ELIZABETH ARAUJO –

Abogado litigante y escritor, Eziongeber Álvarez no se da mucha bomba para definirse como alguien que encontró en la Literatura una excusa para interpretar el mundo y también para recrearlo. Autor de varios libros de crónicas y cuentos, navegando junto con Milagros Mata Gil y José Pulido en el proyecto de la Biblioteca Digital, el Chino Álvarez asegura sentirse un escritor comprometido con Venezuela y con valores como la libertad y la lucha contra la tiranía

«Si hay un tipo que relata un suceso, comenta un evento, de tal manera que, diciendo lo que dice, escribiendo lo que escribe, está diciendo exactamente lo contrario, o lo está diciendo indirectamente, o lo está escondiendo en el seno mismo de un manejo magistralmente desenfadado de la lengua, a veces procaz, y así está proponiendo al lector, al receptor, el trabajo de decodificar lo que en verdad relata o comenta, ése es seguramente el Chino Álvarez». De esta manera describe la escritora Milagros Mata Gil, en extraordinaria entrevista publicada en la revista digital Letralia, a este personaje que se ha engullido sin proponérselo un pedazo del pastel de la fama al publicar con notable éxito sus crónicas y cuentos, que son una delicia cuando se leen a través de las redes sociales y que ahora regala a los lectores de actualy.es

«El triunfo es como esas lluvias lejanas que no terminan de llegar, pero uno sigue ahí. Fajao. No hay secretos. Hay que amar a la Literatura. Trabajar en ella. No renunciar a cada libro que lo merezca. Respetar a los autores. Respetar a tus amigos. Y leerlos serena y hondamente. Son tus maestros. El secreto es la humildad», responde en entrevista que, en estos tiempos de pandemia y lejanías, solo es posible realizar por videollamada o correo electrónico. De manera que él desde El Tigre (estado Anzoátegui) y nosotros en Barcelona (España) entablamos una conversada para conocernos, como los primeros golpes de estudio de la que hacen gala los boxeadores en el primer round, y de la que se deduce que el Chino Álvarez es un señor serio, de 56 años, que conoce el secreto para mirar el mundo de una manera crítica pero a ratos divertida, valiéndose de una fluida y a veces desembocada escritura a la que nada le sobra.
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-Sus crónicas y relatos no solo están bien escritos, con una adecuada dosis de sarcasmo y humor, sino que nos trasladan a una Venezuela que ya no existe y a la que aspira que vuelva.
-El humor es el aceite que mueve al texto, pero a pesar de ello, tenemos que denunciar lo que pasa, mientras podamos. Se denuncia implícita o expresamente, porque el humor sin denuncia, al menos en mi caso, no procede. La masa no ta’ pa’ bollo. No se debe banalizar el hecho de que vivimos en un país no desportillado, sino arrasado. Desperdigado y desmembrado. Debemos obedecer un rictus de vida catastrófico, acostumbrarnos a ello y todo en obsequio de una asombrosa simulación amoral a la que nos obligan bajo amenaza: cualquier día te buscan en tu casa, y chaolín. A las pruebas de Milagros Mata y de Moriche, su compañero de causa, me remito. Antes éramos nación porque nos unían las costumbres y el arte. Antes éramos país porque contábamos con una organización político territorial con posibilidad de cambiarlo todo para mejorar, votando. Antes éramos República con Instituciones respetables. Espero con afán que algún día podamos decir: Alguna vez vivimos bajo una dictadura, por ahí entre 1998 y 2021. La pinga. Nunca más. Nos tocará reconstruir nuestro país con una buena, larga y prolongada dosis de astucia y de firmeza democrática. Lo que viene es Eneas, pero saldremos adelante.

-De manera que lo suyo no es un vacilón, tipo «me pongo a escribir a ver que sale», sino que hay un esfuerzo ético por reencontrarse con su país y estético por hallar un estilo narrativo propio ¿Cómo hacer para salirse de las trampas de los encasillamientos?
-Lo mío no es un vacilón, siéndolo. Pero he aprendido que escribir es una cosa muy seria. Muy importante y como te digo, muy demandante. A mi me ha costado mucho esfuerzo encontrar un estilo como tal, y he entendido que ni la narrativa, ni el ensayo, ni siquiera la poesía, son votos inexpugnables. Ni tampoco creo que ser escritor me hace parte de una cofradía de iluminados. No me gusta pertenecer a grupos, especialmente si son elitescos. No me gusta pues «retratarme en grupo». Eso, por una parte. Por la otra, aunque prefiero la narrativa, creo en el género que se combina con la reflexión, como lo hace José Pulido, por ejemplo. Me fastidia escribir siempre de la misma forma, así que esa es la respuesta. Abrevo en la literatura. En toda me embadurnaría, si esto llegara a ser posible.

