al hayat, al mawt, al ajira o la voz de los suicidas

La voz de los suicidas
El Bosque de los suicidas. Ilustración de Gustave Doré (c. 1880-1883)
MILAGROS MATA GIL –

Un hecho insólito conmovió la población de El Tigre, una pequeña ciudad situada al sur del estado Anzoátegui, en Venezuela. Ni peor, ni mejor que otras de su mismo linaje, es un campamento petrolero venido a más que cumplirá pronto 88 años (de acuerdo con una fecha convencional)

Hace más o menos un mes, un número aún indeterminado de hombres, todos en los 40, todos musulmanes drusos, se suicidó colgándose de las vigas de sus casas. En la morgue se arremolinaron lujosas camionetas, pues la mayor parte de los suicidas eran empresarios árabes bastante prósperos. Hubo un conato de violencia, porque también querían llevarse el cadáver del único venezolano del grupo. Y el asunto en general se acalló por esa complicidad de los dolientes y la prensa local. De ese hecho parte este texto.

Somos. No vamos a decir éramos, como dicen que corresponde. Gramaticalmente, vamos. Estamos unidos, linkeados por cadenas que no permiten que vivamos nuestras muertes de manera individual, ni que contemos nuestras particulares biografías. Nuestros hijos, nuestros nietos, no llevarán nuestros nombres condenados, silenciados en la familia para siempre. Aunque eso de siempre es relativo. Como todo. Que por qué lo hicimos se preguntan. Los espectadores pueden decir que fue un pacto de locos, de religiosos o de amantes. Todas esas palabras nos convienen, nos confirman, pues de alguna manera son avaladas por la sinonimia. La respuesta es simple: éramos jóvenes, éramos bellos, éramos ricos, gozábamos de los bienes del poder y nos convencimos de que para mantener todos esos privilegios que nos otorgó la vida era necesario morir. Llegamos a esa conclusión desde el pensamiento de Abderrazzaq Nufal, que nos fue transmitido por nuestro líder y hermano Tarek al Nehmer, cuyos mensajes han sido hechos claros en y por sí mismos en sus poemas, y además han sido enunciados explícitamente por la gracia de Uno que es sabio, consciente de todo. Todos teníamos la edad requerida para la empresa, 41 años. Todos estábamos seguros de que nos acogería el Cielo lleno de placer y que desde allí veríamos florecer y fructificar al líder de los líderes quien, además, enaltecería nuestro acto. Éramos nueve los pactados pero sólo ocho cumplimos. No cuatro, ni diez, como dicen los rumores. Ocho preparamos las cuerdas de esparta previamente bendecidas en vela. Ocho hicimos el nudo. Ocho nos colgamos de la viga más alta del hogar. Siete nos fuimos en silencio. Uno lo rompió. Carta a su madre. Y comenzó el show de desencuentros. En el patio de la muerte, mientras esperaban nuestras cáscaras vacías, acordaron los parientes acallar nuestro acto. Y ni siquiera el líder tan amado, ése que nos convenció de este acto, mencionó la belleza del sacrificio. Ni fue más bello él, ni más bello él, ni más poderoso, ni más joven, ni más rico. Por el contrario, desde esta tribuna lo vemos en su envoltorio mortal, deshaciéndose sin grandeza. Y ahora nosotros vagamos por el Círculo que Dante reservó a los suicidas, eternamente.

Milagros Mata Gil, periodista y narradora venezolana. Reside en El Tigre, Venezuela

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