Taras y mitos de dos revoluciones

Taras y mitos de dos revoluciones

 

ROBERTO GIUSTI –

Si bien la historia de las revoluciones socialistas del siglo XX no han sido reproducidas tal cual por modelos como el venezolano, tampoco es cierto que el denominado “socialismo del siglo XXI” haya sido una modalidad original, diseñada expresamente para ser aplicada sobre la realidad imperante en el país.

Todo lo contrario, a despecho de los ideólogos, sobre todo españoles, que intentaron elaborar una doctrina que calzara en el molde nacional, con sus peculiaridades, el chavismo terminó aferrado a la doctrina y ejecución de la experiencia cubana, valga decir, una copia tropicalizada del marxismo-leninismo soviético.

Y no podía ser de otra manera porque la felicidad a porrazos, impulsada por los bolcheviques para lograr el consenso absoluto de una población uniformada, única forma de llegar (aunque nunca se llega) a plasmar el ideal de la sociedad comunista, parte de una contradicción primordial que incide en el fracaso irremediable del modelo: la creación e imposición de un Estado totalitario, cuando la doctrina marxista reza que se trata, en última instancia (fase superior del comunismo), de erradicar el Estado, la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre. Así, los países del socialismo real terminan convertidos en todo lo contrario de lo que predica el librito, valga decir, en este caso y para citar solo uno, El Manifiesto Comunista.

EL FIN DE LA PROPIEDAD PRIVADA

Veamos, entonces, cómo operó, en esa dirección la revolución rusa: En octubre de 1917 el Segundo Congreso de los Soviets abolió la propiedad privada sobre la tierra, dando inicio así a un breve pero tormentoso proceso de estatizaciones que en los años posteriores incluiría el comercio, las industrias, los inmuebles, las factorías medianas y pequeñas y la banca, sustituida por el «Banco del Pueblo».

El control de toda esa carga de poder y responsabilidades se encomendó al denominado Consejo Supremo de la Economía Nacional, cuya existencia implicaba, en principio, la liquidación de los «enemigos de clase»: la nobleza, el clero y la burguesía, tanto la grande como la pequeña, la urbana como la rural.
MUERTE A LOS KULAKS
Al principio el trastrocamiento del viejo y reblandecido régimen zarista fue bien recibido por el grueso de la sociedad, campesinos, obreros, intelectuales dirigentes de partidos no bolcheviques como los mencheviques, los socialistas revolucionarios y los anarquistas. Sin embargo, al poco tiempo se iba a revelar todo aquello que subyacía detrás de la revolución: los campesinos, luego de recibir pequeñas porciones de tierra, una vez liquidado el latifundio, serían despojados de su producción y a la larga de su propiedad, en aras de la colectivización.

Era la persecución de los kulaks, medianos y grandes propietarios agropecuarios (aunque los pequeños no se salvaron) salvajemente liquidados a través del denominado proceso de deskulakización, para imponer la colectivización de las tierras. Procedimiento que a la vuelta de pocos años se convertiría en la causa de la hambruna de los años 20 y 30.

En Venezuela, se implantó la opción de las invasiones, estimuladas por el gobierno, que luego asumía la propiedad de las tierras. De acuerdo a ese procedimiento se estatizaron 6 millones de hectáreas, pero no hubo colectivización, valga decir, ni koljoses, ni sovjoses, ni nada que sustituyera las unidades productivas liquidadas. Simplemente las tierras quedaron abandonadas, al igual que sus ocupantes. Pero eso no parecía preocupar a los comisarios de la revolución porque Venezuela vivía la bonanza del barril de petróleo a cien dólares y los bienes agropecuarios que se dejaron de producir fueron sustituidos con importaciones masivas. Hasta que bajaron los precios de petróleo y aparecieron la escasez y el hambre.

OBREROS BAJO ENGAÑO

Algo similar ocurrió con los obreros rusos de las ciudades, quienes se percatarían de que no eran los nuevos propietarios de las fábricas y que seguían siendo tan explotados como antes, mientras que los pequeños comerciantes e industriales sufrirían igual suerte porque Lenin consideraba más dañinas, para el proceso revolucionario, este tipo de emprendedores que los grandes propietarios.

En la Venezuela de Hugo Chávez se desplegó una ofensiva contra el parque industrial que significó la desaparición, en poco menos de veinte años, de 14 mil empresas, mientras que PDVSA, la compañía petrolera de la cual comen (comíamos) los venezolanos), ya no explora, no extrae, ni refina y a duras penas produce menos de la mitad del crudo que producía antes de que el chavismo la tomara por asalto.

