Una loca engañó a Stalin, Nikita Khrushchev se le enfrentó. Poco antes de la Segunda Guerra Mundial, a la oposición dentro o fuera del Partido Comunista la exterminaron. En 80 años, Ucrania ha sufrido tres genocidios: el soviético, el nazi y el de Putin.
VÍCTOR SUÁREZ –
-¿Usted conoció a Pompeyo Márquez y a Luis Emiro Arrieta, dirigentes del Partido Comunista de Venezuela? Asistieron al XX Congreso del PCUS en Moscú en 1956.
-No los recuerdo. Aquel célebre Congreso estuvo colmado de miles de delegados extranjeros. A lo mejor les saludé e intercambié con ellos algunas palabras en el Kremlin.
-Allí, ¿murió José Stalin por segunda vez?
-Stalin murió en 1953. Toda la URSS y el mundo socialista estallaron en lágrimas. Nos había dejado “El Padrecito de los Pueblos”. El internacionalismo proletario que había sembrado se manifestó también. Una gran pérdida para la revolución mundial.
-Pero usted, que había estado junto a Stalin desde 1929, que había hecho carrera bajo su protección y aprobó todas sus ocurrencias durante 24 años, ¿cómo fue que, a su muerte, denunció sus crímenes y se convirtió en el abanderado de la “desestalinización”?
-Yo soy minero nativo de Ucrania, de la región de Donbás, al sur. Con el Partido trabajé en Járkov y en Kiev. Cuando fui a Moscú, a estudiar en la Academia Industrial, ya con 35 años de edad, tenía cerca a la esposa de Stalin, Nadya Alliluyeva, quien también estudiaba allí. Al llegar a casa, ella le contaba a su marido todo lo que pasaba en la Academia y, en vista de mis posiciones contra la Facción de Derecha del Partido, me ponía por los cielos. Ese fue el escalón que me llevó al Buró Político del PCUS. Entonces, yo veía por los ojos de Stalin y razonaba según sus directivas. No tenía otra posibilidad. Todos creíamos en él. Al morir, hubo una eclosión.
-De eso le quiero preguntar, señor Nikita. Al principio existía un sector de derecha, otro de izquierda identificado con las ideas de León Trotsky y uno de centro, que encarnaba Stalin. Lenin ya no existía. Stalin mantenía su lucha contra los viejos bolcheviques, contra las secuelas zaristas y contra los llamados nacionalistas, que se oponían al concepto de una URSS con supremacía de Rusia. En Ucrania, la arremetida contra los nacionalistas, al igual que hoy, se convirtió en lucha de exterminio contra todo tipo de oposición, fuera o dentro de los cánones partidarios. En Ucrania, ¿cómo se manifestó ese fenómeno?
-Fue terrible… Llegó un momento en que todos eran “enemigos del pueblo”.
-Hubo un caso particular. El de una señora de apellido Nikolayenko, que se dedicó a denunciar a todo ucraniano que se le ocurriera. Hasta Stalin le creyó… Por su culpa muchos inocentes fueron fusilados, desaparecidos o represaliados. Si usted hubiera conocido a un tal Vladimir Putin, le habría escuchado decir que había que “desnazificar a Ucrania”, que los ucranianos eran todos “enemigos del pueblo”, que su misión era exterminarlos. Incluso Putin ha llegado a decir que Ucrania no existe, no tiene razón de ser, que fue una insensata creación de Lenin, así como la península de Crimea como parte de Ucrania fue un invento suyo…
-Conocí ese caso de cerca. Cuando volví a Kiev en 1938 y me hice cargo del Partido, mantuve varias conversaciones con ella. Y, sobre ella, otras tantas con Stalin en Moscú. Stalin consideraba que había que prestar atención a lo que decía la señora Nikolayenko.
-¿Hizo daño?