-¿Desde cuándo conectó la lectura con la escritura?
-En esas estoy desde los siete años cuando leí y lloré al Tío Tom, el esclavo de Kentucky que fue vendido y que luego se rebeló. Desde entonces leo. Y me rebelo ante los encasillamientos. Y las dictaduras. Además, leo mucho de filosofía, y pues, aunque los respeto, esos que se sienten parte de una cofradía excepcional e inexpugnable… no me cuadran. En todo caso, leo, bebo y como a dentelladas lo que caiga en mis manos. Como Soren Kierkeegard o a Blas Pascal. A Ortega y Gasset por su icónica Historia del pensamiento. Aquí, este pensador español nos dice que la rebelión de las masas siempre será violenta. Entonces me pregunto cómo aparejar todo a mi país. O como será la vaina en el futuro. ¿Viviré para contarlo? Espero que sí, pero si no, quedarán los escritos, los textos y los libros. Que trasciendan mas allá de la pantalla de la laptop, es lo que quisiéramos todos, pero sin encasillarnos ni pretender figurar o saberlo todo.

En la entrevista de Milagros Mata Gil publicada en Letralia, Eziongeber Álvarez recuerda que vivió en Caracas hasta los ocho años y que se alegró de que su papá se arruinara –era vendedor de biblias– para buscar la manera de sobrevivir en el interior del país. «Caracas es una vaina muy jodida. Mucho. Se pueden captar mil cosas en una sola pasada. Se puede encontrar uno, por ejemplo, a González León en La Cachapa y cotorrear de lo lindo. Alguna vez lo hice», confesó entonces a Mata Gil, sin dejar de ocultar que Caracas fue su hábitat predilecto.

-Cuando usted se presenta como humorista ¿quiere decir que actúa en shows públicos?
-En realidad, son mis amigos los que me visten de humorista. Se los agradezco. Me parece que el humor es imprescindible para poder entendernos, pero humoristas (muy serios, por cierto) son Emilio y Laureano. Yo llego fácilmente al status de jodedor de esquina, pero eso sí: a través de la joda te cuento un cuento. ¡Pilas con eso!

-¿Tiene alguna maleta olvidada de su infancia que no ha logrado rescatar?
-Tengo varias maletas de esas. Vienen en todos los tamaños, colores y sentimientos. La primera y principal de las formas de supervivencia, es la memoria. Por eso siempre hay que volver a esos años.

-¿Le sirve más el cuento que la novela para relatar esos extractos de su vida?
-Pues sí. Aparentemente, busco el cuento como formato para edificar mis textos, generalmente autobiográficos o de denuncia. Una novela, por otro lado, es por definición y por muchas otras razones, más demandante. Hacia allá voy.

-¿Cuáles son sus referentes inspiradores en la literatura y la poesía?
-Entre mis referentes venezolanos tengo que nombrar al maestro José Pulido, que es como una máquina para presentar batalla en medio de uno de sus poemas más reposados. Quiero decir, que te hace reflexionar hondamente. También leo a Tranströmer, a Ossot, a Guzmán, a Hurtado… los poetas venezolanos o buena parte de ellos están metidos en sus textos, estudiando cada molécula que van sintiendo para convertirlas en letras y no es para menos. Me interesan ahora mismo unos ensayos de Milagros Mata Gil sobre Alfredo Armas Alfonzo y José Balza. Hay que volver siempre a Rilke y a Mark Twain, a quien considero el malandro mayor. Me hace reír de lo lindo a sabiendas de que en algún lado del texto, soltará el coñazo. Me encanta.

-¿Se puede vivir en Venezuela y tener todavía el tanque medio lleno como para escribir en clave de humor?
-El humor no es fácil en ningún contexto, pero en lo que se refiere a Venezuela, como todo en este país, resulta muy difícil. Un guiño, una sonrisa en medio de esta monumental debacle, nos hermana. Nos sabemos. Nos estamos. Reírnos es la mejor vía para parapetearnos, sacudirnos los pantalones, tomar la mano de nuestro amigo, y seguir adelante, siempre.

-¿Por qué parece que no hay en Venezuela una literatura claramente identificada con esta dos décadas del chavismo?
-Porque en ellos todo es un teatro. Un mamotreto. Son falsos. Subir al Olimpo a Istúriz, que fue el ejecutor de tantas desgracias en el hecho educativo, es ridículo. No han podido imponernos su criterio a lo largo de 23 años. Les ha sido negada esa posibilidad, porque un intelectual o un escritor tiene que ser consecuente con su país, con su ciudad, con su vereda y con su familia. Si usted comienza a pescar las pequeñas cositas que permite la revolución y se olvida y manipula el resto de la verdad, usted es un miserable. Escribir sobre algo podrido y ensalzarlo, es un crimen tan abominable como dejar sin comida y sin cuidados a cualquier ciudadano venezolano.

-¿Cómo define a la Venezuela literaria actual, signada por el chavismo y ahora amenazada por la covid?
-La Venezuela Literaria y Libertaria está desparramada por todo el ancho mundo. Ante eso, la bota chavista nada puede hacer. Los escritores, literatos e intelectuales que bajen la cerviz y ensalcen al tirano, no son más que propagandistas: un rol francamente deleznable y ridículo que no le deseo por cierto, ni a mis peores enemigos.

