VICENTE UNDURRAGA –
La diáspora venezolana radicada en Chile, hipersensible a causa del exilio impuesto por las precarias condiciones de vida y la radicalización autoritaria de Maduro, no se hizo esperar y asumió con intensidad el debate electoral, viralizando un video en donde advierten sobre los riesgos para este país si triunfa nuevamente la izquierda
Un distinguido y gozoso uso del castellano, belleza y carácter, buenos modos y buena arquitectura, profesionalismo en varios ámbitos, expertise sobre caballos. Eso y más llega a un país donde empiezan a radicarse venezolanos. El incremento desde 2014 de la inmigración llanera en Chile es una excelente noticia. Siguiendo la línea de argentinos, colombianos, haitianos y peruanos, los venezolanos vendrán a complementar positivamente el carácter chileno, aportándole a lo bueno que tiene, que no es poco, mucho de lo que le falta, que no es poco: alegría, buen trato, pronunciación, deseo.
Salvo excepciones, los chilenos parecemos manejar apenas un par de clichés sobre el pueblo venezolano: que son buenos para hacer teleseries lacrimógenas, que ostentan un superhistorial en el Miss Universo, que tenían mucho petróleo y ya no tanto, que un cantante chiquito pero empeñoso allá nacido le prometía a su amada “llevarla a la cima del cielo / donde existe un silencio total”.
Curiosa ignorancia. A pesar de haber sido Venezuela uno de los países más hospitalarios con los exiliados chilenos; a pesar de que fue un venezolano –Andrés Bello– quien de cierto modo nos inventó; a pesar de que, igual que Chile, Venezuela se deshace en islas; a pesar de que en y sobre Caracas escribió Roberto Bolaño su discurso más notable; a pesar de que montones de chilenos se enamoraron o al menos se dieron sus primeros atracones al son del recién citado Ricardo Montaner o de Franco de Vita; a pesar de que, en fin, los tenemos tan cerca, sabemos de ellos menos que de otros vecinos, como Perú, Argentina, Brasil, Colombia o México.
Esto es muy claro en el ámbito de la literatura, especialmente en la poesía. Todo chileno medianamente formado en la lectura de poemas conoce algo de la tradición peruana (a Vallejo, a Cisneros, quizá a Blanca Varela o José Watanabe), de la cubana (más que sea a Nicolás Guillén), de la argentina (a Pizarnik por lo menos), de la mexicana (a Sor Juana, a Octavio Paz, a José Emilio Pacheco), pero de la venezolana nada o casi nada, siendo que es una tradición de primera línea.
Desde las alucinadas prosas poéticas de José Antonio Ramos Sucre hasta la poesía de Igor Barreto, un observador inimitable de la naturaleza, un Von Humboldt de su propia causa: “El zumbido / de los zancudos / alrededor / del mosquitero / es una lancha / que me sigue / a lo profundo / del sueño”; desde la poesía espiritual y tan versátil como única de Rafael Cadenas hasta la escritura imaginativa de Juan Sánchez Peláez, que vivió en Chile y se vinculó al grupo La Mandrágora.
Los venezolanos hoy llegan huyendo, arrinconados y hambreados por la Venezuela de Maduro, la de la escasez y la opresión, esa Venezuela que nadie añora y que sin embargo la derecha chilena, incluidos sus rostros nuevos, como Erika Olivera, ha utilizado sin pudor para señalarla como el norte al que Chile se dirigirá en caso de que gane Guillier. En serio, ¿alguien se imagina al comandante Alejandro discurseando a los gritos como Maduro o Chávez? ¿Alguien ve a Guillier de guayabera manipulando, como ellos, un mercado, un sistema productivo, un ejército y los medios de comunicación?
No tiene la energía ni la convicción, felizmente. ¿En qué piensa Piñera cuando dice que “Guillier se parece cada día más a Maduro”? ¿Por qué pasó de prometer tiempos mejores a atemorizar con tiempos peores? Guillier podrá ser muchas cosas, y también podrá no ser muchas otras, pero no es un extremista. Es, más bien, un socialdemócrata suave, un hijo ilustre del kilómetro cero de la política, con un arco de oscilación cuyos polos irán de la DC al Frente Amplio, que dista mucho de ser una izquierda extremista.
Chilezuela: así le llaman los asustados-asustadores al país que se puede venir. Una humilde propuesta: no desperdiciar el concepto, sino resignificarlo para aludir al Chile que mejora con los inmigrantes venezolanos. Hay que despejar el terror, pues nadie acá quiere un Chile chavista. Bien mirada, la izquierda chilena es centroizquierda en la medida en que la centroizquierda es hace tiempo centro a secas; el centro es centroderecha; la centroderecha es derecha, y la derecha es en realidad ultraderecha: cavernaria, recalcitrante, funambulesca, medieval y latera. La izquierda cavernaria y chavista podría ser la que representan Artés y Navarro, pero juntos sumaron poco más del 0,0 % de los votos. O sea, no pasa nada.
Volviendo a la poesía, qué gran cosa sería que a Chilezuela llegara y se difundiera, quizá de la mano del próximo Premio Iberoamericano Pablo Neruda, la poesía de Yolanda Pantin, esa mujer extraordinaria nacida en Caracas en 1954 y que junto con Tamara Kamenszain y Elvira Hernández conforman el que probablemente sea el triángulo de las poetas vivas más vivas de la lengua española. Unos versos de Pantin parecieran haberse colado en las cabezas de Chile Vamos: “Aprenderé a tener miedo / un arte que me servirá / para ganarme la vida”.
Publicado en www.quepasa.cl