EZIONGEBER CHINO ÁLVAREZ –
Te deslizaré algunas confidencias con respecto a esta hora, cuatro de la mañana. Pasa que es sólo de noche cuando mi mente bulle. De bulla. Cambimbea. La manzana se pasea de la mesa al comedor. Para que me entiendas. De día es diferente porque ella -mi mente- va por ahí. A lo suyo. No hay distracción posible. «Tome Pim y haga Pum», como decían en Condorito. Por eso, desde el primer crespo matinal que se asoma, voy amasando mi cotidianidad como puedo. Podrá parecerte ramplón. Pero llevar una agenda bajo la esclavitud que se vive en Venezuela, te aseguro que no la quiere Sísifo para sí. Kunta Kinte huiría despavorido.
No, no estoy loco. Una vez vi a mi pana Cabeza e’ buzo tirándole piedras a sus fantasmas. No llego a tanto. Sólo quiero deambular por esos largos pasillos que sin duda me conducen a otros parajes. Una urdimbre que pretendo no se deshilache. Claro, estos pensamientos generalmente están compuestos por sueños, proyectos, recuerdos, hondas preguntas existenciales y otras zoquetadas. Se amontonan, pues, como los venezolanos a las puertas de los bancos. De modo que escogeré tan sólo dos áitems de mi reflexión insomne.
FANNY
¿Verdad que tú viste el Libro de la Selva? Bueno. Yo una vez me enamoré como Mowgli. Cuando este muchachito contempló por primera vez a la niña hermosa que fue a buscar agua a la poza, ocurrió un cataclismo que lo dejó en el sitio. Todo lo que había vivido hasta entonces, dejó de tener importancia. Todo se fue al carajo. De modo que como estás en mi mente, recordarás que me pasó igualito la primera vez que vimos a Fanny bailando El Sebucán en un acto de la escuela. ¿Después cantó El Chiriguare? ¿Fue la vaina? La verdad no fui tan feliz ni siquiera cuando mi papá me montó sobre sus piernas para alcanzar el volante de aquel Chevy Nova, ¿recuerdas? Hablo de Fanny. ¡Oh, Fanny! Si me tocaba ser semanero, ella me perseguía con su risa. Y si a ella le correspondía la cartelera, yo le pasaba la pega Elefante, la engrapadora y todo lo que quisiera. En rigor, Fanny fue mi primera novia oficial y mi primer amor sufrido al mismo tiempo. Sufrido, porque también fue la primera en mandarme p’al carrizo en razón de eso que llaman los gringos: máinors ditéils. ¡Oh, Fanny! Nada, un cachito ahí que le monté jugando a la botellita. Qué bolas, ¿no? Aunque han pasado 40 y pico de años, pienso que ella fue un poco injusta, dime tú, amigo confidente. Porque si te caía la locha, la sentencia rigurosa jugando esa vaina, había que cumplirla sin excusas. Supongo que lo recuerdas. Tenía que darle un piquito a otra niña del salón que era tan linda como Fanny. Qué vaina. Superar mi timidez frente a todos, te cuento que constituyó un esfuerzo monumental. Y un gran riesgo. Resultó que ésta niña se aprovechó de la ocasión para plantarme el primer jamón de mi existencia con tooodo lo que eso implica. Y qué iba a saber yo de lenguas, si lo mío era mi amor de ratoncitos, jugar caimaneras y leer el Ariel Juvenil. Ocurrió durante un receso, que Fanny, como una gata al acecho, me estaba pillando en silencio desde el rincón de su pupitre, y yo ni cuenta me daba. Es que las mujeres desde niñas, llevan en sus venas esa sabiduría milenaria, ese yenesekuá misterioso de saber callar y esperar su momento para espescuezarte. Aunque después del beso grité: ¡Ascooo!, restregándome vigorosamente los labios con aquella prenda inolvidable que llamaban guardapolvo. Ella no se comió la coba:
-Te gustó. Eres un perro desgraciado. Devuélveme mi foto y mi pañuelo encoloniao. Y vete. Vete con ella, plastaemierda.
-Pero… ¡Fanny¡ ¡No me hagas esto!
(Grito angustiado en voz engolada tipo Raúl Amundaray).
La bulla de mi mente, ya te digo. Casi ni me escucho escribiendo. Del recuerdo de Fanny salto a los titulares: «Apresaron al jefe de las FAES en el estado Monagas por secuestrar a un señor y a su hijo». Lee otra vez, pelao. Tratemos de entender, cómo fue que llegamos a este estado tan podrido de cosas, siendo que el jefe de la policía del estado Monagas entrompó una casa, la saqueó con sus compis, se robó $ 800, apresó a sus dueños y se los llevó detenidos pa’l comando. Aquí liberó al papá solo para que juntara el billete. Exigió el alto funcionario policial $ 10.000 por liberar también al hijo. Ni en Apocalipsis Now, vi tanta porquería. Ya va. Nos interrumpen los vecinos. Levanto la mirada como preguntándome «¿Qué estará pasando?» No nos caigamos a rollo. Queremos saber de qué va la cosa. Recuerda que escribo en plural porque eres el acompañante de mis dislates madrugantes. Al tipo le consiguieron un chat abierto en la tablet. Ay, chamo. Como suele ocurrir con nosotros, pobres hombres pendejos, el carajo se hizo el ofendido y tal. Pero la vecina:
-¿Tú sabes cómo es la vaina? A mí los tipos me atacan por el Messenger…marisco….ahhh, pero no les paro porque José Francisco se va a arrechar… nojoda…
¡Ay, qué arrechera!