-Los locos se crean mundos paralelos, realidades extrasensoriales que les llevan a difundir situaciones que son anormales y desquiciadas, que pueden impulsar decisiones absolutamente perjudiciales. Ha habido muchos casos en la historia. Y siempre se repiten…
¿Qué pasó con Nikolayenko?
-Habían comenzado los arrestos, las desapariciones, incluso los suicidios de dirigentes del Partido que habían sido acusados de ser “enemigos del pueblo”.
-¿De dónde salió?
-Ella se especializaba en cuestiones culturales en Kiev, pero no tenía prominencia. Al principio tenía escaso apoyo. Permanentemente denunciaba que tal era agente alemán, que el otro tuvo un abuelo que había servido en el ejército zarista, que aquel se comunicaba con los nacionalistas. Para ella el Partido en Ucrania era un fortín anti-socialista. Entre los dirigentes de Moscú, el primero que tuvo contacto con ella fue Kaganovich, quien me ayudó mucho en mi carrera y después me denunció. Kaganovich le llevó un informe a Stalin sobre la situación en Ucrania y Stalin dijo en público que había “ciertas personitas” que estaban prestando gran ayuda al Partido al exponer a los “enemigos del pueblo”. Al mencionarla, Nikolayenko fue inmediatamente colocada en un pedestal.
-¿Cómo la conoció?
-Cuando me trasladé de Moscú a Ucrania, Stalin me advirtió que había cierta mujer allí, Nikolayenko, y que debía prestarle atención. Dijo que ella podría ayudarme en la lucha contra los “enemigos del pueblo”. Dije que recordaba su nombre por su discurso. Tan pronto llegué a Ucrania, Nikolayenko vino a verme. La recibí y la escuché. Era una mujer joven y sana que se había graduado de algún instituto y fue directora de algún museo. Ella tenía algo que ver con la gente del arte, y por lo tanto asociada con la intelectualidad.
-¿Qué pasó?
-Comenzó a contar acerca de los “enemigos del pueblo”. Fue una especie de divagación loca. Consideraba que todos los ucranianos eran nacionalistas; a sus ojos eran todos partidarios de Petlyura (líder nacionalista ucraniano y figura militar durante la guerra civil), todos eran “enemigos del pueblo” y todos deberían ser arrestados. Me puse en guardia. Pensé para mis adentros: «¿Qué demonios es esto?» Cautelosamente traté de corregirla. Pero aquí era necesaria una gran precaución, porque era peligroso incluso hablar con gente así. Inmediatamente podrían volcar todas sus acusaciones contra cualquiera que no estuviera de acuerdo con ellos.
-¿Qué pasó después?
-Ella vino a verme muchas veces después de eso. Pude ver que estaba enferma. Era imposible creerle. En algún momento comenzó a discutir conmigo sus asuntos personales. Dijo que los activistas del Partido tenían una mala actitud hacia ella. Dijo (no estaba casada) que antes los comandantes del Ejército Rojo la acompañaban voluntariamente y de buena gana, pero que ahora la evitaban; cruzaban corriendo la calle hacia la acera opuesta si veían que venía. Ella dijo: “Estoy siendo perseguida porque estoy librando una lucha contra los “enemigos del pueblo””. Le dije que debería evaluar esa actitud más sobriamente. “La gente te evita porque, por regla general, aquellos que están familiarizados contigo son arrestados. Por eso la gente te tiene miedo y te evitan”.
-¿Usted se lo contó a Stalin?
– Cuando llegué a Moscú, Stalin inmediatamente me preguntó por Nikolayenko, y le dije que no se podía confiar en tal persona, que ella era una persona enferma que acusaba injustificadamente a gente del nacionalismo ucraniano. Stalin estalló, se enojó mucho, y me dijo con dureza: “No tener confianza en una persona así está mal”. Seguía repitiendo e insistiendo en su punto de vista: “El diez por ciento de la verdad sigue siendo la verdad”. En resumen, me estaba animando a depositar mi confianza en Nikolayenko. También le conté lo ofendida que estaba por la actitud de los comandantes del Ejército Rojo hacia ella. Stalin comenzó a bromear: “¿Qué diablos, tenemos que encontrarle un marido”. Dije: “Encontrar marido para una novia así sería muy peligroso, porque el marido tendría que estar preparado para enfriar los talones en prisión muy pronto, porque ella sin falta lo denunciaría”.
