EDILIO PEÑA –
La película de Julian Schnabel, A las puertas de la Eternidad, inspirada en la vida del pintor holandés Vincent Van Gogh, es más que una inspiración para radiografiar la vida del artista plástico o de ese universo profundo que éste exploró con una entrega apasionada.
Es mucho más. Es un pretexto para abordar la narrativa de una historia singular, no desde su aparente continuo incesante, sino desde sus espacios vacíos que separan las orillas de los acontecimientos, aquellos en los que la memoria no alcanza a tener presencia para recordar los instantes supremos del suceso. Los olvidados. Esos en los que se pueden hallar ocultos la emoción condensada en el instante fugaz del tiempo, la fuerza misteriosa del color y la incandescencia de la luz que atraviesa la mirada del testigo o del espectador. Allí donde se potencia la vida en su naciente y plenitud, pero también en su irrevocable finitud hacia la nada o la eternidad, de la persona y el personaje.
De allí que la imagen plástica del pintor Vincent Van Gogh, va a influenciar la imagen cinematográfica del director Julian Schnabel, para apostar por la intensidad y el deslumbramiento que se consolida en la obra artística que habrá de perdurar más allá de la propia memoria. Lo que modificará la narrativa en la composición estructural del film, desde la construcción del guion cinematográfico junto al notable guionista Jean Claude Carriére y Louise Kugelberg.
Un personaje de la ficción no pertenece a la llamada historia real, ni siquiera como referencia. Por más que se obstine. Porque la referencia casi siempre termina por darle una doble muerte al personaje real cuando se le quiere otorgar relevancia sobre el tiempo, y por igual, a los demás muertos a los que se les ha borrado hasta sus nombres, bien a través de la mitificación del predilecto (hoy convertido en excepcional), por la leyenda o el caro interés de la propia historiografía que describe la existencia de aquél que ya no está, a partir de razones ideológicas, políticas o de poder que lo privilegian. Esos en que acostumbra utilizar la militancia historiografía. Ese historiador que se arroga el derecho de conocer todo lo que aconteció en el pasado, donde el personaje que disecciona está inmerso entre la abrumadora investigación que recopila incesantemente hasta la reiteración y el reduccionismo que lo extravía. Esas fechas que no aportan nada a una existencia que ya no está, y la cual, si aún estuviera despierta en la dimensión desconocida de la muerte, le importaría bien poco que la recordaran por el día o año de su nacimiento o fallecimiento. Paradójicamente, todo historiador trabaja con la inexistencia. Esa pasión inútil. Contrario al creador, a un artista. Aquél que sólo puede competir o rivalizar, si es que existe metafísicamente, es con Dios. Su supremo creador.
Julian Schnabel, el director de la película: Van Gogh, A las puertas de la Eternidad (2018), es también pintor como lo fue Van Gogh. Pertenece al movimiento post expresionista abstracto, que habrá de denominarse como pintura mala. Un elemento curioso, Van Gogh pertenecía al post impresionismo que consideraba sus pinturas como malas y feas. Sólo un crítico logra avizorar entre aquella fealdad a un genio: Albert Aurier. Sin embargo, Van Gogh carece de vanidad para aceptar tan magno elogio. Es decir, la motivación de esta película la determina la incomprensión, como propulsora a la que se ve al principio desafiado el artista verdadero. Aunque después esta mezquindad no le importará. Entonces, desde esa elipsis que une a estos dos grandes pintores, Julian Schnabel va a rescatar la existencia de Van Gogh no desde la historiografía, sino desde el objeto dramático donde está concentrado su cuerpo emocional y que desde el cual habrá de representarlo en su esencia. Cada una de sus pinturas y dibujos, son esos objetos dramáticos preciados y estelares. El mismo cuaderno de contabilidad, que le facilita Madame Ginoux, y que habrá de ser descubierto en el 2016, llenas sus páginas con dibujos que nunca antes se habían visto de Vincent Van Gogh.
