VÍCTOR SUÁREZ –
Enmudecer los servicios de información pública del enemigo ha sido objetivo primario de todo ejército invasor. La telegrafía en la primera guerra mundial, la radio en la segunda guerra mundial, la TV durante la guerra fría y los medios digitales en la actualidad. Asimismo, todas las invasiones soviéticas y rusas en los siglos XX y XXI han sido “solicitadas” al emperador.
Hoy, en Ucrania, todos los gatos son pardos y hasta el rabo es chicharrón. Una torre de transmisiones de televisión fue derribada por el impacto de un misil en Kiev, y de paso, afectaron un monumento al Holocausto Ucraniano. Otras instalaciones de comunicaciones, militares y civiles, han sido destruidas en el interior del país. Igualmente, Putin quiere hacer ver, una vez más, que la presencia militar rusa en Ucrania ha sido “solicitada” con el fin de repeler una agresión continuada.
PRIMERA
En la primera guerra mundial, las radiocomunicaciones aparecieron como la posibilidad de intervenir comunicaciones y enviar mensajes entre puntos alejados gracias a la onda corta. No hablamos de la radio comercial, que se desarrolló después.
La telegrafía sin hilos aún no se había expandido y la efectividad de las radiocomunicaciones no estaba asegurada debido al escaso alcance y al peso y volumen de los equipos que era necesario transportar al campo de batalla. De manera que la telegrafía por cable era objetivo militar.
En el film _1917_ (Director Sam Mendes, 2019, tres Oscars), en el que dos soldados británicos la pasan mal en su tarea de entregar un mensaje atravesando las líneas del enemigo alemán en el norte de Francia, un oficial explica la necesidad de la entrega en mano: «no podemos avisarles por otro medio; como regalo de despedida el enemigo ha cortado todas nuestras líneas telegráficas».
SEGUNDA
Durante la segunda guerra mundial la radio se convirtió en arma mortífera para los alemanes. Mantenía la unidad y el fervor internos (16 millones de radioreceptores en poder de los ciudadanos), confundía a la población en terreno enemigo (proliferación de la «radio negra»: emisoras que fingían ser británicas o francesas para insertar mensajes derrotistas), traspasaba fronteras, era un arma psicológica que intoxicaba al adversario. Y de paso, desplazó a la prensa escrita, en cuanto a instantaneidad y alcance.
En la Europa ocupada por los nazis, una de las formas de resistencia era escuchar la BBC de Londres.
FRÍA
La madrugada del 21 de agosto de 1968, las tropas del Pacto de Varsovia ocuparon Praga. Justamente estaba alojado en una residencia estudiantil en la falda de una colina en cuya cima estaba implantada una antena retransmisora de Praha TV, la televisión estatal.
Ya sabía que la URSS había invadido Checoslovaquia y ya había recibido algunos golpes e insultos de parte de checos que a todo extranjero consideraban ocupante.
En la mañana traté de llegar al centro de la ciudad cortando camino por la colina. Observé que los invasores no habían inutilizado la antena, como se podría suponer, sino que la resguardaban ante cualquier acción de oponentes furiosos.
Lo que si consideraban esencial era la toma de los estudios de la televisora, para desde allí masificar su mensaje al país ocupado.
La cruenta toma de Praha TV la cuenta un personaje muy particular en las páginas 229-235 de la novela «Los Inmateriales», del autor venezolano Oscar Marcano, publicada en España en noviembre de 2020.
BELGRADO
Para el 24 de abril de 1999 el periodista uruguayo Walter Martínez se consideraba mariscal del aire en VTV, en su programa Dossier.
Durante la Guerra de los Balcanes, siempre aparecía en pantalla con uniforme militar, a veces portaba casco y parche al estilo Moshé Dayán, el jefe del ejército israelí, y para apuntar posiciones en un mapamundi desplegaba una varilla metálica retráctil con habilidad de jugador de billar.
En la madrugada de ese día, la OTAN había bombardeado RTS, la radiotelevisión oficial serbia, con sede en el centro de Belgrado. Murieron en el acto 10 personas y otras 20 estaban bajo los escombros. Sus transmisiones estuvieron detenidas durante 6 horas.