-¿Cuándo se le colmó la paciencia?
-Regresé a Kiev. Nikolayenko vino a verme de nuevo y me informó, con gran convicción, que la organización nacionalista contrarrevolucionaria en Ucrania estaba encabezada por Korotchenko (presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de Ucrania). Le respondí: «Sabe, camarada Nikolayenko, conozco a Korotchenko desde hace muchos años, y Stalin también lo conoce. Korotchenko es ucraniano por nacionalidad, pero ni siquiera sabe realmente cómo hablar ucraniano correctamente. Su idioma es _surzhik_ (una mezcolanza de ucraniano, ruso y bielorruso). No puedo estar de acuerdo contigo”. Ella se puso muy nerviosa en ese momento y comenzó a entrecerrar los ojos cuando me miró. Pude ver que estaba empezando a desconfíen de mí, como si yo estuviera encubriendo a los nacionalistas, por así decirlo. Ella empezó a llorar. Dije: “Cálmate. Sería mejor que pensaras las cosas. No puedes hablar de la gente de esta manera, gente que no conoces. Después de todo, no sabes nada de Korotchenko, y no tienes ninguna prueba contra él. Acabas de llegar a esa conclusión en tu mente, y no se basa absolutamente en nada, y eso no está bien”. Se fue, pero yo sabía que le escribiría a Stalin.
-¿Stalin la seguía apreciando?
-Al poco tiempo, el asistente de Stalin, Poskrebyshev, me llamó desde Moscú para decirme que Nikolayenko había enviado una carta a Stalin en la que denunciaba a Korotchenko y a alguien más. Respondí que estaba esperando eso: “Ahora espero que ella escriba que yo también soy un nacionalista ucraniano”, le contesté.
-¿Cómo fue el rompimiento?
-Efectivamente. Al poco tiempo vino a verme de nuevo, y de nuevo yo comencé a estar en desacuerdo con ella. Luego le escribió a Stalin una declaración en la que me acusaba de encubrir a los “enemigos del pueblo” y a los nacionalistas de Ucrania. Poskrebyshev me llamó: «Bueno, hay una declaración de seguimiento y ella escribe sobre ti”. Le dije: “Así es como tenía que ser. Eso es lo que esperaba.
-¿Qué hacía Stalin?
-Después de esa carta, Stalin comenzó a tener una actitud de confianza hacia mí con respecto a Nikolayenko. Lo había convencido de que ella no merecía ninguna confianza, que Kaganovich se había equivocado, y que ella simplemente estaba loca, que era una persona anormal. Al final Nikolayenko pidió ser transferida de Ucrania para trabajar en Moscú. Llegó a un acuerdo con el jefe del Comité de Cultura en Moscú y se fue. Respiramos aliviados y le dije a Stalin que esta mujer finalmente se había ido. Bromeó: “Bueno, sobrevivimos, ¿no?”. Respondí: “Sí, lo hicimos”. Después de un tiempo la enviaron a Tashkent. Desde allí empezó a asediarme con telegramas y cartas, pidiendo que la devolvieran a Ucrania, pero dije: “¡No! no lo vamos a hacer”.
-¿Qué hizo Stalin?
-Stalin estuvo de acuerdo e incluso bromeó al respecto. Aparentemente él también la había descubierto.
(Estos episodios tienen como referencia exacta las “Memorias de Nikita Khrushchev”, Volumen 1, 1918-1945. Publicado en 2005 por The Pennsylvania State University, EEUU)
Víctor Suárez, periodista venezolano. Reside en Madrid (España).