En una secuencia de la película que acontece en una calle donde se encuentran el también pintor Paul Gauguin y Vincent Van Gogh, el primero le dice, culminando la secuencia: «Ve al sol, Vincent». Posteriormente, Van Gogh se instalará en una habitación, gris y sórdida, con todos sus instrumentos para pintar. En esta secuencia, la cámara se comporta inestable tanto como el ruido que hace una ventana azotada por el viento, tan intranquila como el personaje de Van Gogh abrumado por un hondo desasosiego. Pero cuando Van Gogh se despoja de sus botas viejas y sucias, ocurre el gran evento dramático desde donde comenzará a proyectarse la composición y la estructura de la película, prefigurada en el guion. En el lienzo, Van Gogh empezará a pintar sus botas y en ese acto tan profundo e íntimo, les otorgará una perdurabilidad que las botas que usaba en la realidad, no habrán de tener jamás. Entonces, en este punto climático de la secuencia, la cámara se estabiliza y se focaliza en la acción dramática del personaje Van Gogh, quien ahora se tranquiliza porque ha comenzado a sumergirse en la noche estrellada de su universo.
La noche estrellada se llama el cuadro que pintó trece meses antes de partir para siempre del mundo estrecho donde habitó. En las siguientes secuencias, la febril pasión por pintar lo hace con aquellas botas que pintó en la soledad asaltada por esa herida psíquica que lo acompañó toda su existencia. Camina sin cesar buscando andar hacia las profundidades de sí mismo, pinta con tal intensidad que en esos periodos en donde se sumerge en los paisajes de la naturaleza, mantiene a raya las alucinaciones y las crisis mentales. Así lo vemos entrar en el color y la luz que lo deslumbrarán y en que fundirán su espíritu para siempre con el universo.
Quiero decir, la película de Julian Schnabel comienza a ser narrada desde el objeto dramático y no desde el sujeto (personaje) dramático. Me refiero a esos cuadros donde quedó condensada su energía creadora. El color y la luz son los principales personajes que logró aprehender, finalmente, el pintor que había dicho la sentencia bíblica a un sacerdote suspicaz: «la vida es para sembrar, no para recoger la cosecha». Entonces, cada secuencia de la película apuesta a ser un cuadro distinto, único, que no busca el continuo lógico de la representación de la imagen, sino la fusión entre la identidad que prefigura la imagen pictórica y la imagen cinematográfica, en la que se consagra el movimiento del tiempo y el espacio eterno, allí donde yace el instante supremo del suceso. Los puentes colgantes que separan a la intriga tradicional de narrar la historia, es la oscuridad que asalta a la pantalla desde donde nos habla Vincent Van Gogh.
Edilio Peña, narrador y dramaturgo venezolano. Reside en Mérida.
A LAS PUERTAS DE LA ETERNIDAD
Título original At Eternity’s Gate
Año 2018
Duración 111 min.
País Estados Unidos
Dirección Julian Schnabel
Guion Jean-Claude Carrière, Julian Schnabel, Louise Kugelberg
Música Tatiana Lisovkaia
Fotografía Benoît Delhomme
Reparto
Willem Dafoe, Rupert Friend, Oscar Isaac, Mads Mikkelsen, Mathieu Amalric, Emmanuelle Seigner, Niels Arestrup, Anne Consigny, Amira Casar, Vincent Pérez, Lolita Chammah, Stella Schnabel, Vladimir Consigny, Arthur Jacquin, Solal Forte, Frank Molinaro, Alan Aubert, Vincent Grass, Clément Paul Lhuaire, Laurent Bateau, Montassar Alaya, Didier Jarre, Thierry Nenez, Johan Kugelberg, Alexis Michalik
Productora
Distribuida por CBS Films. Coproducción Estados Unidos-Francia-Reino Unido; Iconoclast, Riverstone Pictures, SPK Pictures, Rocket Science, Rahway Road Productions