RICARDO RÍOS –
En la edición del diario francés Le Monde del día 1 de septiembre de 2017, fue publicada una entrevista que le hiciera Carolina Rosendorn al profesor venezolano y exfuncionario del gobierno de Maduro, Temir Porras.
Este antiguo diplomático chavista en Francia sentencia que la crisis que sufre el pueblo venezolano, de graves consecuencias humanitarias, obedece al «control de cambio y al inamovilismo del gobierno frente a la caída de los precios del petróleo y a la burguesía parasitaria».
Omite, con conocimiento de causa, la riada de dinero que debió ir a los programas sociales y que fue a parar a los bolsillos de una inmensa trama de corrupción que va más allá del control de cambio, basada en el control de las fronteras para negocios de exportación ilegal e importaciones fraudulentas, el defalco a PDVSA y los negocios en el llamado Arco Minero.
Tampoco habla de una larga cadena de controles sobre la producción y la comercialización de los productos importados que, junto a la destrucción del aparato productivo privado y la casi aniquilación de la producción agrícola, conforman esa tenaza que destroza la vida del venezolano: hiperinflación y escasez de alimentos y medicinas.
La crisis es de tal envergadura que es más importante encontrar soluciones y salidas que culpables; pero, para que se pueda superar, hay que cambiar de raíz el modelo populista y rentista que defiende Maduro, basado fielmente en los lineamientos del programa de gobierno que enarboló Chávez en su última campaña electoral.
La superación de esta crisis pasa por el reconocimiento de las instituciones que Maduro destrozó en una novedosa versión de golpe de estado, que consiste en legalizar, luego de perpetradas, las acciones inconstitucionales que sistemáticamente emplea para esquivar la separación de poderes.
El control del ejecutivo sobre el Consejo Nacional Electoral (CNE) impidió que tuviera lugar el Referéndum Revocatorio, contemplado en la Constitución. Luego, montaron en menos de dos meses un proceso de elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente, sin cumplir los extremos de ley, cuyos resultados numéricos mostraron tal inconsistencia que hasta su empresa aliada de siempre Smartmatic los rechazó por fraudulentos.
Afirma el entrevistado que la oposición no reconoció la Constitución de 1999 hasta después de la muerte de Chávez, cambiando los hechos de manera consciente porque el Referéndum del 2007, ganado por la oposición, fue en defensa de esa Constitución y contra los cambios totalitaristas que en ella quería incluir el chavismo. Lamentable omisión para quien tiene un cargo docente parcial en la muy famosa academia Science Po en París.
El Tribunal Supremo de Justicia (TSJ), cuya Sala Constitucional fue nombrada ilegalmente, es usada para impedir el funcionamiento de la Asamblea Nacional electa el 15 de diciembre de 2015, a tal extremo que la Fiscal General de la República objetó su funcionamiento y lo acusó de haber dado un golpe de estado con las resoluciones 155 y 156, según las cuales asumía todas las funciones de la AN. Esta fue la chispa que encendió la pradera y lanzó al país a cuatro meses de manifestaciones masivas que culminaron con más de 130 personas asesinadas, muchas de ellas por los cuerpos represivos del estados, tal como hoy son denunciados en diversos organismos internacionales sobre DDHH.
El querer reducir esas manifestaciones a una confrontación entre «violentos grupos minoritarios y las fuerzas del orden» es nuevamente una omisión consciente porque las grandes marchas fueron reflejo del enorme rechazo que sufre el gobierno de Nicolás Maduro, cuando más del 80% del pueblo rechaza su gestión y desea su salida.
Esta presentación omisa trata de esconder la brutalidad, las torturas, las desapariciones, los arrestos arbitrarios, la declaración de estado de guerra antes de abril y la Asamblea Constituyente que consumaron el golpe de estado que llevó a muchos gobiernos y parlamentos del mundo a desconocerla y pedir la restauración del estado de derecho. Más de 130 muertos no es un ejemplo de respeto al derecho a manifestar pacíficamente, es una masacre pura y dura. Poco tiene que ver con «una especie de deriva violenta de la política venezolana».
Es un interesante problema ético para el entrevistado el tener que apelar a la omisión deliberada para defender una causa, sobre todo cuando esta defensa incluye la trastocación de los hechos, navegando en una convenientemente creada separación entre chavistas y maduristas. Así es muy difícil construir una defensa progresista y creíble del régimen, parafraseando al entrevistado.
La línea política de la oposición venezolana es electoral, pacífica, constitucional y democrática, solo por eso no habrá una guerra civil en Venezuela.
La mejor prueba de ello fueron las recientes elecciones primarias para escoger los candidatos a gobernadores de estado el próximo 15 de octubre de 2017, a pesar de que el CNE suspendió arbitrariamente la elección de los parlamentos regionales.
La oposición venezolana acepta dialogar para restituir la vigencia del estado de derecho y la Constitución con los golpistas de la ANC, como la Concertación Democrática habló con Pinochet en Chile o el Congreso Nacional Africano lo hizo con Le Clerck en Sudáfrica.
Quien ha armado civiles y los ha incorporado a la represión ha sido el Partido Socialista Unido de Venezuela, cuyos dirigentes llaman al pueblo a las armas sistemáticamente «para defender la revolución», como lo dijo el propio presidente Maduro en un mitin público. La alianza cívico-militar es la propuesta política central del chavismo, por eso el gobierno de Maduro no pasa de ser una tiranía sin pueblo, sentada sobre bayonetas, cuyos portadores están muy corrompidos porque se saben intocables por las leyes y los tribunales.
La clasificación de la oposición como un movimiento de derecha es parte de la antiguamente eficaz propaganda chavista de presentarse como el David socialista del Caribe contra todos los Goliats capitalistas y malvados del mundo. El mundo ve el problema venezolano como una confrontación entre democracia y dictadura. El stalinismo redivivo de Maduro no cuenta con ningún apoyo, ya nadie cree que los disidentes sean «traidores a la patria».
En Francia hay suficiente cultura política como para discernir la verdad de la mentira en estas afirmaciones. Como dijo Freddy Guevara, dirigente de Voluntad Popular, cuando pasó por Paris recientemente, hablar de extrema derecha en la oposición es una idiotez; si algo ha sido reducido a niveles anecdóticos son los grupos que sueñan con derrocar a Maduro con acciones violentas. Esos grupos son tan convenientes al discurso de Temir Porras que uno no entiende por qué son más amigos.
Venezuela no es escenario de primera línea en los conflictos que genera la lucha por la hegemonía mundial. Buscamos en EEUU, América Latina y en la Unión Europea los apoyos para impedir que Maduro, en su obsesión por el poder, convierta a Venezuela en pieza del ajedrez chino o ruso, ambos gobiernos muy pragmáticos a la hora de negociar armas y petróleo. Los días del internacionalismo proletario pasaron. Ojala no le omita conscientemente eso a sus estudiantes.
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Ricardo Ríos es matemático venezolano. Escribió desde París, Francia.