MARIO SZICHMAN
La literaria amistad de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares habría comenzado en 1931 o 1932, cuando tenía alrededor de 18 y Borges ya había cumplido 32. A partir de ese momento, mantuvieron una intensa amistad que se prolongó hasta la muerte de Borges, en 1986. Bioy falleció en 1999
Cada vez que tengo los blues, y pienso que el mundo es ancho, ajeno, y fuera de mis límites, acudo a Journalism in Tennesses, de Mark Twain, uno de mis textos favoritos. El protagonista de la historia es un periodista que padece una enfermedad nerviosa. Por lo tanto, decide viajar al sur de Estados Unidos para curarse en un clima sereno, rodeado de seres que observan la vida con una actitud filosófica.
Lamentablemente, el personaje es contratado como ayudante del editor de un periódico que se complace en destruir la reputación de sus rivales. Ya en el primer día, el atribulado periodista es testigo en la redacción de ataques con explosivos. También se libran duelos con enormes revólveres. Cuando el editor abandona el periódico, le informa a su flamante asistente que algunos de sus enemigos visitarán el sitio, y le asigna tareas: “Jones llegará a las tres: le puede propinar unos cuantos latigazos. Gillespie vendrá tal vez un poco antes. Arrójelo por una ventana. Ferguson arribará a las cuatro. Usted está autorizado para asesinarlo”. También le pide que corrija un editorial titulado: “Cómo alentar el progreso moral e intelectual de la sociedad norteamericana”.
SALDANDO CUENTAS
La ferocidad que exhiben los protagonistas de Journalism in Tennessee suele reflejarse en el mundo literario. Hace algunos años, The Times Literary Supplement publicó una crítica de David Gallagher al libro Borges, editado por Daniel Martino. (Editorial Destino, Buenos Aires). Se trata de una recopilación que hizo Martino del diario personal del escritor Adolfo Bioy Casares.
Según indica Gallagher, Bioy conoció a Jorge Luis Borges en 1931 o 1932, cuando tenía alrededor de dieciocho y Borges ya había cumplido treinta y dos. A partir de ese momento, mantuvieron una intensa amistad literaria que se prolongó hasta la muerte de Borges, en 1986. (Bioy falleció en 1999).
En 1947, Bioy comenzó a escribir un diario, donde registró sus casi cotidianas conversaciones con Borges. El parcial resultado de ese diario es Borges, un libro de 1.664 páginas. Como señala Gallagher, “El diario claramente cubrió muchos otros tópicos”, a los cuales alude el editor Daniel Martino “en un corto y escasamente iluminador prefacio”.
Al parecer, Bioy asumió en esa prolongada amistad literaria un poco el rol de Boswell, y Borges, el de Samuel Johnson. Pero a veces, al menos por lo que divulga Gallagher, ambos autores parecen haberse transmutado en Bouvard y Pecuchet, esa genial novela de Gustave Flaubert donde narra las aventuras de una pareja de copistas, que un día descubre la estupidez, y verifica que es imposible tolerarla.
ARRANCANDO EL CUERO
Borges iba al apartamento de Bioy, en Buenos Aires, varias veces a la semana. Y Bioy registraba en su diario las conversaciones. También, en ocasiones, componían historias policiales, con el seudónimo compartido de H. Bustos Domecq. Gallagher dice que Bioy intentaba controlar la tendencia de Borges a recargar la narrativa con “chistes abstrusos y aderezos barrocos”.
A medida que pasaban los años, y se acentuaba la ceguera de Borges, Bioy leía textos, y ambos formulaban luego comentarios. Las observaciones solían ser generalmente “mordaces”. Para ambos autores, Flaubert tenía el estilo de un “burócrata”, Rabelais era “abominable”, y T. S. Eliot era “tan bajo, que ni siquiera merecía el desprecio”.
Borges sentía gran aversión por las novelas prolongadas. Decía que era un “Desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas páginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos”. Tolstoi le parecía tedioso. Señalaba que las partes más interesantes de La guerra y la paz eran las dedicadas a los combates entre las tropas del zar y las de Napoleón. Por supuesto, con eso obliteraba la presencia de su principal personaje femenino, Natasha, y el romance que la convertía en una precursora de Anna Karenina.
Borges, a diferencia de Bioy, no le asignaba al erotismo gran jerarquía en la narrativa. En cuanto a Baudelaire, Borges decía que era una especie de metro patrón de los amantes de la poesía. “Cualquier persona que admira a Baudelaire”, señalaba, “es un imbécil”.
Silvina Ocampo, la esposa de Bioy, y una excelente poetisa y cuentista, brindó una explicación por el desdén que mostraba Borges hacia otros escritores. “Con cada día que pasa”, indicaba, Borges “es menos proclive a deleitarse con obras que no sean las suyas”.
