OMAR PINEDA
Hay gente que, en la cama, revisa en el celular los wasap y tuits y sueñan con que el loco de Donald Trump sopesa que le sale más barato meterse con Maduro que con el gordito de Norcorea, y envía un portaaviones a La Guaira y un centenar de helicópteros, que revolotean el cielo nublado de Caracas. Los marines se bajan en Miraflores, se llevan a Maduro y a sus ministros
En los primeros años del gobierno de Hugo Chávez, todas las noches yo cultivaba sueños recurrentes: la historia era que uno de los veinte mecánicos que hacían chequeo del avión presidencial, advertía que una tuerca estaba a punto de aflojarse en no sé qué parte de la aeronave, y cuando estaba por apretarla, alguien se asomaba al hangar y lo llamaba “Lucho, Luchoooo, te llaman de tu casa… que es urgente”. En mi sueño, Lucho, el mecánico en cuestión, se bajaba de una larga escalera y olvidaba el protocolo de ajustar la tuerca primero, chequearla y luego atender la llamada. No, a la carrera, Lucho tomaba el teléfono, se enteraba que su mujer tenía las contracciones y estaba lista para dar a luz; Lucho toca la puerta del jefe y explica su urgencia, con el respectivo “permiso para retirarme, mi coronel” y se larga. Una hora después Chávez subía al avión y a los 45 minutos de vuelo ¡pum, nojoda! se estrellaba.
Como Chávez viajaba dos veces al mes, yo incorporaba detalles más escabrosos. “Lucho, Luchoooo… chamo que a tu hijo lo atropelló un carro”; “Lucho, Luchooo… que tu mujer se fue con el vecino y los niños están solos”, y siempre Chávez subía a su avión, que tomaba vuelo y ¡pum! Hasta que un buen día me ladillé de esa película cansina, mientras en la vida real Chávez jodía sin tregua a los empresarios, a los medios y periodistas, a la Iglesia y sobre todo a la oposición.
Pero, mira tú, murió Chávez y nos enchavó la fiesta sorpresa que le teníamos preparada el siguiente día en la redacción a una pasante, y el resto vino como una sucesión de flashback que tendemos a olvidar: la bestia de Maduro se entronizó en Miraflores, Leopoldo López se entregó a la justicia para demostrar que la justicia en Venezuela es una farsa y el país terminó de joderse.
Años después, que parecen décadas, aparecen otros desesperados, se recuestan en la cama, revisan en el celular los wasap y tuits y sueñan con que el loco de Donald Trump sopesa que le sale más barato meterse con Maduro que con el gordito de Norcorea, y envía un portaviones a La Guaira y un centenar de helicópteros, mejores que los de Oscar Pérez, revolotean el cielo nublado de Caracas. Los marines se bajan en Miraflores, se llevan a Maduro y a sus ministros. Dejan en tierra a Nicolasito porque se convencen que será un estorbo, y como dice mi hijo “¡zuas!… se acabó Cuba”. Al día siguiente, ¡vuelve la democracia! Florecen las banderas y las sonrisas, hasta que suena el despertador y “¡verga, son las 7 y media!”.
A los que sueñan así, los considero y créanme que me identifico en su inquietud. Podría ser ese sueño o que otro capitán se arreche, tome un cuartel de madrugada y lance su proclama en video. Cualquiera de esas opciones, en vez de salir temprano y elegir al gobernador de su estado. Da arrechera, es verdad, porque esos sueños inducidos son buenísimos mientras duran, pero en la mañana, nos pasa como el que juega a la lotería: ¡No salió mi número!