(Más tarde, la cifra de fallecidos subió a 16).
El portavoz del Pentágono, Ken Bacon, justificó la acción: «la televisión serbia es parte de la maquinaria asesina de Slodoban Milosevic», el jefe serbio que después fue condenado a cadena perpetua como criminal de guerra.
En Roma, el ministro de Exteriores italiano, Lamberto Dini, desaprobó el «terrible ataque», pues está «fuera de los planes» de la Alianza.
La agencia Reuters entrevistó a un periodista serbio, testigo del bombardeo, quien declaró: ataques como el de ayer en Belgrado sólo consiguen enfurecer aún más a la población serbia contra la campaña militar aliada». Y también comentó: «el edificio de la televisión serbia quedó ayer para muchos ciudadanos de Belgrado como el símbolo de la más dura represión de Occidente contra el país».
El ministro británico de Asuntos Exteriores, Robin Cook, explicó luego: «No estamos atacando a los medios de comunicación: hemos destruido un medio que no era libre, que no difundía información objetiva y que desde hace tiempo estaba al servicio de la propaganda política del presidente Milosevic».
A partir de ese momento la OTAN organizó transmisiones radiadas en inglés, albanés y serbocroata con la versión de los aliados sobre la guerra.
Mientras, en VTV, Walter Martínez se regocijaba ante las reacciones adversas que provocaban las imágenes del edificio de cuatro plantas de una RTS «destruida pero no por ello callada».
NUEVE PETICIONES
La invasión rusa a Ucrania también fue «solicitada».
En 2014, los separatistas prorusos de la región de Donbás se autoproclamaron «Repúblicas Populares» en Donetsk y Lugansk. El 21 de febrero de 2022 fueron reconocidas por la Federación Rusa como estados independientes. Dos días después, sus dirigentes pidieron al presidente ruso que les ayudase a repeler la agresión de las fuerzas y formaciones armadas ucranianas, de conformidad con los artículos 3 y 4 de los tratados de amistad, cooperación y asistencia mutua suscritos con Rusia.
Es decir, Putin no interviene por afán expansionista, sino porque se lo «piden».
La invasión soviética a Hungría en 1956 fue también «solicitada» por el Partido Comunista local, en respuesta a una revuelta popular que había triunfado. Igualmente, en 1968, la invasión a Checoslovaquia fue «solicitada» por una minoría del Partido Comunista checo ante la perspectiva de una vuelta al capitalismo.
Allí nació la Doctrina Breznev, la cual invocaba el derecho de la URSS a intervenir militarmente en cualquier país de su área de influencia, en caso de que este se viera en peligro.
Seguía siendo Leonid Breznev jefe supremo de la URSS en 1982, cuando ordenó la intervención militar en Afganistán, a petición del gobierno afgano, con el fin de enfrentar a insurgentes muyahidines, quienes querían implantar un estado islámico en lugar del existente desde 1978, soportado por la URSS.
Una vez desaparecida la URSS en 1991, ya con Putin en el poder en Rusia, esa «doctrina» fue utilizada dos veces en Chechenia (1995 y 1999), en Georgia (2008), en Crimea (2014) y en Siria (2015).
Más recientemente, en enero de este año, «a petición», Rusia envió tropas a Kazajistán para sofocar revueltas populares en protesta por el alza del precio del gas pero que en el camino lograron la dimisión del gobierno kazajo.
FARSA EN TRES ACTOS
Putin había concentrado tropas y equipos militares a lo largo de las fronteras de Ucrania con Rusia y Bielorrusia. Los cálculos variaban, entre 50.000 y 150.000 efectivos. En ningún momento ha sido reconocida alguna cifra. Los ánimos se caldeaban hasta que ebulleron el 21 y 23 de febrero, cuando Rusia reconoció formalmente a las dos repúblicas separatistas como estados soberanos y sus dirigentes inmediatamente solicitaron ayuda militar para «repeler la agresión de las fuerzas y formaciones armadas ucranianas», de conformidad con los artículos 3 y 4 de los tratados de amistad, cooperación y asistencia mutua que habían suscrito con Rusia.