Por supuesto, eso es solo parte de la historia. Borges admiraba a Kipling, Stevenson, Chesterton, Kafka, Ruben Darío, Verlaine, y a clásicos españoles como Cervantes, Lope de Vega, Gracián, Calderón, Góngora y Quevedo.
Perlas
Para Gallagher, el mejor Borges es aquel que en vez de juzgar a otros escritores “formulaba asombrosas, irreverentes asociaciones que constituyen una parte central de sus ficciones”. Por ejemplo, en cierta ocasión, sugirió a Bioy que Kafka y Jesús tenían una manera similar de examinar el mundo, a través de imágenes y parábolas.
En otra oportunidad, indicó que los dos temas más interesantes en toda la historia de la literatura fueron la caída de Troya, y la pasión de Cristo. Cuestionaba, sin embargo, la muerte de Jesús. Decía que le faltaba la grandeza de la muerte de Sócrates, pues “Sócrates era un caballero, y Cristo era un político que deseaba ser compadecido”.
Y luego, viene la parte del comadreo. “En los treinta y nueve años de conversaciones” registradas en el libro, Borges y Bioy hablaron pestes de fastidiosos escritores, de damas de sociedad “bellas pero idiotas”, de políticos petulantes, y de sus agentes literarios, editores y traductores.
Al parecer, ese aspecto de los diarios causó bastante escándalo en algunos círculos de la sociedad argentina, “no sólo porque algunas de las víctimas estaban vivas”, dice Gallagher, sino por la terquedad de Borges y Bioy en hablar mal de otros.
Por ejemplo, decían que Victoria Ocampo, hermana de Silvina y quien a través de la revista Sur se convirtió en la gran dama de la sociedad literaria de Buenos Aires, era una “snob ridícula”, sólo ansiosa por cortejar a cuanta celebridad visitaba la Argentina. En varias ocasiones, Borges y Bioy rehusaron sus invitaciones. Decían que el té que ofrecía parecía medicina y el pan de sus sandwiches tenía el sabor del DDT. Para Borges, Victoria Ocampo “confunde hospitalidad con arresto domiciliario”.
De acuerdo a Gallagher, Borges podía ser cruel inclusive con personas que se habían mostrado amables y admiraban su obra. El poeta norteamericano Robert Lowell hizo enormes esfuerzos para promover a Borges en Estados Unidos. Sin embargo, Borges lo consideraba “un completo idiota”.
El pecado de Lowell fue que cuando visitó Buenos Aires, en 1962, expresó a la madre de Borges su deseo de conocer a la mujer más bella de la ciudad, “porque deseo acostarme con ella”. Borges consideró imperdonable que Lowell expresara tanta rudeza delante de su madre.
Y luego, está la misoginia. Aunque Bioy era un legendario mujeriego, y Borges tuvo una buena cuota de admiradoras, en sus conversaciones exhibieron un enorme desdén por las damas. “Nada más concreto, más burgués, más limitado que una mujer”, enunciaba Borges.
En otra ocasión, Borges y Bioy intentaron elucidar la esencia femenina, y decidieron que el principal problema de las mujeres es que carecen de capacidad de abstracción. Eso les impide entender los principios morales. Gallagher comenta que ese tipo de “desagradables puntos de vista” contribuyó a que le negaran a Borges el premio Nobel.
CUENTAS SALDADAS
El corolario de la crítica de Gallagher al libro Borges llegó al Times Literary Supplement algunas semanas más tarde. En una carta del lector, el ensayista Daniel Waissbein dijo que el libro “mediocre, y editado de manera incompetente”, no mostraba al verdadero Borges, sino a un Borges “disminuido, malevolente, repetitivo, tonto y arrogante”, examinado “a través de la caprichosa percepción que tenía Bioy Casares de la humanidad en general, y en esta instancia, de Borges en particular”.
Al parecer, se trataría del mismo defecto exhibido en las novelas de Bioy, “un disgusto por sus personajes que refleja su disgusto por la humanidad”. Según el ensayista, tampoco puede considerarse “como una amistad” la casi cotidiana relación entre Borges y Bioy. ¿Qué era entonces?
Según Waissbein, se trataba de “una especie de matrimonio de conveniencia. Borges obtenía comidas, acceso a casas palaciegas en Buenos Aires, junto al mar y en el campo, y era llevado ida y vuelta al apartamento de su madre en los costosos automóviles de Bioy. También se benefició de la atención de los muchos sirvientes de Bioy, del uso de la biblioteca de Bioy en las noches, y del servicio de Bioy como su amanuense”.
Del Parnaso literario pasamos a un sórdido mundo donde uno de los mejores escritores argentinos se convierte en prisionero de las atenciones de un mediocre bon vivant. Me imagino que Borges, desde su tumba, debe musitar: “¡Por favor, no me defienda, compadre”!