PERIODISTAS E INTELECTUALES HACEN LA DIFERENCIA

Los intelectuales sufrirían en carne propia la aparición de la censura, el ostracismo y la persecución de quienes no comulgaban con las directrices del Sornamkov (Soviet de los Comisarios del Pueblo) y los políticos, sobre todos los de la izquierda, pasarían a convertirse en «enemigos del pueblo», cuando muchos de ellos, ante la exclusión e ilegalización, se pasaron al bando del «Movimiento Blanco» en la Guerra Civil (1917-1921)

En Venezuela, con la inmensa mayoría de los medios amordazados, comprados o vendidos, la libertad de expresión sigue existiendo (a un alto costo en persecución y cárcel) gracias al coraje de una generación de jóvenes periodistas que a diario se juegan la vida para ofrecer la versión real de la situación que vive el país a través de las redes sociales. Y en esto estamos mejor de lo que pudieron haber estado y no estuvieron, los periodistas soviéticos durante 73 años porque, además de la resistencia interior, en el exterior los venezolanos de la diáspora se han organizado y creado medios de comunicación, de manera que en el mundo ya se tiene conciencia de la verdad sobre la tragedia venezolana.

En cuanto a los políticos y partidos de la oposición, existe una penosa división, amén de la represión, la persecución y el carcelazo (son centenares los presos políticos) que impiden la conversión, en poder efectivo, de la voluntad de la inmensa mayoría de la población, cansada de un gobierno que golpea, tanto a los cuerpos como a los bolsillos de los venezolanos.

EL INCIPIENTE TOTALITARISMO

Si bien la guerra en Rusia tuvo, como causa inicial la restitución del ancien régime, por parte de los zaristas y liberales, muy pronto se nutrió con el aporte de quienes estaban descubriendo no solo las manifestaciones incipientes de lo que luego se denominaría el «totalitarismo», sino el fracaso estrepitoso del modelo de concentración de poder en el gobierno y en el partido comunista  («el centralismo democrático» de Lénin) en términos sociales y económicos.

Así, por ejemplo, en 1923, según el historiador Richard Pipes, luego de la desaparición de la banca privada, los precios se incrementaron 100 millones de veces en comparación con la época de los zares, la producción industrial cayó en un 82% en comparación con la de 1913 y la de granos en un 45%. El resultado fue el sometimiento de la población a un brutal racionamiento y a una falta total de alimentos que produjo la muerte, de acuerdo a los cálculos más conservadores, de un millón de personas.
A la postre el Ejército Rojo ganaría la guerra y se consolidaría la nomenklatura gracias al denominado «comunismo de guerra», durante el cual se crearía, bajo el pretexto del combate a la contrarrevolución, una estructura de dominación que dejaba pálida a la hegemonía zarista. Pero las consecuencias de ese feroz asalto al poder se traducían en una catastrófica realidad de hambre, miseria y destrucción que llevan a Lenin a rectificar.

EL ARREPENTIMIENTO DE LÉNIN

Así, venciendo todas sus resistencias y fobias hacia el capitalismo y la democracia, Lénin decreta la Nueva Política Económica (NEP), mediante la cual se restituía, al menos parcialmente, el derecho a la pequeña propiedad rural, experiencia que permitió una relativa recuperación hasta 1928, cuando a partir de entonces Stalin impone a sangre y fuego la colectivización y los planes quinquenales.

Aquí no ha habido rectificación, ni mucho menos NEP. Todo lo contrario, la hiperinflación, el hambre, la miseria y la carestía han sido la consecuencia del mal llamado socialismo del siglo XXI, tan o más cruel, pero, sobre todo, más incapaz y corrupto que su abuelo soviético. Al fin y al cabo Stalin, con la consolidación de la revolución y el sacrificio de decenas de millones de vidas, convirtió a la URSS en un país industrializado y en una potencia militar que se derrumbó solo después de 73 años.

Quizás la incapacidad a la hora de consolidar el poder y de imponer el totalitarismo, en un país donde el caos y la violencia sustituyen el control absoluto de la sociedad, colocan sobre la revolución venezolana un inmenso signo de interrogación que solo será despejado con el tiempo.

 Roberto Giusti, periodista venezolano. Escribe desde Oklahoma (EEUU)

 

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