El 24 de febrero estalló la caldera. Putin ordenó invadir Ucrania por aire, mar y tierra.
El discurso de justificación fue inmediatamente difundido por el sistema de medios rusos, cuyo mensaje principal era que se trataba de una «operación especial» quirúrgica que buscaba la desmilitarización y la desnazificación de Ucrania, y no una invasión y mucho menos una guerra. El organismo regulador de las comunicaciones ruso prohibió a los medios el uso de los términos «invasión» y «guerra» para calificar la operación que se había desatado.
Muy pronto, en redes sociales, que a veces trabajan más rápido que los servicios de inteligencia, se descubrió que tanto los vídeos de los separatistas pidiendo ayuda militar y el de Putin autorizando la invasión, habían sido grabados el mismo día, pero difundidos en fechas diferentes. Comenzaba una pieza en tres actos en el teatro Bolshói de Moscú.
Los estrategas militares rusos, con Putin como visionario infalible, pensaban que una intervención relámpago, al estilo alemán en la Segunda Guerra Mundial (Blitzkrieg), surtiría efectos inmediatos. Estaban seguros de que en apenas dos días de sitio, matanza y destrucción masiva en todo el territorio ucraniano, el gobierno de Zelensky capitularía, el ejército se rendiría y el pueblo recibiría a los rusos del mismo modo que lo hizo en diciembre de 1943 cuando el ejército soviético derrotó e hizo huir a los ocupantes alemanes.
Esa es la razón por la cual la agencia de noticias RIA Novosti publicó a las 08:00 horas del sábado 26 de febrero un artículo que aireó el tercer acto de la farsa.
Esta agencia es el punto central del sistema de propaganda ruso. Lo que allí se difunde es el punto de vista oficial del Kremlin. Pero con la publicación de ese artículo la volvieron a cagar.
Se hizo evidente que antes del 26 de febrero RIA Novosti había recibido instrucciones de publicar materiales sobre la inminente captura de Ucrania.
El artículo, titulado «La ofensiva de Rusia y el Nuevo Mundo», escrito por Petr Akopov, prontamente fue sacado de circulación, pero pudo ser conservado por la bitácora de Internet.
(https://web.archive.org/web/20220226224717/https://ria.ru/20220226/rossiya-1775162336.html)
Allí se explican sin temor los significados del supuesto relámpago triunfo ruso en Ucrania:
-“Ucrania ha regresado a Rusia. Esto no significa que su Estado será liquidado, sino que será reorganizado, restablecido y devuelto a su estado natural como parte del mundo ruso”
-“El período de escisión del pueblo ruso está llegando a su fin… Es decir, tres Estados, Rusia, Bielorrusia y Ucrania, actuando en términos geopolíticos como un todo único”.
– “Rusia está restaurando su plenitud histórica, reuniendo al mundo ruso, al pueblo ruso, la totalidad de grandes rusos, bielorrusos y pequeños rusos”. (Los «pequeños rusos» son los ucranianos).
-«Un nuevo mundo está naciendo ante nuestros ojos. La operación militar de Rusia en Ucrania ha dado paso a una nueva era»
-«Rusia está restaurando su unidad: la tragedia de 1991, esta terrible catástrofe en nuestra historia, ha sido superada. Sí, a un gran costo, sí, a través de los trágicos eventos de una guerra civil virtual… pero no habrá más Ucrania, como la anti-Rusia”.
-“Vladimir Putin ha asumido, sin una gota de exageración, una responsabilidad histórica al decidir no dejar la solución de la cuestión ucraniana a las generaciones futuras».
Han pasado 8 días desde que Putin emitió la orden fatídica que muy pronto o a la postre acabará con su ambición de erigirse en Zar de la Nueva Rusia.
El mundo se le ha vuelto en contra, Europa se ha unido como nunca antes, la ONU le condena y los ucranianos resisten hasta la inmolación, mientras el aislamiento y las sanciones corroen los cimientos de su economía, su propio pueblo exige explicación y los servicios de inteligencia de EEUU apuran una pesquisa para saber si su locura es nueva o le viene de antes.
Víctor Suárez, periodista venezolano, residente en Madrid, España.