OMAR PINEDA Hace exactamente 19 años yo revisaba en solitario la edición que sería impresa en la mañana siguiente (TalCual era entonces un periódico vespertino), cuando la coordinadora de Diseño, Laura Pérez, telefoneó alarmada desde su casa para darme el santo y seña de entonces: “¡Pon Globovisión!” Encendí la tele y ahí estaba todo chamuscado el jeep Machito amarillo de Danilo Anderson. A su alrededor decenas de policías que fungían investigar como si fueran agentes de la serie CSI.
De este asesinato todavía sin culpables sabemos todos los episodios, menos el capítulo final. Hugo Chávez culpó a la oposición. El fiscal de entonces Isaías Rodríguez lloró (confesaría en VTV que la muerte del fiscal 20 le dolió más que el reciente fallecimiento de su propia madre). Sumida en su asombro, la oposición no tenía explicaciones posibles. Pero entonces aparece el “testigo estrella” Geovanny Vásquez que se suma a los asesinatos a sangre fría del abogado Antonio López Castillo y Juan Carlos Sánchez y la condena sin pruebas a treinta años de cárcel contra los hermanos Guevara. Con el paso del tiempo han circulado teorías diversas. Desde la ejecución del sicariato del presidente colombiano Álvaro Uribe, o la emboscada ordenada por José Vicente Rangel, o por la banda de los Enanos o del mismo gobierno, como denunció un familiar de Anderson, quien luego falleció en extrañas circunstancias. Pero nadie todavía parece estar en condición de responder a la pregunta ¿Quién mató y por qué a Danilo Anderson?
Esa noche, a las 11:30, en mitad del suspenso que dejó el suceso, recababa información para dejársela a Javier Conde, quien escribiría la nota de cierre en la mañana cuando, de pronto, alguien llamó. “¿TalCual?”, preguntó de manera dubitativa. Tras mi respuesta, surgió una voz aturdida, como si hubiera absorbido el aire tenso de la calle. Dijo: Mire acaba de fallecer la poeta Esdras Parra, y estoy sola con ella, aquí en la Funeraria Vallés. Seguidamente, como si despertara del letargo preguntó ¿usted la conoce, verdad? Claro que la conocía. Leí sus poemas y supe de su conversión de hombre a mujer un mediodía que se acercó a El Nacional para dejar sus poemas a Luis Alberto Crespo, quien dirigía Papel Literario. Le prometí escribir una nota breve, porque –no se lo dije, aunque ya lo suponía– el asesinato de Anderson era lo que en el periodismo de la vieja usanza llamaban “un perro muerto en la Quinta Avenida de Nueva York” (No sé quién inventó esa máxima pero la escuché en clases: “Es más noticia un perro muerto en la Quinta Avenida de Nueva York que 100 muertos por inundación en China”).
Demás está decir que este acontecimiento obligó a rehacer en la mañana la edición del periódico y desafortunadamente la breve la nota sobre Esdras Parra desapareció. Ya en la mañana, con la noticia de Danilo Anderson en boca de todos, me topé en el ascensor con mi vecino Leonidas, un joven taxista, que solo con verme me ordenó “¡Abrázame!” y me dio la noticia: Pana, acaba de nacer Brayan. El vecino había pasado por alto la tragedia que conmovía al país y sólo tenía alegría por el nacimiento de su primer hijo. Me puse filósofo y me dije: alguien muere, otro nace.
De Leonidas ni de su hijo Brayan jamás tuve noticias hasta que me asomé a su cuenta de Facebook y leí la nota triste de Leonidas: Brayan fue asesinado en ajuste de cuentas con otro chamo en La Vega. Lo saludé y recordé que Brayan no llegó a los 15 años. Al menos –me dijo Leonidas para su consuelo– habían atrapado al homicida. Danilo Anderson no tuvo esa suerte. No sabemos si sus matadores están en el gobierno o ya se fueron a otro país. Demasiada incertidumbre. Me quedo con una línea de la poeta Esdras Parra, fallecida esa noche y como ella escribió, “aquí bajo este cielo, sin herencia sin alma, aquí sobre esta tierra, sin sueños sin nieve”.