ATANASIO ALEGRE –
Llega, con la pretensión de apoderarse del nicho que cada año tienen previsto las 25 editoriales más importantes para los libros de ensayo, la obra del sociólogo y periodista francés Frédérich Martel, titulada Sodoma, que, a mi manera de ver, cae en una gran error al defender la tesis de que en el actual Vaticano la homosexualidad ha adquirido ya carácter de estructura funcional.
Cada año, al iniciarse el otoño, un número de escolares dirige sus pasos hacia centros de estudios eclesiásticos, sea con vistas a continuarlos, o a interrumpirlos. Suelen seguir el programa de estudios que los estados disponen para la formación de sus bachilleres. Para estos, los estudiantes sometidos a un plan eclesiástico hay un elemento más: las prácticas religiosas, oración, meditación, asistencia a oficios religiosos.
Una vez concluidos los estudios de bachillerato, los tres de filosofía (noviciado, en caso de aspirantes a órdenes religiosas) y los cuatro de teología, la carrera hacia el sacerdocio ha concluido. Académica y disciplinariamente, es una carrera exigente, que tiene que ver con aquellas que exigen una participación estructural de acción. Para que haya una estructura de acción de un grupo constituido, la filosofía habla de tres fases imprescindibles:
- Un sistema de verificación;
2 .Un equipo de palabras y
- Una situación de discernimiento.
Antes de la invención de la imprenta se decía –y luego, con el Renacimiento- que para que alguien fuera ordenado sacerdote se necesitaba saber latín y celebrar la ceremonia de la misa y alguno de los oficios rituales que se fueron imponiendo (el de la consagración de obispos y sacerdotes, por ejemplo) sin el mismo backgrounk teológico, como el que tenían algunos de los discípulos de los Santos Padres y discípulos inmediatos de los fundadores de las órdenes religiosas e incluso de los que se exige hoy para llegar a ser ordenado sacerdote.
Sobre esa característica del más saber sobre los pilares que han venido sosteniendo la iglesia -dejando atrás las herejías iniciales y el tremendo remezón que significó el Protestantismo y la Guerra de los Treinta Años para el cristianismo- se fue reformando una jerarquía que ha venido a ser la columna central de la Iglesia.
¿Se dice a quien ha llegado a tan señalado recinto, se le da algún tipo de información una vez que el aspirante ha pisado por primera vez las puertas del seminario o del monasterio? Hay quien considera -más allá de lo que supone- que esta información es como una suerte de lavado cerebral. Pero la información en sí misma, el conocimiento teológico y de las Sagradas Escrituras, la doctrina de los Santos Padres y todo el corpus doctrinarum de la iglesia, constituye evidentemente la estructura fundamental de la Iglesia como sistema de verificación sobre la que funciona la misma.
La iglesia católica ha conservado, con exquisita solvencia, el idioma que sirvió de expresión y fuente de vaciado de saberes trasmitidos antaño por los griegos a los moradores de Roma. El latín ha venido a ser el idioma oficial de la Iglesia conservándolo cuidadosamente en todas sus facetas, hecho al que debe enfrentarse quien inicia sus estudios con vistas al sacerdocio. ¿Por qué? Porque la doctrina fundamental de la iglesia está redactada, al igual que los ceremoniales, en latín.
El segundo punto sobre lo que constituye una estructura sobre un equipo de palabras queda así explícito.
Cuando hablamos de la iglesia no hay que descartar ese aura sobrenatural que la envuelve. Ese es el mundo de la santidad, del martirio, del sacrificio, de la entrega al necesitado, del cumplimento de la moral católica reflejada en los mandamientos del Viejo Testamento y en los sacramentos del Nuevo. En suma, de una vida conducida por una moral católica en reglas preceptivas muy precisas.
Desde el punto de vista del clero católico se habla de la vocación: un estado intermedio entre una actitud psicológica y la acción de la fuerza de un llamamiento sobrenatural.
Para quienes se sienten llamados a ejercer el ministerio sacerdotal, no deja de ejercer un peso especifico las tres limitaciones de pobreza, obediencia y castidad con las que acceden a ese status mediante la ordenación y como deber a ser cumplido (con el escándalo correspondiente, sobre todo en el caso del no cumplimento, en determinados casos respecto a la castidad, como está sucediendo hoy).
Hablando del Vaticano, como suprema jerarquía de la Iglesia, es mucho lo que se ponderan sus riquezas y poco lo que se habla de la obediencia y ahora le ha tocado, en términos lamentables, el turno a la castidad.
Se hace desde el punto de vista de la homosexualidad, llegando a admitir que esta modalidad constituye la actual estructura eclesiástica.
Algo que como tal carece del menor sentido.
Habrá quien quebrante estos ordenamientos, en número mayor o menor de lo esperado, pero fundamentar la homosexualidad como la estructura actual de la iglesia, tal como ha hecho Fréderic Martel en su obra titulada Sodoma que no supera lo que en clara razón viene a interpretarse como el sentido estructural por el que se rige un grupo -grande o pequeño- como ocurre con la iglesia en este aspecto.
Es un gran error para un libro que se jacta de un aparato tan exigente de investigación.
Fréderic Marcel, en todo caso, es un sociólogo y periodista francés que se ha propuesto esta tarea, bien sea por cuenta propia o con financiación ajena, sobre un tema de por sí tan delicado como fijar la homosexualidad como estructura actual del Vaticano.
Atanasio Alegre es narrador y académico hispano-venezolano. Reside en Le Havre, Francia.