-Ahora está emprendiendo, junto con la escritora Milagros Mata Gil, el desarrollo de una Biblioteca Digital. ¿En qué consiste esta iniciativa?
-A ver. Hace ocho meses comenzamos con la Editorial dándole forma legal, sobre todo por cumplir con rigores internacionales imprescindibles. Tampoco es una editorial encasillable. Ni en modo ni en propósito. Aquí hay un compromiso muy grande con la Literatura y se impulsa a los escritores desde una óptica distinta porque también somos escritores y entendemos tanto al que está comenzando como al escritor reconocido. El simple hecho de que se lancen al papel en blanco armados con un lápiz, se convierte en una fragosidad muy hermosa. Eres tú, contigo y con la escritura. Y cuando el autor ha escrito y lo sigue haciendo, lo estipulado es fundar una biblioteca con todos sus libros. Está el caso de Pulido, de Juli Carbonell o de la misma Milagros Mata, a quien por cierto trato de convencer para que incluyamos un ensayo suyo arrechísimo llamado Reloj contracorriente. Queremos hacerles este reconocimiento mientras viven porque pa’luego es tarde.

-¿Usted se asoma a la ventana y dice «esto se jodió» o prefiere el «vamos a ver qué hacemos por Venezuela»?
-Esto se jodió. Pero como no han podido acabar del todo con Venezuela, los tipos seguirán jodiendo. Hay que entender que es muy importante para la dictadura arrasar con lo que nos queda como venezolanos. Es preciso imponer su organización que simula ser gobierno y que además, trabaja duro para quebrarnos. Quieren codearse tête à tête con el mundo pero ustedes pueden ver de qué se trata. Venezuela ahora mismo no se encuentra al norte del sur. Ni mide 912.000 k2. Venezuela es la rebelión que late en cada corazón venezolano que camina por ancho que sea el planeta.

POR LOS VIENTOS SOPLAN
Soy amigo de las palabras simples. De esas que usa la gente comúnmente. Dicen mucho diciendo poca cosa. Cuando se exacerban los elementos de la grandilocuencia que hacen crecer más las letras altas, las otras, de trámite sucesivo y uso permanente, se reparten generosamente entre los viandantes y las verduleras de la plaza. Me gusta que se asemejen a la piña callejera y al casabe con cambur que me daban de merienda. Soy demasiado simple para mi gusto, si me entiendes. Lo que pasa, es que en medio de mi simpleza, trato de ir al fondo de las cosas para no pecar de ramplón. O de güevón. Dos cosas diferentes que se parecen mucho, dice mi madre.
La palabra simple siempre será la mejor. Por ejemplo, un día en que ya no le quedaban cartuchos por la lidia con nosotros, Elisabeth, que así se llama mi madre, soltó una bomba de quinientos megatones, como decían en las comiquitas de entonces:
-Nos mudamos para El Tigre.
A duras penas entendí que se refería a una ciudad del interior.
-¿Cuándo nos vamos?, pregunté con el corazón choreto.
-En dos semanas, por los vientos que soplan. Hay que ir recogiendo.
Yo me quedé refunfuñando en medio del cuarto, preguntándole a mi hermano, que qué coño es eso de «por los vientos que soplan». Québolaschamo. Pero eso mismo le respondí a mis panitas, un clan de pillines de planta baja. Lo peor de todo, era que dejaba al garete la seria relación que sostenía a cal y canto con Gabriela, la niña más bella del edificio, que era como decir la niña más bella del mundo. Me preocupaba dejarla en manos de esos gandules amigos míos, y que por tonta, viniera a dejarse besar por uno de ellos allá, en los pisos más altos de las residencias Guayacán, territorio inexpugnable, concebido para regalarse corazones y barajitas de «Amor Es». Toda esta circunstancia motivó una muy solemne conversación con mamá:
-No quiero mudarme. ¿Adónde jugaría a los Agentes Fantasma?
-Es Gabriela, ya me contaron. La casa es grande. «Podrás tener un perro y criar toda suerte de bichos», me deslizó impunemente y sin dolor de su alma, como un cambista de dólares a bolívares.
Fui el primero en recoger mi vainero. Mi madre, en palabras simples y con menos de treinta años de edad, ya era una mujer muy sabia. Igual ponía el dedo en la llaga con firmeza, que te acariciaba el alma como sólo se acaricia un perro bien bonito y lanudo, digo yo.
Por esos mismitos días, ella se convirtió a la Literatura. Creo que está bien escrito. No había poder sobre la tierra que la distrajera de sus papeles, lápices y cartucheras. Nosotros, ni bolas. Se aparecía cada semana, eso sí, con dos o tres libros y, de broma, una palmerita para todos. Que si El Corsario Negro. Que si La isla del tesoro. ¿Como hacía para atender una casa con cuatro demonios adentro y, de ñapa, un esposo? Nunca lo supe. Al cabo de dos meses, los libros eran muchos. Mamá contrató un carpintero, y este hizo una vaina grandísima que tapaba absolutamente la pared más grande de la sala: héte aquí, la primera biblioteca de nuestra casa.
Eziongeber Alvarez

Elizabeth Araujo, periodista venezolana, reside en Barcelona, España

 

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