EZIONGEBER CHINO ÁLVAREZ –
Eva María se fue buscando el sol en la playa
Pues sí. La señora Maruja era, para no entrar en detalles, el alma de la fiesta. El alma y también el sargento. Su capacidad organizativa para acometer cualquier cumpleaños o bautizo sometido a su arbitrio, era admirable. Y no hablemos de sus inapelables disposiciones. Estas eran obedecidas en la rigurosidad de un batallón militar y nadie se atrevía a objetarle ni tan siquiera la forma en que se disponían los vasitos de gelatina o las bandejas atiborradas de Pepito y papa frita en la mesa de la torta. ¡Grande, señora Maruja!
Los vecinos le daban lo que pidiera para que todo quedara bien bonito mientras que ellos, si se trataba de una fiesta de muchachos, se dedicaban en el pasillo al dominó de sus risas y angustias y todo marinado con ron «El Muco» en zambumbia de pasapalos, rancheras y música de Nelson Ned: ¡Ay! Si las flores pudieran hablarrr, a los enamoradooos…
Dicho esto, la fiesta ‘en sí’. Cuarto piso, apartamento 4C, Residencias Sabogal, El Marqués. La sargento Maruja tenía todo mediíto. Como no existían sillas de esas de plástico para el arriendo, los vecinos convocados al ágape tenían que colaborar con sus propios muebles. Por eso, en grácil yuxtaposición, podías ver arrumadas a la pared, la poltrona de la viejita Contreras junto a las sillas aportadas temporalmente por casi todos los vecinos del piso.
La señora Maruja, como te digo, tenía el férreo control de todo y de todos… menos de mí. ¡Ja!. Y para cuando salió de uno de los cuartos con un pote groseramente grande de talco Mexana para espolvorear el suelo con el fin de que la muchachada bailara sin dañar el piso Konker, resulta que yo también tenía un plan… que se reducía a bailar con Yamiré. De hecho, mi mundo giraba en torno a Yamiré, la dueña de mis madrugadas insomnes. Con decirte que todos los días antes de irme a la escuela y como éramos vecinos, yo deslizaba bajo la puerta de su apartaco poemas atenidos a la hermosura de su nombre:
«Ohhh, Yamiré, vida mía
Ya miré nuestro futuro
Ya miré, nada es oscuro,
Ya miré la luz del día»
De esta manera le sacaba la chicha al nombrecito, creyendo que me la estaba comiendo y ¡qué bello es todo!
Volviendo a la fiesta, yo tenía una estrategia blindada para bailar pegao con Yamiré, que ya había llegado a la rumbita con su minifalda de flores, su blusa vaporosa y su aroma de colonia para niños. Con la determinación de un cuarto bate en el home dije: paso, al escuchar a la Fórmula V con Eva María. Lo mismo cuando sonaba la Dimensión Latina. Paso y paso, nojoda. Ella bailaba con otro carajo ahí, pero no me importaba. A una señal mía, el disc jockey, a la sazón, mi compinche Cobija e’ perro, puso It’s five o’clock, con Demis Roussos, y sucedió que cuando me incorporaba en cámara lenta de mi silla con ínfulas de Alain Delon, un avispao se me adelantó sacándola a bailar.
El coñoesumadre, pana. Me tuve que calar la canción del gordito ese que se vestía con batas, ahí, callaíto en mi silla y tragando Pepito como un degenerado. Rumiando mi rabia con la furia rencorosa de un bolero, esperé mi momento: Guerra de Dioses con Billy Paul. No había pele, chamo. Aprovechando que doña Maruja impartía órdenes en la cocina, apagué las luces en un dosportres y resuelto me enfilé a la pista: –Coño mano, me toca a mí-. El muchacho, ni gafo que fuera, se negaba a aceptar su derrota, pero Yamiré consintió con el donaire de la Reina de Inglaterra: –Sea, Chino. Bailarás conmigo. Todo mundo sabía que ese bolero duraba sus buenos diez minutos, tiempo suficiente para estarnos en el cielo por un rato:
-Tú eres el de los poemas.
-¿Yo?
-Sí, tú. Me gustaron.
-…
En medio de la canción, flotaban en cuerpo y alma y por todo el apartamento, efluvios, ganas e hinchazones. Por favor, trata de entender. Parejitas de 15 años en plena oscuridad, bailando Guerra de Dioses. Coño… Ahí estaba yo como quien conecta un jonrón con las bases llenas: dándole la vuelta al cuadro con mi jevita y saludando a mis panas entre ellos como te digo, a mi compinche Cobija e’ perro y sin mayor prosopopeya, el beso. Ese beso partió a la humanidad en dos. No valía de nada el Big Bang. Ni las migraciones a través del Estrecho de Bering, ni los hermanos Pinzón que como dice la canción, eran unos marineros, ni Colón, ni los chistes de Páez y Bolívar, es decir, nada que correspondiera al paisaje natural o al humanizado del mundo antes o después, me importaba un coño, como no fueran esos labios que recuerdo, con sabor a ponsigué.
¡Ohhh, Yamiré! ¡Yamiré!
Pero ya sabes, nada dura para siempre: prendieron la luz, la señora Maruja se hizo la loca con nuestros bultos y teticas turgentes y solicitó de seguidas, el desalojo inmediato de la sala porque ya estaba bueno y porque le tocaba a los grandes y para abrir el set el nuevo éxito de la Billo’s: ¡Pero qué chévere sería! muy juntitos los dos en Margarita, al vaivén de sus olas tan bonitas y cantándole al mar una canciónnnn:
– Yamiré, bailemos esa…
– Pero, es música de viejos…
– Ya crecimos… mira esos carajiticos jugando la ere en el pasillo…
– Pobres cositos… ¡vamos puej!
Cuarenta y pico de años después, nos conseguimos en las redes. Yamiré es ahora una señora grande con cara de abuela dulce. Yo sigo siendo el mismo bichito, con la diferencia de que escribo pendejadas desde la altura de mis muchos años, así, tipo Kotepa.
¡Ohhh, Yamiré! ¡Yamiré!