo que realiza un postgrado en Madrid.

Obviamente, el profesor Belandria no deja por fuera la situación económica. “El salario mínimo en Venezuela es de 7.324 bolívares, unos 1.162 dólares a la tasa oficial de 6,30 bolívares por dólar, pero menos de 25 dólares según la cotización de la divisa en el mercado negro; ampliamente utilizado para establecer muchos de los precios de los bienes. Venezuela ha registrado en los últimos 9 años una de las mayores tasas de inflación de la región a pesar de tener control de precios y de cambios desde hace 11 años. Todos lo dicen: se trata del agotamiento de este modelo de controles y al excesivo gasto público que ha llevado el dinero circulante en la economía a niveles nunca vistos. El año pasado, la inflación cerró en 68,5%”.

-¿Piensa continuar su actividad profesional en España?
-No lo creo. A mi edad, a ninguna universidad de aquí le interesa un docente. De modo que ya tendré tiempo para ver cómo rehacemos nuestras vidas, mi esposa y yo lejos de Venezuela. Por lo pronto, he puesto en venta nuestras propiedades para subsistir y arrancar desde cero en cualquier plan”.

COLOMBIA ESTÁ AHÍ MISMITO
Con 65 años de edad, Marleny Caicedo de Morán y tres hijos fuera de Venezuela, está decidida a quedarse en Colombia, país donde nació y actualmente trabaja su esposo, desde hace dos años.

-¿Desde cuándo asumió que debía irse del país?
-Desde que mis hijos formaron sus hogares fuera de Venezuela y a mi esposo le salió una mejor oferta de trabajo. Ya en Venezuela me sentía mal, impotente, por no poder tenerlos cerca (residen en España) y agradecida a la vez, de que no estaban corriendo peligro por los problemas de inseguridad en Caracas.

La señora Caicedo hace su lista de los problemas que impulsan a los venezolanos a explorar otras tierras: la inseguridad, la escasez, el alto costo de vida, la incertidumbre que se vive a diario de no saber que puede suceder mañana.
Tanto ella como su esposo resienten todavía la ausencia de sus hijos. “Es duro estar lejos de los hijos. A lo demás uno se adapta, pero a la separación de sus seres queridos, no hay cómo superarlo.

EL PROFE NO VENDRÁ
De acuerdo con la presidenta de la Federación de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela (Fapuv), Lourdes Ramírez, los números de la migración crecen dentro del cuerpo docente mientras que el número de publicaciones académicas disminuye.

“En los últimos dos años, la Universidad Central de Venezuela ha perdido mil profesores; la Universidad Simón Bolívar unos 600 y la Universidad del Zulia aproximadamente 700 docentes”, aseguró a Efecto Cocuyo la presidenta de la Fapuv.

El intercambio de conocimientos y las investigaciones también se ven afectados por la crisis dentro de las aulas de las universidades. “Esto hace que la academia disminuya su calidad porque gran parte de las investigaciones se hacen desde la universidad venezolana”, indicó.

Para Ramírez, el éxodo docente se empezó a sentir con mayor fuerza hace cuatro años. Incluso América Latina se volvió una opción atractiva para los profesores a través de programas como los implementados en Ecuador, donde ofrecen entre 3 mil y 5 mil dólares mensuales a docentes universitarios con alto nivel.

“El profesor de mayor rango en la universidad gana 150 mil bolívares; mientras que el instructor apenas gana 80 mil. Este último sueldo escasamente ronda los 20 dólares”, lamentó. Aún con el problema de la migración, la presidenta de Fapuv insiste en que en Venezuela todavía quedan profesores de alto nivel capaces de impartir una educación de calidad.

Para algunos profesores entrevistados, incluso, es un lujo comprar un libro en meses o pagar para ver una obra de teatro. Desde luego, el déficit de profesionales universitarios con doctorados en otros países también ha contribuido al aumento de la fuga de profesores venezolanos, quienes están recibiendo ofertas de varios lugares del mundo.

«Hay un proyecto político que se caracteriza por la destrucción de las instituciones», que tienen una postura «critica, que es formadora de libre pensamiento, que tiene una posición contraria a la política gubernamental», expresa el expresidente de Fapuv, Víctor Márquez.

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