El vecino jabeando y caminando hacia atrás como Monzón, y la mujer palante y frontal cual Émile Griffith. Yo claro, preparándome café y silbando como los pajaritos en Blancanieves. De pronto todo cesa. La señora parece que bajó la guardia. Se medio ríe. No. Suelta una carcajada. Estiro las camataguas buscando las coordenadas a ver si al menos cazo el wiki wiki del jergón.
Me arrepiento, claro. Me digo: «coño, este verano me va a volver loco. Virus de mierda…». Y voy por otro café.
EL MARIACHI
¿Estás conmigo? Me estoy viendo llegar a Caracas. Mejor decir regresar, porque nací en la capital. Me fui estudiando primer grado en la escuela “Ramón Pompilio Oropeza” y regresé de Cumaná vestido de bachiller. Con los papeles en regla, raudo me dirigí desde Quinta Crespo, donde vivía, a la sede de la Universidad Santamaría para inscribirme. Todo bien. Full panas del pueblo, ambiente en verdad universitario y centros de copiado por todos los alrededores. Después sabría la razón de esto último. El punto es que, ajá, mis clases discurrían serenamente como corresponde a las personas adultas. Todo depinga, pero hay que poner el acento en dos cosas importantes: 1) Los libros costaban una bola, o sea, una bola. 2) Tenías que estar al día con la mensualidad. En tiempo de exámenes para demostrar tu solvencia, un negro con cuerpo de escaparate se paraba en toel portón para meter la lupa en tu carnet. Sin solvencia, no pasabas y menos presentabas parciales, y ya:
-Señor, déjeme pasar para echar una miaíta…
Ni te respondía. Eras como una cagarrutica impertinente.
Entonces el debate: o comprar los textos y no pagar la mensualidad, o adquirir cientos y cientos de tesis fotocopiadas y estar al día con la universidad. Dime tú. Nojodas, vivía metido en una fotocopiadora. Cuando me iba a dormir, el olor de las rumas de los fotostatos diseminadas por el cuarto se me metía en los sueños como Pedro por su casa. Entonces, era posible ver al portero persiguiéndome con un fuete cobrándome la plata. Eran 500 bolos pero en esa época el dinero tenía realmente el valor reflejado en cada billete, parece mentira. 500 bolos era una vaina.
Vivía como te digo, en Quinta Crespo con mi tía en su apartaco. Yo trataba de no ladillarla con mi presencia y menos con el cuatrico y la cantadera. Por cierto, no te he dicho, amigo mío, que en esa época estudiaba y era cantante muy promisorio. Quizás, eso de creerme cantante se debía a la fidelidad que todos en oriente guardábamos a Ibarreto y a la Serenata. Pana, ya yo me veía en cerrada indumentaria vernácula y una maraca en cada alpargata: «semeruuco a tí te llaman en las tierras de occidente»
En fin. Cerrando el texto. Ha sido muy agradable que me acompañaras en este periplo. Como epílogo te digo, que al rato hubo una crisis económica en mi casa, y nada. A patear las calles con el Últimas Noticias en la mano. Puras ofertas engañosas. Para ser asistente jurídico tenías que pagar primero un curso y ya con el negro del portón bastaba y sobraba. Las plazas en los bufetes estaban copadas. De pronto, encima de un anuncio en el que una señora ofrecía un extraño baño de oro, leí que un grupo musical buscaba cantante. ¡Ay papá! Se trataba de un mariachi:
-Cántate una ranchera ahí…
-Espumas que se vaaannnn…bellas rosas viajeeraaas.
Los tipos se alejaron de mí para reunirse como haciendo una conferencia en la lomita:
-No canta un coño, dijo uno.
-Vamos a contratarlo ya. Nos sale casi gratis, dijo el otro.
Y así fue como llegué a ser mariachi. Comenzábamos la noche entre los perreros de la plaza Venezuela. Un set a cambio de hamburguesas para todos. Un toque en Horizonte. Otro en La Alameda. Uno en San Martín. Otro en La Vega. Dos meses duré en el grupo porque no aguanté la mecha. Ah, pero compré el diccionario de Cabanellas. Pagué la uni por tres meses y el portero impresionado. Me mudé a una posada por El Paraíso con derecho a todo. Inventé mi famoso Espaguetti a la Cañona y mi novia podía quedarse conmigo de cuando en vez. Dime tú si no he sido bendecido. Al menos de vez en cuando.